A Zack se le hizo un nudo en la garganta al escuchar la voz de su madre, estaba llorosa y alterada y enseguida supo que era porque algo malo había suedido.
—¿Qué le pasó a mi papá? —preguntó mientras se sentaba o de lo contrario le fallarías las piernas.
—Tu papá tuvo otra crisis del corazón, hijo —dijo su madre con voz temblorosa—. Tuvimos que traerlo de urgencia al hospital...
—¿Y cómo está?
—Pues... estable por el momento, pero el médico decidió ponerlo en la lista para trasplantes.
Zack se quedó mudo del impacto. No era que no lo esperaran ya, su padre había estado enfermo del corazón durante mucho tiempo, pero aún era un hombre joven que apenas llegaba a los sesenta años.
—Voy para allá... —dijo levantándose de inmediato.
—No —lo detuvo su madre—. Vamos a estar aquí algunos días y luego lo llevaremos a la cabaña de los Alpes. Quiere estar ahí para Navidad, ya sabes que es nuestra tradición. Solo te pido que vengas. Ven y trae a tu familia para que tu padre la conozca de una vez, hijo. Quiere que todos estemos reunidos, porque esta puede... puede ser la última Navidad en la que estemos todos juntos.
A Zack se le humedecieron los ojos, ni siquiera sabía qué responderle, comenzando por el hecho de que no tenía una familia que llevar.
—Mamá... con todo lo que está pasando, quizás sea lo mejor que yo vaya solo...
—¡No, Zack! ¡Ni se te ocurra! ¡Tu padre está muy entusiasmado con el bebé, lo único que quiere es conocerlo, así que no puedes quitarle esto! —sentenció su madre—. Solo quiero que vengas con tu familia y nos pasemos unas hermosas navidades... por favor.
Él pasó saliva, pero parecía que no había mucho más que discutir.
—Está bien, mamá, estaré en los Alpes para Navidad... y llevaré a mi familia —accedió.
Para cuando colgó el teléfono, Ben lo miraba como si le hubiera crecido otra cabeza.
—¿Cómo está tu padre?
—En la lista de trasplantes —murmuró Zack—, pero no entre los primeros lugares. Quiere que pasemos la Navidad todos juntos, y que lleve a mi familia.
—¿Cuál? ¿La familia fantasma que todavía no le has dicho que no tienes? —lo increpó Ben.
—¡Eso, tú húndeme más que es lo que necesito! —gruñó Zack ocultando la cara en las manos.
—¡No, tú lo que necesitas es un buen escobazo! ¡Te lo dije! Apenas te enteraste de que Giselle había abortado tenías que haberles dicho la verdad a tus padres.
—¡Mi papá se iba a poner mal!
—¿A diferencia de ahora, que va a tomar muy bien el hecho de que no tiene el nieto de cinco meses que creía tener? —bufó Ben con molestia.
Zack había sido su mejor amigo desde niños, por eso mismo sabía que a terco n le ganaba nadie. Pero también sabía que haría lo que fuera por su padre, incluso hacer crecer un bebé en un nenúfar si eso era necesario.
—¿Qué vas a hacer, Zack?
—¡No lo sé! ¡Puedo romperme la cabeza pero llevo meses pensando en esto y no sé qué hacer! No le quiero dar un disgusto al viejo cuando está tan mal. Podría decirle que las cosas con mi novia no funcionaron, pero ¿cómo diablos me aparezco allá sin un bebé?
Pasaron la media hora discutiendo, pero no fueron capaces de llegar a ninguna conclusión. Finalmente Zack se desesperó y se puso a trabajar de nuevo como si la vida le fuera en ello. Tenía el alma en un hilo por la salud de su padre, y solo quería verlo feliz, pero no sabía cómo podía conseguir eso sin mentirle.
En cierto punto la frustración y la desesperación colisionaron dentro de él, y Ben lo vio lanzar varias carpetas contra la pared.
—¡¿Dónde está el maldito informe?! —gritó mientras revolvía todo.
—¿Cuál?
—¡El de ingresos del último deportista que contrató con la empresa! ¿Dónde diablos está?
Revolvió media oficina y no logró encontrarlo, pero era demasiado importante como para dejarlo para luego, así que sacó su teléfono y marcó aquel número.
—¿Señor Keller? —le respondió una voz somnolienta y Zack miró su reloj para darse cuenta de que eran las once de la noche.
—¡Maldición! Lo siento mucho, Andrea, no me di cuenta de la hora, mejor mañana... —murmuró apenado.
—No se preocupe, señor Keller, dígame qué necesita.
Zack le explicó y ella lo fue guiando a través de la montaña de papeles hasta una carpeta roja que él había mirado diez veces sin llegar a verla realmente.
—Sí, aquí está... lo siento, no ha sido el mejor día.
Sin importarles la hora que era, Zack despertó a uno de sus mejores abogados y le encargó redactarle aquel acuerdo, porque quería tenerlo todo listo para el día siguiente.
Apenas pudo dormir, pensando exactamente en lo que iba a decirle para que aceptara su propuesta, así que para el momento en que Andrea entró por la puerta al día siguiente, él no se veía muy bien.
—¿Señor Keller? ¿Está bien? —preguntó ella acercándose y extrañamente Zack sintió que toda la tensión se le iba.
Andrea era una mujer muy dulce, había olvidado que no había razón para estar nervioso, porque probablemente ella lo comprendería.
—Bueno, estoy pasando por una situación difícil... y creo que tú eres la única persona en este momento que puede ayudarme a resolverlo.
Andrea se sentó frente a él y lo miró a los ojos, prestándole toda la atención del mundo.
—Por supuesto, lo que sea, solo dígamelo.
—El próximo mes serán las vacaciones de Navidad, y voy a dar quince días de vacaciones a todos los empleados —le explicó con suavidad—. Pero yo necesito que tú sigas trabajando. ¡Por supuesto voy a pagártelo muy muy bien! —le aseguró—. Pero necesito que trabajes para mí... y no en la empresa.
Andrea le dirigió una mirada interrogante porque no comprendía nada.
—¿Entonces dónde?
—En mi casa...
—¿Necesita una cocinera? —preguntó Andrea animada.
—Con mi familia...
—Definitivamente una cocinera.
—En Suiza...
—¿No hay cocineras en Suiza?
—Cocineras sí, novias no —replicó Zack y ella se quedó mirándolo como si hablara otro idioma—. Necesito rentar tus servicios y los de tu bebé para que finjan ser mi novia y mi hija y me acompañen a Suiza a ver a mi familia. Necesito un bebé para la Navidad... ¿Te apuntas?
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: UN BEBÉ PARA NAVIDAD
Después del capítulo 39 no hay mas...