UN BEBÉ PARA NAVIDAD romance Capítulo 42

—Que procurará meterse mejor en su papel.

—Nop, no tiene arreglo, lo jodiste todo.

—¡Mamá! —exclamó él.

—¿Qué quieres que te diga? —lo increpó su madre—. ¡Solo llevas tres días aquí, y ya te quedaste sin novia! ¡Es que debe ser un récord o algo!

Zack respiró hondo y su madre podía sentir la desesperación en él. Sobraba decir que jamás lo había visto ponerse así por nadie, mucho menos por una simple empleada.

—¿Sabes que es lo peor de todo? —murmuró él—. Que ahora cuando me sonría, no voy a saber si lo hace de corazón.

—Bueno... para eso le estás pagando, Zack, para que te sonría. Si además quieres su corazón, hijo... creo que vas a tener que robárselo, porque por ese nadie puede pagar —sentenció Luana palmeando su hombro.

Zack se quedó allí un rato más, solo, hasta que rebuscó en las gavetas por un par de tijeras y sacó un bote de helado de la nevera para subir. Pero para cuando llegó de regreso a la habitación, ya Andrea se había quedado dormida en la mecedora frente a la chimenea.

Zack dejó todo a un lado y la cargó hasta la cama con suavidad, acostándola y cubriéndola con una manta antes de ir a cambiarse. Vio que la bebé estuviera dormidita y lo pensó cien veces antes de acostarse en aquella cama y acercarse a su espalda. Pasó un brazo a su alrededor y la apretó contra su pecho.

—Lo siento, Pastelito —murmuró en su oído—. Por favor, no estés enojada conmigo. Me mata la idiotez que te dije, solo quiero que Adriana y tú sean felices esta Navidad.

Andrea pestañeó medio dormida y se dio la vuelta, abrazándolo.

—Todo está bien, Thorcito, ya duérmete. No pasó nada —murmuró ella antes de que su respiración se acompasara de nuevo.

Pero aunque le había dicho Thorcito, y aunque lo estaba abrazando, Zack ya no podía sentir esa calidez electrizante que Andrea desprendía hasta hacía solo unas horas. Intentó dormir, pero la verdad fue que no pudo y se pasó la mitad de la noche fuera de aquella cama, cuidando de Adriana o jugando con ella cuando se despertaba.

Al día siguiente Zack vio a Andrea sonreír durante todo el desayuno, como si de verdad nada hubiera pasado. Sus hermanos enseguida organizaron una salida porque querían ir a presumir a la bebé con sus amistades del pueblo, y Zack alcanzó a la muchacha en la cocina.

—¿Vamos un rato a caminar? —le preguntó como si fuera un cachorrito perdido y ella le hizo un puchero.

—Bueno... la verdad es que se me quedaron pendientes los regalos desde ayer y mira —respondió Andrea señalando el árbol—, ya están puestos todos menos los nuestros. ¿Te parece bien si me quedo y acabo de envolverlos? Además me gustaría hornear algunas galletas para tu mamá, esta noche vamos a decorarlas, y creo que estas sí se las van a comer —rio ella y por más que Zack quería creer en aquella felicidad, simplemente no se la tragaba.

Se inclinó sobre ella, acercando sus labios a los suyos y Andrea se paró en las puntas de los pies para besarlo. No tenía nada que envidiarle a un buen beso, pero ya no... ya no vibraba.

—Me llevo a la nena, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, diviértanse —sonrió ella y cuando Zack pasó junto a su madre solo la escuchó suspirar.

—Estás jodido —le dijo, despidiéndose.

Los chicos salieron con la pequeña Adriana como princesa que presumir y Andrea se quedó haciendo exactamente lo que había dicho, horneando galletas y envolviendo regalos para mantener la mente ocupada antes de que su pequeño corazón empezara a sentir los efectos de todo lo que estaba pasando.

Precisamente mataba el tiempo vigilando el horno y haciendo chocolate caliente, cuando aquella silla de ruedas entró en la habitación.

—Señor Nikola, ¿cómo está? ¿Quiere un chocolate caliente? —le ofreció Andrea y el hombre enseguida asintió.

—Por supuesto. Y me alegro de que te hayas quedado, porque me gustaría hablar contigo, ¿tienes un minuto? —le preguntó.

Andrea contuvo el aliento solo un instante antes de responder.

—Por supuesto, señor Nikola —accedió poniendo una taza en su mano y sentándose frente a él en la escalerilla de la cocina, a su misma altura—. ¿Qué pasa?

—Antes que nada me disculpo por lo que pasó anoche, mi esposa le llamó presión a mi entusiasmo, pero supongo que todo depende del cristal con que se mire, ¿verdad? —Andrea asintió en silencio—. Sin embargo, si no es mucho entrometerme... me gustaría saber por qué no quieres casarte con mi hijo.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: UN BEBÉ PARA NAVIDAD