Un extraño en mi cama romance Capítulo 206

—No estaba seguro de si contestarías mi llamada.

—Por supuesto que lo haría —le dije. Apoyé mi mano contra el árbol. La luz del sol se derramaba a través de la red de ramas y hojas. Me quedé mirando aturdida los dos puntos de luz cegadores en el dorso de mi mano.

—Abril vino a buscarme el otro día.

—Ajá.

—Ella me dijo que te gustaría que retirara la apelación de tu divorcio.

—Ajá.

—¿Por qué? ¿No quieres divorciarte de Roberto?

—Esas son dos cosas diferentes —dije. Roberto estaba de pie al sol, discutiendo el trabajo con algunos ingenieros. La luz se derramó sobre él y lo encendió. El mundo era el escenario y el sol el centro de atención que seguía implacable a Roberto.

—Son lo mismo para mí.

—Andrés —dije. Habíamos terminado teniendo un desacuerdo sobre esto. No quería discutir más sobre el tema. No tenía sentido—. Me divorciaré, pero no de esta manera. Mi decisión permanece sin cambios. Retira la apelación. Roberto y yo nos divorciaremos tarde o temprano.

—Isabela —Andrés pronunció mi nombre.

—¿Sí? —respondí por instinto.

—Si quieres liberarte de Roberto, debes hacer que te odie. Te preocupas mucho por su reputación. ¿Por qué?

—Yo fui quien causó todos esos problemas. Solo quiero tranquilidad.

—¿Ah, sí? —hizo una pausa—. Si eso es realmente lo que crees que quieres, haré lo que dices.

—Gracias —solté un suspiro de alivio—. Gracias, Andrés.

—No voy a aceptar tu agradecimiento. No aceptaré ninguna gratitud que expreses en nombre de Roberto —dijo Andrés. Su voz sonaba débil por el teléfono, como si una ligera brisa pudiera esparcir sus palabras en el aire con facilidad.

Estaba a punto de terminar la llamada cuando volvió a hablar.

—Isabela, mi mamá está en la ciudad.

—¿De verdad? —pregunté, mi voz se volvió un poco estridente por la emoción—. ¿Tu mamá está en Ciudad Buenavista?

—Sí. Te extraña mucho.

—Yo también la extraño mucho —le dije—. Pero estoy fuera de la ciudad en este momento. Regresaré en unos días.

—Ella se quedará conmigo durante su tiempo aquí. Debes concentrarte en tu trabajo. Podemos encontrarnos en cualquier momento.

—Está bien. Iré cuando regrese.

—Está bien.

—Adiós.

Alejé mi teléfono. La voz de Andrés sonó de nuevo.

—Isabela, mi mamá cree que estamos en una relación.

Tenía mi teléfono a cierta distancia de mi oído. Su voz era indistinta pero aún podía escuchar lo que había dicho.

Coloqué mi teléfono contra mi oreja de nuevo.

—¿Qué acabas de decir?

—Mi mamá cree que estamos juntos. Ella piensa que nos vamos a casar.

—Andrés, sabes que estoy...

—Mi mamá no ha estado muy bien —Andrés me interrumpió de repente.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Es Alzheimer.

Se me hundió el corazón. Como el sol poniéndose que había visto a bordo del crucero anoche, se hundió de repente en las profundidades del océano.

—Eso es imposible. ¡Todavía es muy joven!

—La edad no siempre es el factor determinante cuando se trata de este tipo de enfermedades. La muerte de mi papá fue un gran golpe para mi mamá. Ese podría haber sido uno de los factores que contribuyeron a su enfermedad. Ella no tiene la mente clara ahora. Ha olvidado muchas cosas, pero te recuerda a ti.

—Andrés —dije mientras me limpiaba los ojos. Estaban mojados—. Pasaré de visita cuando regrese a Ciudad Buenavista.

—Isabela, no puedo explicarle algunas cosas a mi mamá.

—Lo sé. Sé a lo que te refieres.

Terminé la llamada con Andrés. Mi estado de ánimo empeoró.

A lo largo de la vida, una de las peores cosas que uno podía experimentar era ver envejecer y desvanecerse a sus seres queridos.

Todos eran iguales. Todos tenían miedo al cambio. Tenían miedo de que las cosas cambiaran tanto que no pudieran reconocerse a sí mismos.

Me quedé bajo el árbol por un largo rato antes de escuchar a Silvia llamándome.

—Isabela.

Di la vuelta. Sostenía una sombrilla y estaba de pie al sol, a unos pasos de mí.

—Te llamé varias veces.

—Vine poco antes que tú —dijo Silvia con frialdad—. Ya estaba llorando cuando llegué.

Pensé que Roberto dejaría pasar esto, pero siguió insistiendo. Persistió con sus incansables preguntas durante nuestro viaje a la casa del ingeniero.

—¿Por qué estabas llorando?

Me estaba molestando con sus preguntas.

—Fue por ti —dije al fin.

—¿Qué?

—Tu truco publicitario es demasiado perfecto. Me preocupa no estar acostumbrada a la vida después de que dejes de hacerlo.

Me sostuvo por los hombros y me miró con seriedad, su mirada evaluadora recorriendo mi rostro en repetidas ocasiones.

—No tienes que preocuparte por eso.

—¿Hmm?

—Sólo usa tus encantos conmigo. Mantendré estos trucos por un tiempo más.

—Ja —respondí. Apoyé mi codo contra la ventana del auto y puse mi mejilla en mi palma mientras miraba por la ventana. Las casas de los nativos isleños habían sido remodeladas. Parecían nuevas bajo la luz del sol.

—Todo ha cambiado —murmuré.

—¿Cómo se ven?

—Se ven demasiado nuevas —suspiré—. Demasiado perfectas. Ya no parecen vivas.

Roberto volvió mi rostro hacia él y me miró a los ojos.

—¿Ah, sí?

—Las casas podrían parecer viejas y un poco gastadas en el pasado, pero reflejan la verdadera vida de los isleños. Estas casas nuevas lucen decorativas. No parecen auténticas en absoluto.

La mirada en sus ojos se puso en blanco cuando comenzó a pensar. Santiago se sentó frente a nosotros mientras Silvia se sentó al frente, al lado del chofer.

—¿Cuántas casas tenemos que aún no están renovadas? —le preguntó a Santiago de repente.

—Sesenta por ciento.

—Detengámonos ahí entonces.

—Si, señor.

—Roberto —exclamé en estado de shock—. Fue sólo un comentario. No deberías tomártelo tan en serio.

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