—No te enfades tan rápido, Agustín —se apresuró a advertir Roselyn.
Después de todo, dado el estatus de la otra parte, a Roselyn le preocupaba que su hermano fuera a sufrir.
Sin embargo, Agustín le caía de verdad mal. Roselyn decidió usar a Emmanuel como escudo y aprovecharse de la situación.
—Este es Emmanuel, un buen amigo mío.
Aunque Emmanuel y Roselyn compartían apellido, en la mente de Agustín nunca había considerado siquiera a Emmanuel como uno de los parientes de Roselyn. Dirigiendo a Emmanuel una mirada condescendiente, Agustín dijo:
—Tu físico no es suficiente para matarme de un puñetazo, un soldado experimentado. Te aconsejo que conozcas tu lugar.
Agustín era soldado. Desde niño, le gustaba intimidar a los demás ejerciendo la fuerza sobre ellos.
Ahora que Roselyn estaba cerca, Agustín iba a hacer todo lo posible por presumir de ella porque le gustaba. Supuso que a Roselyn le gustaría una persona dominante como él, que pudiera darle una sensación de seguridad.
Luego miró el físico de Emmanuel.
«¿Qué tan bueno podría ser? Para colmo, Emmanuel no es alguien de renombre. Apuesto a que con una o dos amenazas saldrá corriendo con el rabo entre las piernas».
—¡Bueno, los soldados son de verdad impresionantes y merecen respeto! —dijo Emmanuel, asintiendo.
Como soldado, Emmanuel también respetaba a sus compañeros. Sin embargo, sentía poco respeto por el que tenía delante.
—Umm. ¡Supongo que eres inteligente!
Agustín no comprendió el significado de las palabras de Emmanuel, suponiendo que éste ya había sido sometido. Incluso su aliento parecía ahora orgulloso y desdeñoso.
Después, agarró la hermosa mano de Roselyn y le dijo:
—Rosie, hay mucha gente revoltosa por aquí. ¿Por qué no vamos a un lugar más tranquilo para charlar como es debido?
Agustín sintió pena, por no haber podido perseguir a esta deidad entonces. Desde que volvió a encontrarse con Roselyn esa noche, estaba decidido a besarla, pasara lo que pasara.
La mirada de Roselyn vaciló. Sin darse cuenta, le soltó la mano con frialdad y le preguntó:
—Agustín Arias, ¿qué crees que estás haciendo?
Ella era Roselyn Martínez, no una descarada.
Sin embargo, Agustín estaba acostumbrado a ser dominante y nunca había permitido que nadie fuera en contra de su voluntad. Aunque Roselyn fuera su deidad, iba a perseguirla con mayor fuerza.
Letizia, que había estado observando a Emmanuel desde la distancia, se quedó sorprendida.
«Creo que el marido de la señora Quillen no es un hombre corriente».
Al conocer la fuerza de Emmanuel, la expresión de Agustín se volvió siniestra y amenazadora.
—Pequeño mocoso. ¿Cómo te atreves a oponerte a mí?
—Mis disculpas. No me interesas lo más mínimo —replicó Emmanuel con suavidad.
Luego apartó la mano de Agustín despreocupadamente.
Esta escena asombró a Milena, a Marcelo y a todos los que estaban mirando.
Todos pensaban que Emmanuel era bastante arrogante, para alguien de su tamaño.
—¡Mocoso! ¿Te atreves a menospreciarme? ¿No sabes quién demonios soy? —se burló Agustín con desdén. Estaba tan enfadado que le faltaba el aliento.
Agustín se dio cuenta entonces de que Emmanuel seguía impasible. Sacudió la cabeza, enfadado.
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