Un extraño en mi cama romance Capítulo 113

Qué día tan desafortunado. Qué día tan horrible y desafortunado estaba resultando ser.

Primero, nos encontramos con Emanuel en el supermercado. Nos había seguido después de eso. Ahora, Roberto acababa de atraparme con las manos en la masa.

Me quedé boquiabierta. Me quedé sin habla. Justo cuando me preguntaba cómo iba a salir de esto, Emanuel se despertó. Miró hacia arriba y, al ver a Roberto, dijo feliz:

—¿Tú también estás aquí? Los cangrejos al curry de Andrés son realmente deliciosos.

—¿Andrés? —Roberto entrecerró los ojos—. ¿Andrés también cenó ahí?

-Emm. -Me lamí los labios-. Crecimos juntos. Andrés también conoce a la mamá de Abril. Fue a celebrar su cumpleaños con nosotros.

Me di la vuelta y me limpié el sudor de la frente. Eso sonaba creíble, ¿verdad?

Emanuel parpadeó y dijo:

—¿De quién es el cumpleaños hoy? ¿De Abril o de Andrés? ¿0 es tuyo, Isabela?

Quería estrangular al chico. Escuché una risa fría familiar cuando los labios de Roberto se movieron hacia arriba.

—¿Qué hay de Emanuel? ¿También estaba celebrando el cumpleaños de la madre de Abril?

—Fue una coincidencia. Nos topamos con él. Quiso acompañarnos -dije, mi voz se volvió más suave mientras hablaba. La mentira no iba a aguantar. Debía hacer un escape rápido.

Lo hecho, hecho está. No había nada que yo pudiera hacer.

Entré a mi habitación rápido y cerré la puerta. Roberto tenía a Emanuel tendido sobre él. No pudo detenerme porque tenía las manos ocupadas. Así fue como logré escapar.

Presioné mi oído contra la puerta y escuché mientras Roberto metía a su hermano en su habitación, luego le indicaba a una de las sirvientas que preparara sopa para la resaca de Emanuel.

Tenía la sensación de que este iba a ser mi final. No sólo le había mentido y le había dejado asistir solo a su sesión de networking, había emborrachado a su hermano.

A pesar de sentirme somnolienta, mi fuerte sentido de autoconservación me impidió quedarme dormida. Me senté frente a mi restirador, tomé mi lápiz y comencé a dibujar. Me aseguré de lucir seria mientras dibujaba. Le atiné. Roberto llamó a mi puerta antes de que hubieran pasado diez minutos.

Conocía bastante bien a Roberto. Era un hombre mezquino que siempre trataba de vengarse.

Fui a abrir la puerta. Antes de que pudiera decir algo sobre lo que le había dicho antes, levanté mi lápiz de dibujo y dije:

-Estoy dibujando tu retrato. Acabo de mezclar los colores.

Me miró con recelo y dijo:

—¿Estás segura de que puedes hacer un buen dibujo cuando estás tan borracha?

-Algunas personas confían en la inspiración cuando dibujan. Me siento inspirada ahora mismo. No deberías molestarme.

Miró mi restirador y dijo:

—Sabes lo que te va a pasar si cometes el más mínimo error con el retrato, ¿verdad?

-Lo sé, lo sé -dije con una amplia sonrisa-. Haré un buen trabajo. Ve y descansa bien.

Ayer había pasado la noche en el sofá. Probablemente no había dormido bien. Al fin se volvió hacia la puerta. Antes de que pudiera soltar un suspiro de alivio, se detuvo en seco.

-Isabela, ¿qué es lo más importante en tu vida en este momento?

-¿Qué? -su repentina pregunta me confundió.

-¿Es la familia? ¿Romance? ¿Amistad? ¿O es riqueza y poder?

¿Por qué me estaba preguntando esto de la nada? No me quedaba familia. Tampoco tenía mucho en lo que respecta al romance. No me importaba la riqueza y el poder.

—Amistad —dije con firmeza. Se rio. No podía creerlo.

Parecía muy feliz. Me levantó el pulgar y dijo:

-Está bien. Pronto haré que te des cuenta de que la amistad es la cosa más inútil de este mundo. No tiene valor alguno.

-¿Qué quieres decir? -dije con los ojos muy abiertos.

-¿Abril es tu mejor amiga?

-Claro.

Sonrió con malicia.

-Pronto verás la amistad tal como es. Es fácil mantener una buena relación cuando no hay ningún conflicto de intereses. Pero, una vez que estalla una pelea por el interés de uno entre dos personas, te darás cuenta de que sólo hay una persona en la que puedes confiar en todo el mundo y esa eres tú misma.

-El hecho de que tu corazón sea negro no significa que el de todos los demás lo sea. Todavía hay mucha bondad en este mundo.

-¡Ja, ja, ja! -se echó a reír. No tenía ¡dea de qué hacer ante semejante risa.

Las expectativas de los hombres se estaban volviendo cada vez más irreales. Ya no estaban satisfechos con una cara bonita. Sólo estaban interesados en mujeres que tuvieran buena apariencia, gran riqueza y un alto estatus. Deben pensar que son como emperadores.

Abril llegó a la oficina justo después que yo. Se veía entusiasmada. Había bebido más que todos la noche anterior. Pero ella no pareció verse afectada en absoluto.

—¿Roberto te dio algún problema anoche?

—No mucho.

—¿Qué hay de Emanuel? No bebió tanto, ¿verdad?

-Sabes que bebió mucho -dije. Me sentí un poco incómoda-. Roberto no me dejará escapar tan fácil.

Todavía estaba pensando en eso cuando Silvia Pilar llamó a mi puerta.

-Señorita Ferreiro, señorita Rojas, hay algo para usted.

Empujó la puerta para abrirla. En sus brazos había un enorme ramo de rosas. Tenían un color muy extraño. Eran verde pálido. Escuché que las rosas de ese color tenían que ser cultivadas de manera artificial. Eran muy caras.

Abril y yo nos miramos.

-¿Quién envió esas flores?

Silvia colocó el ramo en la mesa de café. Era enorme. Ocupaba toda la superficie de la mesa.

Abril sacó una tarjeta del ramo de flores.

-Son de Roberto.

Sus ojos se agrandaron.

—¿Por qué Roberto te envía flores tan temprano? ¿Le dieron un golpe en la cabeza anoche?

Yo también me sorprendí. No tenía idea de lo que estaba haciendo esta vez.

Me acerqué y le quité la tarjeta.

-No me pareció muy agradable ayer por la noche -murmuré—. ¿Por qué me enviaría flores de repente?

Le di la vuelta a la tarjeta. Fue entonces cuando me di cuenta de que algo no estaba bien. El mensaje en el reverso de la tarjeta era: «Para Abril».

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