Un extraño en mi cama romance Capítulo 75

—Así que, tú también estás metido en esto, Emanuel —la voz de Roberto llegó por detrás. Eso me salvó el esfuerzo de tener que explicarme.

—El secreto ya salió —me encogí de hombros y dije.

-Hermano -dijo Emanuel, luego se metió rápido a su habitación con Bombón en sus brazos, cerrando la puerta detrás de él.

Qué noche caótica, plagada de innumerables problemas. Me apresuré a volver a mi habitación. Roberto me siguió al interior.

-¿Cuánto tiempo lleva el perro con nosotros?

—No mucho.

-¿Y cuánto tiempo es eso? -dijo con ferocidad.

Pensé muy duro, y luego dije:

—Tres días, tal vez. O cuatro.

—¿Un perro ha estado viviendo en nuestra casa durante cuatro días y nadie se había dado cuenta de eso?

El crédito era para Emanuel, que había sido genial escondiendo al cachorro. Lo llevaba a pasear durante el día. Los sirvientes sólo entraban en su habitación para limpiarla. De lo contrario, se quedaban fuera de su habitación. Era lógico que nadie hubiera descubierto al cachorro.

Roberto parecía listo para perder la cabeza sobre un cachorro. Caminó de un lado a otro frente a mí.

-Isabela, ¿quién te dio permiso para tener un cachorro en esta casa?

-No es como si estuviéramos criando murciélagos -murmuré.

-¡Déjame verte intentarlo! -me gritó.

¿Por qué estaba tan enojado? Era sólo un cachorro. No tenía corazón. Ahí tenía un adorable cachorro justo delante de él y lo miraba como si fuera su peor enemigo.

-Puedes usar mi habitación. ¡Pasaré la noche en la de invitados!

Me agarró la muñeca. Una mirada intensa quemaba en sus ojos.

—Tu habitación huele a perro.

—Entonces duermes en la habitación de invitados.

-Isabela, has alterado mi vida -dijo mientras me empujaba a la cama.

—¿Lo hice? —murmuré.

Me presionó con todo su peso, luego presionó sus labios en mi cuello y empezó a chuparme, como un vampiro.

-Los murciélagos son chupasangres. Así es como te chupan la sangre.

¿No le tenía miedo a los murciélagos? ¿Por qué estaba jugando a ser uno?

No había forma de que preservara mi castidad por la noche. Después de todo ese correr en círculos, todavía terminé atrapada en sus garras esa noche.

Roberto estaba furioso, lo que explicaba por qué seguía adelante, sin descanso. Me hizo pasar por el infierno durante la mayor parte de la noche.

Me mordió, hundió sus dientes en mi piel como un murciélago gigante. Apenas sobreviví al encuentro. Estaba en las últimas cuando al fin me fui a dormir. Faltaban unas horas para el amanecer entonces.

La alarma me despertó. Empezaba a trabajar en la Organización Ferreiro hoy. Me senté en la cama. El fuerte ruido de la alarma hizo nadar mi cabeza.

Roberto todavía estaba en la cama a mi lado. Le gustaba dormir desparramado. Los rayos de sol se derramaron a través de su espalda desnuda, añadiendo sensualidad a su forma de dormir a plena luz del día.

Volteé las mantas y traté de salir de la cama.

—Lo primero en tu lista hoy es deshacerte de ese perro — dijo con los ojos cerrados.

—Voy a la Organización Ferreiro en la mañana.

-No voy a repetirlo. Lo primero de tu lista. Deshacerte de ese perro va a ser tu máxima prioridad. Nada es más importante —dijo al abrir los ojos. Apoyó su cabeza hacia arriba con el codo y me miró.

Está bien. Me desharía de él.

Lo llevaría a casa de Abril. Amaba a los animales pequeños. Ella cuidaría mucho del cachorro.

Me levanté y me bañé. Roberto se había ido cuando terminé.

Todavía había tiempo. Me vestí y luego me dirigí a la habitación de Emanuel por el perro. Aún no se había levantado de la cama.

-Isabela, ¿por qué estás en mi habitación? -me preguntó mientras me miraba confundido.

Puse al cachorro dentro de la mochila antes de ponérmela sobre mis hombros.

—El cachorro no puede quedarse.

—¿Por qué?

—Porque tu hermano, Roberto, no soporta tener un perro en su casa.

-¿Por qué?

No iba a perder el tiempo tratando de responder a las preguntas incesantes e infantiles de un niño. Empecé a meter paquetes de comida para perros y juguetes para mascotas en mi bolso. Antes de salir de la habitación, le dije: -Habla con tu hermano si quieres quedarte con el cachorro. Te ayudaré a recuperarlo si logras persuadirlo.

Roberto había dicho algo muy cierto anoche. Había dicho que vivía bajo el techo de otra persona. No tenía derecho a mantener a un perro en la casa de otra persona. Esta no era mi casa. No se me permitía hacer lo que quisiera.

Llevé al perro en mi espalda y salí de la mansión. Al entrar en el jardín, miré hacia arriba y vi a Roberto haciendo estiramientos en el balcón. Tenía un gran físico. Mis ojos pasaron junto a él antes de mirar hacia abajo de nuevo.

La residencia de los Lafuente era una casa tan grande, pero no había lugar para un solo cachorro.

Bombón soltó un ladridito. Sonaba como un sí.

Mi corazón estaba a gusto ahora que Bombón había encontrado un buen hogar. Llegamos a la Organización Ferreiro. Me paré en las escaleras que conducen a la entrada y me troné el cuello hacia atrás mientras miraba el imponente edificio delante de mí.

Medía más de veinte pisos de altura. Eso parecía demasiado. Me mareé un poco mirando al edificio.

-Entremos -dijo Abril-, No tengas miedo. ¡Nos tienes a nosotros!

Entramos en el edificio. Los guardias de seguridad de la entrada nos interceptaron.

-¿A quién busca? ¿Se registraron en la recepción?

—¿No reconoces a tu propia jefa? —preguntó Abril mientras miraba al guardia de seguridad.

Les mostré mi tarjeta de identificación.

-Soy Isabela Ferreiro. Es mi primer día en la Organización.

Tomaron mi tarjeta, echaron un vistazo, luego se juntaron y empezaron a susurrar. No parecían dispuestos a dejarme entrar.

-No hubo ningún aviso de la administración sobre nuevo personal.

—¿Qué nuevo personal? Ella es tu jefa -dijo Abril en voz alta.

Andrés la alejó.

-Es su primer día de trabajo. Es de esperarse. Déjame hablar con ellos.

Andrés se acercó y dijo algo a los guardias. No pasó mucho tiempo antes de que nos dejaran pasar.

—Tu madrastra debe haber hecho eso. Tácticas deshonestas. ¿Cree que puede detenernos con unos

cuantos guardias de seguridad?

-¿Qué les dijiste? -pregunté. Tenía más curiosidad por lo que Andrés les había dicho.

-Vine ayer a resolver los asuntos de nuestro empleo.

Tenemos pases de trabajo -dijo Andrés y me entregó su pase.

Temblaba de nervios. No sabía cómo iba a enfrentar a todos cuando se abrieran las puertas del elevador.

Andrés notaba lo nerviosa que estaba. Me dio una suave palmadita en el hombro y me dijo:

-No te preocupes. Estamos a tu lado.

Nada podía superar eso.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un extraño en mi cama