-Estoy muy asustada. Nunca he mentido en toda mi vida —le dije con voz cansada.
-¿Nunca has dicho una sola mentira?
-Sí.
-Ah. ¿Qué piensas de mí entonces? -preguntó de repente.
-¿Qué?
-¿No dijiste que no mientes? Lo pondré de esta manera. ¿Estás enamorada de mí?
-Piensas demasiado en ti mismo. No me gustan los hombres como tú. Eres egocéntrico y arrogante y tienes expectativas poco realistas. Eres el tipo de protagonista masculino que hace tiempo que pasó de moda en las novelas románticas.
Lo dije sin pensarlo y de inmediato me arrepentí de mis palabras. Roberto era una persona mezquina. Iba a guardar este rencor durante mucho tiempo.
Había pasado por el bloqueo de la carretera antes de que el miedo me alcanzara. Para entonces, la policía de tránsito se había quedado en el polvo detrás de nosotros.
-¡Me las arreglé para pasar por delante de ellos! -dije con mis ojos nublados en lágrimas de alegría— No nos detuvieron.
-Tienes lo que otros llaman una conciencia culpable. ¿Por qué te detendrían si no has hecho nada malo?
Habíamos pasado el bloqueo de la carretera. Podía decir lo que quisiera.
Cruzó los brazos de repente y se volvió hacia mí.
-Entonces, ¿tengo expectativas poco realistas? ¿Soy egocéntrico y arrogante?
Sabía que no iba a dejar pasar eso tan fácil. Puse una sonrisa en la cara y dije:
—¿No estabas intentando distraerme con la conversación para poder pasar la policía de tráfico de forma segura?
-No te daba permiso para hablar mal de mí.
-Sólo dije esas cosas porque me lo pediste. No puedo mentir -le dije. Pisé con fuerza en el pedal. La espalda de Roberto apenas golpeó el asiento del coche. Aulló de dolor.
—¡Isabela!
Sabía lo mucho que me quería muerta en ese momento.
La mansión de Roberto estaba situada en una zona residencial de lujo. Era un desarrollo que había sido construido por las Empresas Lafuente. La tierra en la que se construyó era muy costosa. De seguro costaba su peso en oro.
Conduje el auto al garaje. Había un censor instalado en la puerta. El garaje comenzó a levantarse después de que el coche entró. Cuando salimos del coche, nos vimos frente a las puertas de cristal de cuerpo entero al balcón en el
segundo piso.
La mansión de Roberto era lo que imaginaba que sería. Era espaciosa y muy bien decorada. Uno podría incluso llamarlo una extravagancia excesiva.
Me sentí como la abuela recorriendo los jardines. La mansión de Roberto estaba decorada de una manera exquisita, se instaló con cierta tecnología de vanguardia.
Con un chasquido de sus dedos, las puertas se abrieron a algo de pie frente a la entrada. Era gordito, blanco y tenía un par de ojos grandes. Tenía una bandeja en sus manos. No era un sirviente. Era un robot.
Empezó a hablar con nosotros. No hubo pausas prolongadas entre sus palabras mientras nos hablaba. No sonaba robótico o alienígena en absoluto. De hecho, su voz tenía todas las cualidades de la famosa actriz Meryl Streep.
Sostuve la mirada del robot durante dos segundos completos. Antes de que pudiera decir algo, el robot habló.
-Hola. Mi nombre es Antoinette.
-Hola, Baymax —le respondí seria.
-No. Mi nombre es Antoinette.
La presencia de un robot tan avanzado en la mansión de Roberto no me sorprendió en absoluto. Lo que me sorprendió fue la extraña combinación de la apariencia de Baymax y la voz de Meryl Streep. Le daba una extraña y perversa cualidad a esos tonos.
—¿El robot es tuyo?
—¿De quién más podría ser? ¿Tuyo? —dijo Roberto. Se acercó al robot y le dio unas palmaditas en la cabeza-. Hola, Baymax.
—Hola, mi elegante maestro. Mi nombre es Antoinette.
Estaba justo detrás de Roberto.
-¿Qué tipo de configuración perversa le programaste a este robot? ¿Mi elegante maestro?
—Tiene muchos más nombres para mí.
—¿Como cuáles?
—Mi estimado gobernante. Mi divino monarca. Hay otros.
—Qué loco estás.
Entramos en el pasillo.
—Entiendo. Estás diciendo que las personas comunes somos formas de vida más bajas -le dije. Me acerqué a la nevera e inspeccioné su contenido. Empecé a pensar en qué cenar esta noche.
-Llamo de manera directa a los proveedores y consigo que entreguen los productos directamente a nuestra casa.
—Ya veo —dije.
La tecnología hacía todo más conveniente. No, eso no era correcto. El dinero hacía todo conveniente.
El robot no era muy avanzado de todos modos. Se había instalado un programa en su hardware. Llamaría a los proveedores de manera automática y realizaría un nuevo pedido de productos cuando los artículos de la nevera se agotaran.
-¿Sabes cocinar? -le pregunté a Baymax.
Parpadeó y respondió:
-Las funciones que tengo instaladas ahora no incluyen cocinar.
-Entiendo. Entonces, sólo eres un robot con funciones básicas -le dije mientras sacaba ingredientes de la nevera. El robot parecía sentirse insultado por mi comentario. Se quedó a mi lado y se esforzó por tomar represalias contra mi comentario-. ¿Cuál es el punto de tener un nombre tan elaborado? Ni siquiera puedes cocinar.
—Soy ama de llaves, no un cocinero.
-Isabela -sonó de repente la voz de Roberto en la cocina. Miré a mi alrededor. Encontré una cámara y un altavoz en la esquina de la cocina. Podía ver cada uno de mis
movimientos. Me sentí tan expuesta de repente.
—¿Qué? —pregunté.
—¿Cuándo piensas dejar de discutir con mi robot?
No quería entrar en una discusión con el robot. No habría empezado una en primer lugar si hubiera dejado de llamarme criada.
—Puedes apagar las cámaras de la cocina.
-¿Sabes cómo cocinar?
—Sí, un poco.
—¿Estás segura de que lo que hagas no me matará?
—Será mejor que lo que se le ocurra a tu robot.
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