UN BEBÉ PARA NAVIDAD romance Capítulo 10

—¡Esa es una mujer! ¡Una que no quiere acostarse contigo! ¿O es que ese vaso de vómito no te dijo nada? —replicó Zack con sorna, porque Andrea había tenido la reacción más honesta del mundo.

—¡Ella quiere subir de puesto! Los ascensos cuestan, eso no es una novedad. Ella vino por sus propios pies, así que bien puede con las consecuencias de su decisión —escupió Trembley con desprecio—. Es lo que tienen las zorras arribistas, si quiere ascender, ¿quién soy yo para negarme?

Zack apretó los dientes con rabia.

—¿Te crees que soy estúpido? —siseó Zack con asco—. Andrea no vino aquí porque quiera ascender, vino porque la despediste. —Trembley apretó los dientes con incredulidad—. Así es. Me metí a tu oficina y vi la carta de despido. Le cambiaste un trabajo del que depende por acostarse contigo...

—¡Estás despedido! —le gritó Trembley desaforado—. ¡No puedes meterte a la oficina de un gerente! ¡Yo soy el jefe en esa empresa y tú solo eres un empleaducho más! ¡Mañana a primera hora vas a estar despedido!

El viejo estaba rojo de la impotencia y sudaba, pero en respuesta Zack solo sonrió.

—Te mereces que te rompa la boca, la nariz, las pelotas, las piernas y hasta el alma, cabrón —lo amenazó con voz gélida—, pero resulta que no voy a ensuciarme las manos con una basura como tú. Espero que pases una muy buena noche, porque será la última tranquila que pases en tu vida. Para mañana, puedes esperar una demanda por acoso sexual encima de tu escritorio.

La carcajada de Trembley casi lo sacó de sus cabales.

—¿Y quién me va a denunciar? ¿Andrea? ¡Por favor! ¿No te has dado cuenta de lo poquita cosa que es? —siseó Trembley con maldad—. ¿Por qué crees que la elegí? Esa estúpida tiene demasiado que perder si me denuncia, no lo hará.

Zack apretó los puños y forzó una sonrisa.

—Ya veo, eres un depredador, entonces... El problema es que yo también lo soy, solo que en un sentido muy diferente, y está a punto de darte cuenta, de que yo muerdo más fuerte que tú.

Sin decir otra palabra Zack se alejó de allí, dejando al gordo furioso y frustrado. Pero por más que Zack miró alrededor no pudo encontrar a Andrea.

La muchacha había salido del hotel llorando, pero más de alivio que de otra cosa, y había corrido a casa tan rápido como podía. Llegó agotada y jadeando, y pasó a casa de la señora Wilson por su hija. Abrazó a su pequeña Adriana, que dormía profundamente todavía y la acomodó en su bambineto en medio de aquel colchón feo en el suelo. Se tenían la una a la otra y eso era todo lo que importaba.

Sin embargo Andrea estaba segura de que aquello no había terminado, y lo confirmó media hora después, cuando alguien tocó a su puerta y ella abrió para encontrarse a Zack allí de pie.

—¡Por Dios! ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella saliendo al corredor y casi cerrando la puerta de sus espaldas—. ¿Cómo... cómo sabes dónde vivo? —preguntó nerviosa.

—Encontré tu dirección en unos archivos de la empresa —mintió él para no asustarla—. ¿Estás bien?

Ella bajó la mirada, sin atreverse a verlo a los ojos y solo asintió.

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