Bella miraba el brillante anillo que llevaba en la mano y sus lágrimas casi se llenaron de los ojos. Sólo tenía veinte años y aún era una niña que anhelaba el romance, le encantaba ver dramas de amor y además tenía muchas fantasías de enamorarse con alguien. Una propuesta romántica y un vestido blanco de boda era la escena con la que todas las chicas crecían fantaseando.
¡Y este viejo! La cogía la mano y la ponía el anillo durante sólo tres segundos. Y lo peor era que había sido tan grosero. Bella sabía que ese hombre sólo la estaba utilizando, que era un matrimonio falso, pero, aun así, ¡no podía ser tan indiscreta, pensando que fuera una chica fácil!
Antonio no esperaba que reaccionara así y frunció el ceño:
—¿Y Qué? ¿Cómo quieres que te lo ponga? Te lo pongo de nuevo.
—¡No, gracias, una vez ya es suficiente para mí! —Bella recibió la mano con fuerza.
De todos modos, el anillo, en cuanto terminaba la fiesta se lo quitaría y se lo devolvería a este viejo.
Se enderezaba el traje, Antonio la recordó a Bella:
—Cuando vayamos al banquete, hay una cosa en la que tienes que cooperar conmigo.
Bella preguntó impacientemente:
—¿Qué?
No quería cooperar, ¡con qué tenía que cooperar!
—Tienes que anunciar a todo el mundo que eres la madre del niño. —Antonio dijo con calma.
—Tienes que decirles que hemos estado saliendo en secreto desde cuando tenías dieciocho años, y que el niño es tuyo.
Al escuchar esto, Bella se río y dijo burlonamente:
—Presidente Antonio Campos, ¿por qué tengo que ser la madre del niño, no tiene nada que ver conmigo, así que ¿por qué tengo que aceptar una cosa tan absurda. Yo aceptaba casarme contigo, sólo acepto ser como tu esposa, ahora me pides que admita como ser madre de un niño bastardo, ni hablar, imposible.
Antonio miraba a Bella, dijo con una sonrisa amenazante.
—Esta trampa me lleva tiempo esperando, ¿no?
Bella se asustaba un poco, dio un paso atrás y replicó:
—Pensaba decírtelo, pero no tuve la oportunidad de hablar contigo, así que aprovechamos esta oportunidad para aclarar las cosas. El matrimonio, vale, ya me da igual, pero no voy a ser la madre de este niño bastardo, y no voy a cuidar de él tampoco, ni voy a ser su madrastra.
Antonio fruncía los labios y la miraba.
—¿No sabes que me casé contigo es solamente por el niño, ¿tú qué crees?
—No tengo ni idea. —Bella dijo sin concesiones:
—Sólo me hablaste de casarnos, no mencionaste nada a tu hijo.
Bella estaba un poco enfadada de verdad, ¿por qué el tipo no buscaba a la madre verdadera del hijo? ¿Para que tenía que fingir ser la madre del niño?
Un matrimonio sin sentimientos era terrible, sin embargo, ella aún no lo sabía. Ella tenía que luchar por sus derechos para salvarse a sí mismo. Esto era lo que ella había pensado antes de aceptar casarse con ese hombre.
Antonio miraba a Bella. ¿No estaba de acuerdo? Esta chica ahora de repente quería hablar de cambiar de las condiciones con él, ¿en serio?
Debería estar enfadado ahora, furioso incluso, debería castigar a esta niña poco fiable, que buscaba esas excusas baratas. Pero Antonio estaba tranquilo, sentía además que esa Bella era como debía ser. Si fuera una buena chica, no sería verdadera ella.
—Cuéntame tus condiciones. —Se sentaba en el sofá, doblaba las piernas y preguntó:
—Necesito que reconoces que eres la madre del niño, ¿qué condiciones tienes?, dime.
Bella hacía tiempo que había redactado un contrato, y en ese momento se mostró generosamente a él, y mientras llevaba su bata hacia él.
—Muy bien. Ya ves que en el futuro tendremos que vivir juntos aclarar las cosas primero es importante, y es por nuestro bien.
—Jaja. —Antonio, dijo con gran interés.
Bella pasaba de su mala actitud, cogió su bolso, sacó el documento impreso y dijo:
«Jaja he encontrado una manera excelente de torturarle, tú verás»
—¡Vale! —Bella dio un golpe en la mesa.
Antonio volvía a leer las peticiones que le hizo Bella. Eran casi típicas peticiones de las chicas de veinte años. Tales como no podía impedirla salir a fiestas con sus amigos, o tenía que dejarla ir a discotecas en vez de cuando, casi todos eran así. A Antonio lo que realmente le molestaba eran los últimos dos artículos del acuerdo.
—No tengo derecho a tocarte. —Antonio miraba a Bella preguntó con tono frío:
—¿Y delante de tus amigos, soy tu tío?
Bella con los brazos cruzados sonrió y dijo:
—¿Qué pasa?, nos casamos no es porque somos novios, un matrimonio pactado, por supuesto no puedo dejarte que me toques. ¿Qué piensas?
Antonio frunció los labios con frialdad:
—Te toco, ¿te hace sentir agraviada? Sabes cuántas mujeres me ruegan que las toque.
—Es cosa de ellas, busca a ellas, en todo caso no me puedes tocar, sin amor, no tienes derecho a tocarme, nunca querré hacerlo.
Tenía de repente el corazón latido fuertemente y tragó saliva, la había costado hacer tal petición ante el apuesto Antonio. Pero ella tenía sus razones.
Antonio contenía su ira y preguntó:
—¿Y este último? Qué significa.
—Ah, la última es por si acaso. En caso de que nosotros dos aparezcamos juntos un día delante de mis compañeros de clase, amigos, o que un día vayas a mi escuela, en caso de que cause un malentendido, no puedo dejar que la gente de la escuela sepa de mi matrimonio, si no, ¿cómo puedo enfrentarme a ellos?
Antonio apretaba con fuerza el acuerdo en su mano.
Bien, muy bien, en estos diez minutos, esta chica ya había desafiado su límite varias veces.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: VEN A MIS BRAZOS