—Este es un negocio familiar. ¿Quién está discutiendo sobre cuestiones legales? —dijo Roberto con una sonrisa sin alegría—. Puede que no tengan el poder de obligarla a renunciar a su puesto de directora ejecutiva, pero está claro que perdió el voto popular. ¿Cómo va a gestionar la empresa si no consigue que la gente la escuche?
—¿No conseguimos que los directivos pasaran la noche en el hospital aquella vez? Entonces se portaron bien y escucharon a Isabela, ¿no es cierto?
—¿Y por qué hicieron eso? —Se inclinó hacia adelante y nos observó.
Todos sabían que no había sido porque me tenían miedo. Le tenían miedo a él. Abril puso los ojos en blanco. Pudo no haber sido de su gusto, pero también lo sabía.
—Isabela —me dijo Roberto mientras me jalaba hacia adelante y lejos de ella. Me miró sin pestañear—. ¿Crees que puedo seguir así por siempre? ¿Hum?
Bueno, ya que preguntó, la respuesta era un evidente no. Además, no me atrevía a esperar que él estuviera allí para ayudarme por el resto de mi vida. Sus estados de ánimo eran impredecibles. ¿Quién sabía lo que pensaba y lo que podría pensar en el futuro?
Miré hacia abajo y hundí los hombros. Abril envolvió su brazo alrededor de mis hombros caídos y me dijo:
—No te preocupes, Isabela. Todavía me tendrás a mí cuando él se haya ido. Siempre estaré a tu lado. Seré tu fortaleza. Ellos pueden lanzarme misiles, pero no te atraparán a ti.
Si Abril fuese un hombre, me casaría con ella. Estaba preocupada de que se metieran en otra pelea, así que la convencí de que se fuera. La hora del almuerzo terminaría pronto de todos modos. Tenía que volver al trabajo.
Roberto se apoyó en la cabecera y me miró con los brazos cruzados. Su mirada me estaba poniendo nerviosa.
—¿Tengo algo en mi rostro? —le pregunté mientras tocaba mi rostro.
—Cobardía. Está escrita sobre todo tu rostro.
Ese es Roberto, señoras y señores. Va al grano, de forma directa, sin piedad y sin pensar en mí. No me interesaba. Me recosté en la cama y fingí que estaba muerta.
—¿Qué vas a hacer? —me preguntó al acercarse a mi cama.
—¿Hacer qué?
—¿Sobre la petición?
—¿Debo hacer algo al respecto? —pregunté. No tenía ni idea. ¿No era esto el equivalente a un movimiento popular? ¿No podría simplemente fingir que no sabía nada al respecto?
—¿En serio no vas a hacer nada al respecto? ¿Sólo dejarás que esto se agrave?
—Abril dijo que no tienen el poder para hacerme renunciar a mi puesto de directora ejecutiva, ¿no es así? Además, no me importa ser directora ejecutiva. No estoy hecha para el trabajo.
Dije la verdad. Nunca había querido ese trabajo. Mi padre me lo había dado. ¿Qué más iba a hacer yo? Sentí que algo me quemaba la cabeza. Abrí un ojo sin decir nada. Él me observaba. Su mirada era punzante como una daga. Y me apuñaló con ella.
—Si eres tan insegura, ¿por qué te aferras al puesto? Sólo déjalo. Laura no está hecha para el trabajo y tu madrastra es demasiado vieja. Sólo deja que Silvia sea la directora ejecutiva. Ella es joven e inteligente y tiene el impulso para hacerlo. Es mucho mejor opción que tú para el trabajo.
No estaba seguro de si hablaba en serio o si sólo bromeaba. ¿De verdad trataba de ayudar a Silvia?
—Yo...
—¿Por qué? ¿No puedes tolerar la idea de dejarlo ahora? Tú eres la que no está haciendo un buen trabajo y la que se queja de que te obligan a hacerlo. Ya que es una dificultad tan grande, ¿por qué no se lo dejas a alguien que quiera hacerlo? Ser director ejecutivo no es un juego. He visto a niños ricos heredar negocios familiares sólo para arruinarlos. La Organización Ferreiro podrá tener una base sólida, pero con la forma en que payaseas y la total falta de confianza que tu gente tiene en ti, no pasará mucho tiempo antes de que la Organización termine como otras empresas familiares que se han derrumbado.
Podía oler la fragancia mentolada de su champú y el leve olor a cigarro que llevaba consigo. No era alguien que fumara a menudo. Lo que le gustaba hacer era colocarse un puro bajo la nariz y olerlo. No sabía por qué hacía eso.
Anoche, había estado leyendo sus documentos en el sillón. Sostuvo un puro en una mano y lo olfateó durante buena parte de la noche. No entendía por qué pasaba tanto tiempo hablando conmigo sobre esto. Sin embargo, capté una cosa. Me estaba diciendo que nuestra relación era frágil.
Me eché hacia atrás. Olvidé que la pared estaba a centímetros de la parte posterior de mi cabeza y choqué con la pared sonoramente.
Debo haberle dado un susto a Roberto. Sus manos se lanzaron y acunaron mi cabeza. Sus palmas se extendieron alrededor y acolcharon la parte de atrás de mi cabeza. Él preguntó:
—¿Estás bien?
—Estoy bien —dije mientras negaba con la cabeza—. No hay nada dentro de mi cabeza de todos modos. Estoy bien.
—Puede que no seas la persona más estúpida que he conocido —respondió de inmediato, con rabia y mucha agitación—, pero en definitiva eres la más inútil. No te mueras en tu propia cama —me dijo mientras apartaba su mano de un tirón.
Enderezó la espalda, se dio la vuelta y salió de la habitación. La puerta se cerró de golpe, de forma violenta y ruidosa.
No comprendí por qué se enojó tanto de pronto. ¿Fue porque no acepté renunciar a mi puesto de y dejar que Silvia lo tuviese incluso después de que él luchó por ella? ¿Por eso se enojó?
Aún había margen para la negociación. No era definitivo. Mi padre pudo haberme dado el puesto, pero Silvia era su hija biológica después de todo. No me culparía si la nombrara directora general. De todos modos, ella era más adecuada para el trabajo.
Estaba dispuesta a mantener abierta esa opción, pero no podía decidirme en ese momento. Roberto sólo era demasiado impaciente. Tal vez se había enojado porque me las había arreglado para golpearme la cabeza mientras estaba en mi cama. Debe haber pensado que soy una inútil. Las personas competentes tienden a molestarse con las personas incompetentes. Eso debe ser lo que sintió hacía mí. Debió estar realmente frustrado. ¿Por qué se casó con una mujer tan estúpida y tan cobarde? Pero no era estúpida. Sólo era una cobarde.
Empezó a llover. Apoyé la cabeza contra la palma de la mano y miré la lluvia que caía por la ventana. Empecé a pensar en la pregunta que había atormentado mis pensamientos desde que era niña. ¿Por qué la gente tuvo que luchar? ¿Por qué tenemos que luchar por algo que no nos pertenece en primer lugar? ¿Había algo que de verdad me perteneciera?
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