Una segunda oportunidad romance Capítulo 63

Caminé con nervios alrededor del área comunal de espera, situada justo fuera del salón de reuniones. Cada paso era al unísono con los segundos que pasaban en el reloj de la pared, mi respiración y mi corazón se aceleraban tan fuerte que solo aumentaba mi ansiedad.

La reunión estaba planeada, todo estaba listo. Lo único que faltaba era Aleric. En cualquier momento entraría por esa puerta con la noticia que decidiría mi destino. Qué extraño que una vez más me encontrara tentando a la muerte en manos de Aleric, aunque en ese momento estaba confiando en él como mi salvador, no como mi ejecutor. Aunque tenía que admitir que mentiría si no reconociera que él había estado haciendo eso mismo estos últimos meses, de todos modos.

Pero no, no iba a ser matada. Tenía que creer en la propia sed de poder de Tytus en el peor de los casos. Tenía que creer que mi valor superaba mi muerte... al menos por el momento.

A mi alrededor había varias personas más. Pude ver que unos cuantos ancianos que habían llegado antes estaban reunidos a un lado, charlando tranquilamente, pero lo que más me llamó la atención fueron las caras de muchos individuos sin rango. Ellos eran los hombres y mujeres que habían escuchado la noticia de que la guerra estaba potencialmente ante nosotros, las mismas personas que iban a arriesgar sus vidas por nosotros. Y, sin embargo, el asistente administrativo no podía ser capaz de decirles nada. Ellos no tenían rango, su estatus no era lo suficientemente alto como para poder opinar sobre lo que potencialmente los mataría... a su familia, a sus amigos... a sus hijos.

Ellos no eran considerados lo suficientemente importantes.

“¡Esto es una locura! ¡Tenemos derecho a saber!”, gritó un hombre.

“¡Sí!”, gritaron unos cuantos a su alrededor.

La tensión había aumentado en la habitación desde hacía varios minutos, pero podía ver el nerviosismo en la cara del asistente administrativo. El grupo de individuos se estaba convirtiendo poco a poco en una multitud, ya que muchos más se reunían desde afuera para buscar respuestas.

Ellos estaban asustados. ¿Quién podría culparlos? Yo también lo estaría si fuera mi vida la que se utilizara como carne de cañón en el frente por decisiones tomadas desde arriba, por decisiones en las que no tendría derecho a opinar. Pero el miedo hace que la gente haga cosas tontas y locas... cosas como lanzarse contra el asistente administrativo que realmente no sabía nada. Que probablemente estaba tan asustado como el grupo que se reunía a su alrededor.

El hombre agarró la camisa del asistente y acercó la cara de este a la altura de los ojos.

“¡Dinos qué está pasando realmente!”, volvió a gritar él.

“Yo-yo no tengo esa i-información. Solo trabajo en el m-mostrador”, tartamudeó.

A la multitud no le gustó esta respuesta. Se escucharon gruñidos y abucheos entre la gente, que en ese momento no sabía a dónde mirar.

¿Cómo había lidiado Aleric con esto en el pasado? ¿Era porque le tenían más miedo a él tras convertirse en Alfa que al enemigo que les esperaba? ¿O lo respetaban, sabiendo que su capacidad de liderazgo y su destreza en la batalla eran suficientes para inspirar? Yo no pude recordar que en el pasado hubiera ocurrido una sola situación así bajo su mando.

Pero inmediatamente, la discrepancia en las líneas de tiempo se explicó con una respuesta a la pregunta en mi mente.

“Durante un año nos han controlado y nos han obligado a seguir estrictos protocolos de seguridad con el temor de ser asesinados por los salvajes. Por el amor de la Diosa, una chica cualquiera fue asesinada en el parque que está al final de la calle de la ciudad. ¡Ahora esperan que vayamos a la guerra! Ni siquiera se nos ha permitido volver a vivir libremente nuestras vidas y ahora esperan que se las entreguemos”.

“N-no puedo ayudarles. Las órdenes de esos protocolos vinieron de los ancianos. Ellos son los que crean la plantilla y la presentan para su aplicación. Yo solo transmito información basada en esas plantillas proporcionadas”.

El silencio flotaba en el aire mientras la multitud asimilaba esa información lentamente. No porque fuera difícil de entender, sino porque había ancianos presentes. Ancianos que en ese momento eran cada vez más dolorosamente conscientes de lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Vi cómo sus rostros se transformaban en los de personas preocupadas por su propia seguridad. Ellos estaban claramente superados en número. Sus posiciones siempre han sido seguras por respeto más que por tener verdadera autoridad para mandar a los demás de la forma en que lo hacen los miembros de rango.

“¡Ustedes!”, les gritó el hombre.

Él parecía ser el que dirigía esta multitud. Había tanta rabia dentro de él y, sin embargo, estaba haciendo algo tan increíblemente estúpido. Él ya le había puesto la mano encima al asistente administrativo. No debería haber sido tan difícil darse cuenta de que iba a ser castigado severamente por esto, sin mencionar las repercusiones si no se detenía en ese instante. Atacar a los ancianos sería una sentencia de muerte.

Y entonces lo vi. Esa mirada mostrando que ya no le importaba en sus ojos, los cuales se oscurecían mientras su lobo se mostraba. Él de verdad iba a atacar.

Él dio dos pasos hacia adelante, su cuerpo se preparó y entonces...

“¡Suficiente!”, le grité, cargando mi voz con la autoridad del heredero Beta que tenía.

No era peligroso que usara ese tono, ya que era mi propio tono natural, no derivado de mi marca. Esto era suficiente para darle órdenes a los miembros sin rango en esta circunstancia.

El hombre se detuvo, congelado en posición por mi orden, y giró su rostro para mirarme. Sus ojos eran oscuros y salvajes, y su lobo estaba a punto de emerger. Él de verdad estaba a punto de dar su vida por esto, pude ver claramente lo serio que era.

Alrededor de nosotros, la habitación había quedado en silencio, pues mi voz había hecho callar a todos los presentes. Ellos estaban demasiado asustados para moverse, demasiado preocupados de que los castigara por pasarse de la raya.

“... Suficiente”, repetí con más amabilidad mientras me acercaba al hombre. “Sé que estás cansado, sé que tienes miedo. Todos lo estamos. Ninguno de nosotros quiere perder a las personas que ama”.

“No te metas. Has sido privilegida en tu rango desde tu nacimiento, y sin embargo tienes la audacia de decir eso”, me espetó él.

La multitud se revolvió con incomodidad. Podía sentir que todos estaban de acuerdo, pero no querían expresar su aprobación.

“Tienes razón, soy una privilegiada”, dije. “Pero también soy como tú. Tengo gente a la que quiero, gente por la que lucho. Y cuando se trata de la guerra, incluso los miembros de rango están allí luchando contigo. Diablos, bien podría ser mi padre quien no regrese la próxima vez. Yo también me afligiría como tú lo harías con tu familia”.

“No sabes nada de la muerte, niña”, dijo él con disgusto. “Tu familia está toda viva y bien. Tuve que ver a mi padre ir a la guerra cuando apenas tenía edad para recordarlo. Nunca regresó”.

La pequeña ironía de su afirmación no se me escapó, pero, en esta vida, sabía el por qué de su comentario. Desde su perspectiva, yo podía ver cómo podía parecer eso. La gente normal no se reencarna, después de todo.

“... Conozco la muerte”, dije finalmente con calma. “Esa chica que mencionaste con tanto gusto hace un momento durante tu arrebato era mi mejor amiga. Una chica sin rango, aparentemente sin importancia en el gran esquema de esta jerarquía. Y fue asesinada; su cuerpo fue dejado para que yo lo encontrara. Pero ella no es ‘una chica cualquiera’ como tan bien has expresado... y no tienes derecho a utilizar su muerte para tus quejas. Ella tiene un nombre y merece ser recordada como tal”.

Pude ver cómo una pizca de culpabilidad cruzaba su rostro mientras se calmaba y conseguía por fin controlar lentamente sus emociones.

“... Su nombre era Myra”, continué. “A ella le encantaban los libros e ir de compras... y se preocupaba de verdad por todas las personas que conocía. Pero, lo más importante, ella era amada... amada por mí, amada por sus padres, y amada por cada persona que tuvo el privilegio de conocerla. Ella es más importante que una ‘chica cualquiera’”.

Di un paso atrás y dirigí mi atención a toda la multitud. Entonces alcé la voz para que todos la oyeran.

“Pero no es solo Myra. Todos ustedes son importantes. Todos ustedes son dignos y merecen saber lo que los altos mandos deciden hacer con sus vidas. Porque cuando se trata de la guerra, no hay rango. Solo hay vida... y muerte. Todos y cada uno de nosotros nos convertiremos en lo mismo cuando muramos en ese campo, cuando nuestra sangre alimente la tierra y nuestras almas vayan con la Diosa. Así que solo puedo esperar que, si llega el día en que se les pida que den sus vidas por esta manada, el motivo sea proteger a la gente que aman. Que amamos. Somos una manada, una familia. Lloraremos como tal sin importar a qué familia pertenezcan”.

Pude ver cómo se extendía la confusión en sus rostros mientras trataban de interpretar lo que estaba diciendo. Lo que estaba confirmando...

“Hoy no se anunciará ninguna guerra con la manada de Lago Plateado”, declaré. “...Les doy mi palabra”.

Nadie habló y nadie se movió. Todos me miraron con expresiones mezcladas, sin saber cuáles eran las apropiadas.

Pero finalmente, una voz habló desde el fondo, y una mujer que se abrió paso hacia el frente de la multitud.

“Santa”, dijo ella mientras se arrodillaba ante mí.

El pánico se apoderó de mí. Esta no era la respuesta que yo quería o había pedido. En todo caso, esto hizo que las cosas fueran más incómodas para mi situación actual.

“¿Qué? No... Por favor, no hagas e...”.

Mi voz se cortó mientras otra persona daba un paso hacia adelante y se dirigía a mí también como Santa antes de arrodillarse también junto a la mujer. Y luego otra... y otra... y otra. Y pronto toda la multitud de personas sin rango se arrodillaron ante mí.

“Por favor, levántense”, rogué con desesperación. “No hay necesidad de esto”.

Los pocos ancianos presentes me observaban con expresiones recelosas que sabía que irían acompañadas de pensamientos que no me favorecían. No podía pensar en una situación peor en la que encontrarme dados los acontecimientos que pronto tendrían lugar.

“Estás bendecida por la mano de la Diosa. Que ella te mantenga a salvo”, dijo la primera mujer. “Porque es en tu presencia, guiada por nuestra Gran Madre, donde debemos pedirte que nos mantengas a salvo. Alabada sea nuestra Santa”.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Una segunda oportunidad