Un extraño en mi cama romance Capítulo 200

Silvia se fue. El comportamiento de Roberto no era en absoluto caballeroso. No se había ofrecido a acompañarla de vuelta a su habitación. En su lugar, había entrado en nuestra habitación y cerró la puerta.

Parecía listo para una pelea. Lo miré sin miedo. No había hecho nada malo. Se acercó a mí y me agarró la muñeca.

—Parece que alguien ha aprendido algunos movimientos. Sentir a los chicos guapos, ¿eh?

—Estaba tratando de hacerme una ¡dea de los contornos faciales de Santiago.

Levantó una ceja de una manera intimidante.

-¿Ah, sí?

-Quería que esculpiera una estatua de él. Tuve que hacerme una idea de su estructura ósea. No sabría cómo empezar con la escultura sin tener una ¡dea de su estructura ósea.

—¿Cuándo te convertiste en artesana? ¿Estás desesperada?

-No le estoy cobrando. Me vio... —mi voz se fue apagando. No quería que Roberto supiera que estaba tallando un dije de jade para él. No era porque quería mantener el regalo como una sorpresa. Le había prometido una estatua hecha de cristal blanco. No iba a estar contento cuando se enterara de que iba a conseguir un pequeño dije en lugar de una estatua apropiada.

Iba a hacerlo en secreto. No tendría más remedio que aceptarlo después de que se hiciera.

Vio el jade y mis herramientas esparcidas por la mesa. El toque de molestia en su voz se profundizó.

-¿Para quién es eso?

-No es tu asunto. Es un proyecto de arte en el que estoy trabajando.

—Tienes el enorme lío con el que debe lidiar la Organización Ferreiro. ¿Por qué no haces algo al respecto?

¿Por qué estás en este barco? ¿Es por diversión? Silvia está aquí por trabajo. ¡Parece que estás tratando esto como unas vacaciones!

—Eso es exactamente lo que estoy haciendo. Silvia fue asignada para manejar el proyecto. Tú eres el que me arrastró aquí.

-Bien, bien -dijo y asintió con la mandíbula apretada-. Te puedes ir.

-Estamos en el mar. ¿A dónde voy? ¿Me estás pidiendo que salte al océano?

Estaba siendo irrazonable. El que haya tocado la cara de Santiago no tenía nada que ver con él.

-Por favor, no me digas que en realidad eres muy gay y que estás enamorado de Santiago -entrecerré los ojos y le dije.

Roberto me miró. Una de sus pupilas se había dilatado.

Estaba perdida. Había hecho enojar al demonio. Eso sólo pasaba cuando estaba muy enojado conmigo.

Se me acercó amenazante y tomó mi barbilla.

—¿Te gusta tocar hombres, no? Tócame. Tengo un gran cuerpo. Mejor que el de Santiago.

-Eres demasiado musculoso. Demasiado fuerte.

Pasó mi mano por debajo de su camisa y la posó en su pecho desnudo. Estaba furioso. No importaba cuánto luchara. No era rival para él. Quería que lo tocara. Está bien. Lo haría.

Mi mano deambulaba por su pecho. Roberto tenía una gran piel. Era suave y sedosa al tacto. Su pecho estaba musculoso y firme. Eran como dos bollos grandes e inflados.

Lo pinché con el dedo. El pliegue en su frente se profundizó. No recibí el ceño fruncido de miedo en su cara. Él había sido el que me había dicho que lo tocara.

No sólo le iba a tocar el pecho. También le iba a tocar la espalda. Las líneas de su espalda musculosa eran espectaculares. Nunca había hecho una escultura de cuerpo entero de un hombre. Me pregunté cómo se vería si lo esculpiera de arcilla.

Me perdí en mis pensamientos sobre esculpir. No me di cuenta de hacia dónde se dirigía mi mano.

Empecé a sentir el aliento de Roberto en mi cara. Cuando al fin me saqué de mis pensamientos, me encontré nariz a nariz con él.

Me envolvió el brazo alrededor de la cintura sin previo aviso.

—Te he subestimado, Isabela. Vaya que sabes cómo tentar a un hombre.

-¿De qué estás hablando? Estaba pensando en hacer una escultura de cuerpo entero de ti... —Sus labios sellaron los míos antes de que terminara de hablar.

Sus labios se sentían calientes. Sus palmas se sentían calientes. Eran como hierros escaldados presionando en la parte posterior de mi cintura. Me besó una y otra vez.

Había sido un beso al día con Roberto durante los últimos días. Pensé que podría salirme con la mía hoy. Al final no logré esquivar esa bala.

Me empujó hacia atrás mientras me besaba. Terminé cayendo sobre la cama. Sus dedos habían comenzado a desabrochar la parte superior de mi pijama. Fue entonces cuando me di cuenta de que no se iba a conformar con besos esta noche.

-No hagas una escultura para Santiago -dijo. Así que no se había quedado dormido.

—¿Por qué no?

-Tus esculturas son feas. Está bien cuando lo haces por mi mamá y por mí. Pero debemos mantener esto en la familia y no dejar que nos avergüences en público con tus esculturas feas.

Lo golpeé con fuerza. Se apoyó en mi hombro y durmió como un niño.

-Levántate. Aún no te has duchado, ¿verdad?

-Está bien. Me bañé ayer.

-¿No te encanta estar limpio? -pregunté. Debe ser todo un acto. ¿Qué fenómeno limpio dormiría antes de ducharse?

Se apoyó en mí con obstinación e ignoró mi pregunta. Le pellizqué la oreja con fuerza.

-Báñate o puedes olvidarte de dormir.

Levantó la vista y me dio una mirada lamentable.

-Tengo sueño.

—Eso no es excusa. Ve a ducharte.

Le tomó mucho tiempo antes de que al fin se levantó de la cama, agarró su pijama y fue a ducharse como se le había dicho.

Si hubiera continuado con su rabieta infantil, habría tomado un video de su comportamiento vergonzoso y lo habría subido a internet. Tenía que hacerle saber a los internautas del mundo que el increíble Roberto Lafuente que amaban y adoraban era un niño llorón en privado.

El aire en la habitación se sintió sofocado. Roberto se estaba duchando, así que decidí salir a tomar un respiro de aire fresco.

Fui recibida por Silvia de pie solo junto a los rieles. Se había cambiado y andaba en pijama. Era un vestido blanco de seda con correas finas. Era en extremo delgada. Tan delgada que los tirantes no podían quedarse sobre sus hombros. Uno se había deslizado.

Su ligera forma se balanceó en el viento. Era un espectáculo muy lamentable de ver. Quería ir y entablar una conversación. Habló de repente.

-Quédate donde estás, Isabela.

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