Me sentí un tanto tímida en presencia de Silvia. No pude evitar sentir que había interrumpido su rato a solas con Roberto. Podía ver que todavía estaba muy enamorada de él. Era una mujer tan orgullosa. Sin embargo, sus ojos se llenaban de amor cuando lo miraba. Era una miraba que sólo tenía cuando veía a Roberto.
No podía distinguir qué pasaba en la mente de Roberto, pero sí en la de Silvia. Tenía talento para la observación desde niña. Mi madre me había dicho que entender la forma en que las personas se sienten ayudaba a llevarte bien con ellas. Por eso Roberto y yo no podíamos: no era capaz de leerlo.
-El chef del crucero preparó esto. Es un chef con estrellas Michelin. Conseguimos un chef de cinco estrellas certificado para cocinar estos platillos —nos contó Santiago.
La mesa estaba llena de delicias. La boca se me hizo agua de sólo ver el suntuoso banquete. Vi que había cangrejo al curry y cangrejo frito con picante. Se veían deliciosas.
Estaba a punto de tomar un poco cuando Roberto informó con gran entusiasmo:
—Isabela sabe cocinar eso.
-¿De verdad?
Santiago levantó la vista. Parecía interesado.
-Sabía horrible. Isabela, prueba el cangrejo al curry que preparó nuestro chef. Así sabrás cuánto puedes mejorar -dijo descaradamente mientras ponía en mi plato unos trozos de cangrejo.
Deseé con todas mis ganas aventarle ese cangrejo a la cara y embarrarlo de curry. No tenía palabras para él. Esa noche, él había comido tanto como los demás. Sin embargo, ahora estaba menospreciándome.
Mordí con furia el cangrejo. Vi que había pinzas en la mesa. Eran para quebrar el caparazón de los cangrejos. Roberto estaba usándolas. Era muy hábil. Los caparazones se quebraban con un fuerte crujido cada que apretaba las pinzas, lo que dejaba al descubierto la suave carne de adentro. No tenía idea de para quién eran los cangrejos sin caparazón. Probablemente no para mí. Él no era tan amable. Sin embargo, él no podía comerlos. Se lo recordé atentamente.
-No se supone que comas cangrejo.
-Sólo dime si quieres -dijo él mientras meneaba la jugosa carne de cangrejo entre sus dedos—. No tengo obligación de servirte.
—No dije que quisiera.
Antes de que terminara de rechazar su oferta, puso la carne de cangrejo en el tazón de Silvia.
—Prueba el buen trabajo de nuestro excelente chef.
-Gracias -sonrió Silvia.
Su mirada pasó por mi rostro como una pluma al vuelo. Me raspó un poco y me lastimó. Silvia comía como una princesa. Creo que yo no me veía tan mal comparada con ella. Cuando yo era niña, mi madre me había enseñado que las niñas no debían esperar verse bonitas cuando comían, pero sí debían verse presentables. Decía que las niñas eran la personificación de la belleza. No debíamos dejar que nuestras acciones estropearan nuestra belleza natural.
El chef era muy bueno. Todos los platillos que sirvieron estaban deliciosos. Sin embargo, no había mucho que Roberto pudiera comer. No podía comer cangrejo, así que decidió tomar los camarones gigantes. Eran enormes. Cada uno era del tamaño de una mano.
Vi su tenedor pinchar el camarón. Luego, le di un pisotón por debajo de la mesa. Se volteó y me miró con furia. Ahora no podría armar una escena.
—¿Qué te pasa? —Gesticuló.
-No puedes comer mariscos. Se te hincharán los ojos como focos.
-¿Entonces qué voy a comer?
—Toma el pan y la ensalada.
Estaba enfurecida. Era una rabia sin sentido. No estaba intentando probarle nada a Silvia. Simplemente me había acostumbrado a cuidar a Roberto. Sin embargo, él era un dios a los ojos de todas las mujeres. No necesitaba que yo lo cuidara. No debería molestarme con esos gestos innecesarios. De todos modos, él no los apreciaba.
Sabía que iba a molestarse conmigo por rechazar el cangrejo que había pelado para mí, pero no había ninguna regla que dijera que yo tenía que aceptar todo lo que me diera. En realidad, él no era el diablo. En cuanto me dejaba de preocupar lo aterrador que era, dejaba de serlo.
Terminé de cenar con una expresión lúgubre. El chef salió para preguntar qué nos había parecido la comida. Yo quería irme a bañar pero el hombre me detuvo.
-Señora Lafuente, por favor. Aún falta el postre. Espere un poco.
—Ya me llené.
-Aunque sea una mordida. Esperaba poder escuchar las opiniones y sugerencias del señor Lafuente y la señorita Ferreiro sobre el postre.
No pude negarme cuando lo pidió tan amablemente. Me senté de nuevo en la silla. Mis pensamientos estaban revueltos. Mi pecho se sentía atiborrado, como si hubiera nubes de tormenta dentro de él. Yo no me enojaba con facilidad. Abril decía que yo era una persona que perdonaba con demasiada facilidad. Mi padre me había comprado un vestido muy hermoso y caro para mi cumpleaños. Planeaba usarlo en la fiesta de cumpleaños de Abril, pero Laura lo había cortado en pedazos con unas tijeras. Lloré muchísimo pero no le conté a nadie. Ni siquiera me había enojado con Laura. Sabía que ella no me quería. Nuestra relación significaba que nunca lo haría. ¿Por qué no era tan indulgente con Roberto?
Terminé de comer. Con el tenedor, aplasté el cangrejo en mi plato. El chef estaba hablando con Roberto y los demás. Iba a servir el postre. Silvia se disculpó para ir al baño. Santiago decidió ir a revisar la cocina. Roberto y yo nos quedamos solos en la mesa. Todavía estaba ignorándolo y planeaba continuar. Me pregunté por qué me desgastaba en eso. ¿Por qué me desgastaba preocupándome por él? ¿Por qué me molestaba en cuidarlo? ¿Por qué me molestaba que no se tomara su medicina y tuviera indigestión otra vez?
Me debatía con mis pensamientos cuando sentí que Roberto me daba una palmada en el hombro. Volteé y le grité:
-¿Qué quieres?
Levantó el puño abrió la mano.
—Mira.
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