—Roberto, Roberto —dije al darle una bofetada en las mejillas. Fue una bofetada dura. Por fin abrió los ojos y me miró con indiferencia.
—¿Qué ocurre?
—Pensé que habías muerto.
—Si muero no será por enfermedad, será por culpa tuya —explicó con su cabeza colgando débilmente sobre su cuello.
—El médico dijo que bebieras más agua.
—Me tienen con suero —exhaló con debilidad—. Necesito expulsar un poco de agua.
Me tomó un momento entender lo que me decía.
—¿Necesitas ir al baño?
Se levantó un poco en la cama pero no pudo ponerse de pie después de una larga lucha. Sangraría por la intravenosa en cualquier momento. Me acerqué y lo ayudé a levantarse.
—No tienes que hacerlo todo tú solo si no puedes. Estoy aquí para ayudarte.
—¿Y quién tiene la culpa de la situación? —dijo burlándose.
Admito que yo era culpable de su situación actual, pero nadie le dijo que viniera por mí.
Levanté a Roberto de la cama. Era mucho más alto que yo y parecía que caería sobre mí en cualquier momento. Tenía la sensación de que me aplastaría al aterrizar sobre mí. Entramos en el baño tambaleándonos. Se volvió y me miró fijamente.
—¿Qué? ¿No querías ir al baño?
—¿Estamos encadenados?
—No.
—¿Entonces por qué sigues aquí? —me preguntó con una mirada molesta.
Me preocupaba que pudiera resbalarse y caer en su estado debilitado. ¿Pensó que estaba interesada en verlo orinar? ¿Qué tipo de fetiches creyó que yo tenía?
—Cuida tus pasos —le advertí—. No te caigas al inodoro.
—Gracias por el recordatorio —me dijo y me dio otra mirada. No tuve más remedio que soltar su brazo y salir del baño.
—Cierra la puerta —bramó hacia mí mientras salía.
¿Le preocupaba que pudiera escucharlo orinar? ¿Quién haría eso?
Cerré la puerta y esperé junto al baño. Si llegaba a caerse, podría correr y ayudarlo a levantarse en cualquier momento. No importaba por qué vino por mí, enfermó por mi culpa.
Roberto salió del baño y regresó a la cama sin ningún problema. Extendí la mano y sentí su frente. Su temperatura parecía más baja. Se recuperaría. Me sentí mucho mejor. Era mediodía y estaba hambrienta.
—¿Qué te gustaría comer? —le pregunté.
—Quiero duraznos.
—¿Para comer? ¿Quieres duraznos en este momento? —le pregunté. Corrí hacia la ventana y miré afuera. El árbol ya no tenía frutos. Había algunos en el suelo. Habían caído y aún no acababan de descomponerse. Se volvieron grises y amarillos y ya no podía hacerse nada con ellos.
—La temporada de duraznos ya pasó —regresé a su cama y le dije.
—¿Tan pronto?
—Sí. No es tan larga. Solo están disponibles durante la temporada de lluvias —dije. Un repentino arrebato de tristeza se apoderó de mí—. Tendrás que esperar hasta el próximo año.
No habría un «próximo año» para nosotros. Habremos seguido caminos distintos para entonces.
—Bueno, comeremos duraznos el año que viene. Cuidaré bien el árbol para que esté sano y tenga frutos.
—¿Te gusta mucho el sabor del durazno?
Ignoró mi pregunta. No importaba que no hubiera duraznos. Aún teníamos que comer.
Bajé las escaleras y comencé a prepararnos algo. La cocina nunca se había usado pero estaba equipada con todo tipo de ingredientes. Encontré muchas variedades de arroz en la despensa, había para preparar platillos de todo el mundo. ¿Qué debería preparar?
Lo pensé un poco y decidí preparar arroz rojo en una olla. Empecé a preparar el platillo fuerte mientras se cocinaba el arroz.
Encontré filete de res en el refrigerador. Lo corté en tiras finas y lo freí con pimientos verdes y rojos. Saqué algunas otras verduras del refrigerador y preparé ensalada. La fragancia de la carne llenó la cocina. Santiago me llamó. Dijo que habían regresado de la Isla Solar.
—Eso fue rápido —expresé sorprendida.
—No tomé el crucero. Regresé en lancha. Las aguas estaban tranquilas hoy, fue un viaje sencillo. No hay de qué preocuparse.
—¿Estás con Silvia?
—¿Quemándose? ¿Qué se quema?
Fue entonces cuando percibí algo extraño en el aire.
—Mi arroz. ¡Mi arroz! —chillé y salí corriendo de la habitación.
El arroz ya estaba muy seco. Olía a arroz quemado. Corrí y apagué la estufa. El arroz era decente pero la capa en el fondo de la olla se había quemado. No fue tan malo como pensé. No le hice un agujero a la olla.
Baymax revoloteó a mi alrededor. No pude evitar desahogar mi frustración con el robot.
—¿Por qué no apagaste la estufa? El arroz casi se echa a perder.
—No estableciste un temporizador.
—Por eso no se puede contar con los robots en absoluto. Se necesita una persona a cargo que se asegure de que las cosas trabajan de forma correcta —dije enfurecida antes de servir el arroz.
No fue tan malo. El arroz al fondo de la olla se quemó pero el resto sabía bien. Sólo tuve que separar la porción quemada del resto al servirlo. Todavía era comestible. Además tomaría mucho tiempo empezar de cero. Estaba hambrienta.
Debí dejar que Baymax pidiera comida a domicilio. Hay restaurantes que hacen todo tipo de arroz.
Llené dos platos con arroz y lo demás que había preparado y lo coloqué en una bandeja. Roberto frunció el ceño cuando me vio entrar en la habitación.
—¿Piensas alimentarme con comida quemada?
—No está tan mal. La capa de arroz en el fondo de la olla se quemó un poco. Las porciones que saqué de la olla no están mal. Es culpa de tu olla. Tiene teflón, el arroz no debería quemarse en absoluto.
—No culpes a la olla por tu falta de habilidad.
Yo era una gran cocinera. Era un talento innato. Le pedí que se sentara en la cama y le di un plato con comida.
—Sólo prueba un poco. Puede oler a quemado pero no tiene mal sabor.
—No deberías mentirte a ti misma —me dijo. Frunció el ceño y se negó a comer arroz—. No quiero comer arroz quemado.
Sabía que diría eso. Era quisquilloso con la comida y difícil de complacer. Suspiré.
—Muy bien entonces. Haré que Baymax pida algo y yo me comeré el arroz.
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