UN BEBÉ PARA NAVIDAD romance Capítulo 18

—Mamá... ¿de qué hablas? —susurró Zack y su madre levantó las cejas con un gesto sugerente.

—Hijo, tu padre fue uno de los banqueros más respetados de de este país por años, créeme que está acostumbrado a que la gente le mienta a la cara, pero nunca tan mal.

—Mamá...

—Ahórratelo, Zack, escuché todo lo que le dijiste —le advirtió su madre.

—¿Traías la oreja pegada a la puerta? —se escandalizó él.

—Sí. ¿Algún problema? —replicó Luana con firmeza y el hombretón que era Zack Keller se puso chiquitito.

—No, mamá.

—No, mamá, exacto. Ahora... vamos a dar un paseo y me vas a contar todo con lujo de detalles y sin saltarte nada. ¿De acuerdo?

Zack asintió cuando se dio cuenta de que no tenía muchas opciones, Salieron a caminar por el camino que rodeaba la montaña, su madre se colgó de su brazo y Zack le contó absolutamente todo lo que había sucedido desde el aborto de Giselle. Cuando regresaron y tuvieron de nuevo la casa a la vista, la señora Luana se detuvo.

—De verdad lo siento, mamá, pero no supe cómo quitarle esa alegría al viejo, y cuando me dijiste que podían ser las últimas navidades que pasamos juntos...

Su madre suspiró con la misma paciencia que les había tenido desde que eran niños.

—En cualquier otro momento te habría dado cuatro gritos —replicó—. Pero la verdad es que Nikola está muy feliz. Hijo, a tu padre y a mí no nos importa la sangre, tú sabes eso más que nadie, ¿verdad? —Zack asintió porque de los cinco hermanos dos eran adoptados y solo Zack que era uno de los mayores, recordaba eso.

—Lo sé, mamá.

—A tu padre y a mí nos tiene sin cuidado que no hayas hecho a esa bebé, pero Nikola se disgustará si sabe que le mentiste, así que no quiero que se entere, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Bien, entonces empieza a comportarte un poquito más como un novio, porque yo crie tres machos alfa y tú andas agarrándole la manita como si estuvieran en primaria —rezongó Luana.

—¡Mamá!

—¡Y cómprale muebles cuando regresen, idiota! ¡No seas tacaño!

Zack apretó los labios para no reírse y luego abrazó a su madre.

—Gracias por entender, mamá, pero ¿estás segura de que quieres ayudarme en esto?

—Claro que sí.

Zack la miró indeciso.

—¿Y por qué? —preguntó.

Su madre negó con impaciencia y lo empujó a la casa.

—¡Porque yo lo digo, Zack! ¡Y ahora ve! ¡Anda! ¡Hay muchas cosas que hacer! ¡A cortar leña! ¡Ve!

Zack le dio un beso y corrió hacia el cobertizo, y Luana respiró profundamente al verlo. ¿Por qué lo ayudaba? Esa era una buena pregunta.

"Porque esa niña acabará siendo su hija", pensó. "¿Qué diferencia hay entre que Nikola lo crea antes o después?"

Zack cortó otro poco de leña para la chimenea de su habitación y para cuando la descargó en el dispensario y se quitó el suéter, su piel estaba brillante por el sudor.

Adriana estaba rendida del sueño en su cunita y él miró a todos lados, pero Andrea no estaba por ninguna parte. Pensó que seguro debía estar cerca, así que se metió en la ducha sin muchos miramientos, solo para escuchar un grito ahogado unos segundos después.

—¡Joder, estabas en el jacuzzi! —gritó Zack poniéndose de cara a la pared.

Al otro lado del baño el jacuzzi estaba lleno pero no encendido y Andrea había sacado su cabecita del montón de espuma para verlo muy feliz debajo de la ducha. ¡Como había venido al mundo!

En un segundo ella también se dio la vuelta y se puso colorada.

—¡Lo siento! —dijo Zack con ganas de treparse por la pared—. Lo siento, no había ruido, no sabía que estabas aquí.

—No hay problema... tampoco es que haya visto nada...

—¡¿En serio, nada?! —se escandalizó él.

—¡Es una expresión, Zack! —exclamó ella más roja que un filete de vaca, pero miró de reojo y luego se mordió los labios—. ¿Sí... sí sabes que la pared del fondo de la ducha... es un espejo? —murmuró y Zack bajó la vista para verse enterito.

—¡Joder! —gruñó pero solo escuchó una risa y un cuerpo que se hundía en el agua.

—Ya no llores, no te voy a mirar, nada de nada. Acábate de bañar, yo me quedo escondida en el jacuzzi y ni muerta abro los ojos —le dijo Andrea hundiéndose hasta la nariz.

—Tampoco había necesidad de que se pusieran pedantes —replicó Zack con voz sombría—. Pero supongo que ustedes tampoco lo pueden evitar.

Chiara le dirigió una mirada llena de impotencia y Noémi espetó.

—Los esperamos en el salón oeste para el café. Se nos quitó el apetito.

En un segundo se habían ido y Andrea se sintió mal por un segundo al darse cuenta de lo que había pasado.

—Bueno, ahora que no están las señoritas tiquismiquis y que no hay que comerse los dulces franceses esos... Luana ¡saca el pudín! —exclamó Nikola y sus hijos golpearon sobre la mesa como si fueran vikingos esperando por cerveza y no niños grandes que querían el pudín de chocolate de su madre.

La sobremesa estuvo menos tranquila de lo que habían imaginado. Zack se dio cuenta de que a su padre el mero esfuerzo de ir de su silla a un sofá hacía que le faltara el aire, así que todo el tiempo estuvo a su lado, asegurándose de que pudiera jugar con Adriana sin agitarse demasiado.

Finalmente llegó la hora de la presentación de las casitas de jengibre, y cuando Andrea trajo el carrito con la suya, todos se quedaron boquiabiertos.

—¡Wow! ¡Eso es un palacio de jengibre! —exclamó Loan—. ¡No, esperen... es esta casa!

Todos le dieron la vuelta a aquella obra de arte que habían hecho y enseguida los declararon ganadores del premio por decisión unánime.

—¡No puedo esperar a probarla! —se emocionó Nikola y Andrea y Zack se miraron espantados.

Por suerte había una bebé alborotadora en el grupo, que pocos minutos después tiró del mantel y al suelo fue a dar la casita, el mantel, el carrito y todo lo demás. Pero como el destrozo la hacía reír a nadie le importó.

—Salvados por la beba —susurró Zack en el oído de Andrea, pegándose a su espalda y ella giró la cabeza para verlo.

—Tendremos que darle fórmula extra o algo —sonrió.

—¡Bien, su padre y yo pensaremos esta noche en el premio y lo entregaremos mañana en la mañana! —declaró la señora Luana—. Ahora, ¿quién quiere ponche?

La velada fue hermosa, y por primera vez en mucho tiempo Andrea se sintió en familia, lo cual hacía mucho más difícil el tener que mentirles. Sin embargo todo se hizo aún más difícil cuando llegaron esa noche a su habitación y el sofá había desaparecido.

—¿Zaaaaaack? —murmuró ella—. ¿Dónde está el sofá?

Él vio que en lugar del sofá habían instalado una mecedora para dormir a la niña y abrió mucho los ojos.

—¡No podemos pedirlo de vuelta! —sentenció.

—¡No me digas! —replicó Andrea—. ¿Y ahora qué?

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