VENDIDA (COMPLETA) romance Capítulo 12

Erick Collins.

— Familiares de la señorita... —un doctor sale a la sala de espera, leyendo un nombre en una carpeta en sus manos—. Raquel Martínez.

Estoy sentado en la sala de espera del hospital desde hace media hora y en cuanto escucho que dijo su nombre me levanto rápido del asiento y con grandes zancadas voy hasta el doctor.

— Yo, soy su... Su novio —miento.

Si le digo quien soy y por qué ella está conmigo me verían extraño, puesto a que no todos los días escuchas algo como... "Fui quién la trajo, su padre me la dio como garantía de que me pagaría el dinero que me debe"

Poniéndolo así, es algo que suena horrible.

— ¿Ella está bien? —pregunto preocupado.

— Si —dice, y siento cómo si me quitarán un peso de encima. El alivio cruzó mi pecho—. Afortunadamente sus cortadas no fueron profundas, por lo que no afectó a ninguna de sus venas y no está en peligro —explica con calma—. Pero a consecuencia de la perdida de sangre se encuentra muy débil.

— ¿Puedo pasar a verla? —pregungo sin pensarlo dos veces.

— Claro, ella está en el segundo piso, habitación 223.

— Mucha gracias —digo sinceramente.

Sin esperar respuesta de su parte subo en el ascensor hasta el segundo piso del hospital, en cuanto se abre a los segundos voy directo a la habitación donde está la castaña.

Al entrar lo primero que ven mis ojos son sus antebrazos ahora envueltos en vendas y el sólo hecho de imaginar que le hubiera pasado algo me llena de rabia por alguna razón. Esta dormida, me doy cuenta cuando veo sus ojos cerrados y su pecho bajar y subir con tanta normalidad.

No puedo pasar por alto el que me guste verla así, dormida, me llena de paz.

Un suspiro se escapa de mis labios mientras me siento en el pequeño sofá beige frente a ella sin quitarle la mirada de encima a esperar a que despierte.

— ¿Dónde estoy?

— Estás en el hospital.

— ¿En el hospital? —repitió, frunciendo su entrecejo.

— Si, después que Sandra me avisó lo que habías hecho te traje.

— No debiste hacerlo...

— Por supuesto que debí hacerlo —la interrumpo—. Raquel mientras estés conmigo no voy a permitir que te pase nada si en mis manos está poder evitarlo.

Apartó la mirada de mis ojos y clavo los suyos en un punto invisible en la pared, suspiró ruidosamente.

— ¿Hace cuánto estoy aquí?

— Contando el tiempo que pasaste en observación y durmiendo... —murmuro, mirando el reloj que llevo en mi muñeca derecha—. Unas cuatro horas y media, más o menos.

— No quiero seguir en este lugar, no me gustan los hospitales. Sácame de aquí y vámonos a tu casa, por favor —intenta levantarse de la cama, pero pongo mis manos en sus hombros impidiéndole el acto.

— Calma, no puedes irte todavía, aún no te dan de alta.

— ¿Falta mucho para eso?

— No lo sé, creo que no.

— Bueno —resopló.

Un gran silencio invadió la habitación en cuestión de segundos, ninguno de los dos dice nada, cosa que me resulta un tanto incómodo, por lo que decido romper dicho silencio poco después.

— ¿Ya me dirás por qué lo hiciste? —inquiero con una expresión seria plasmada en mi rostro.

— Erick no... —su voz es apenas un susurro, pero no dejo que continúe.

— Entiendo que la muerte de tus padres te duela, que estés deprimida por ello, creo que es algo normal, pero no puedes llegar al punto de hacerte daño a...

— No quiero hablar del tema, Erick —me interrumpe—. Entiéndelo, por favor.

— ¡No! Entiende tú qué no puedes ir por la vida haciéndote daño por mucho que te duelan las cosas. Tienes que ser fuerte, por ellos, por ti —hago una pausa—. Raquel aunque no lo parezca me preocupo por ti, quiero que estés bien y si me...

— ¡Cállate! —eleva la voz—. No quiero escucharte. Vete y déjame sola.

— Pero...

— ¡Qué te vayas! —me grita esta vez mirándome con sus ojos cristalizados por las lágrimas que esta reteniendo.

Suspiro, resignado.

No quisiera dejarla sola en este estado, pero tampoco discutiré con ella ya que no está en su mejor momento, por lo que sin refutar me salgo de su habitación.

— Lamento defraudarla, pero sé equivocó de persona.

Al momento de escuchar al hombre hablar giro mi cabeza hacia él, un doctor. Lo sé por la bata blanca que lleva puesta.

— Soy Joseph Torres, el doctor que la está atendiendo.

— Discúlpeme, no sabía que era usted —musito, apenada.

— No se preocupe —me sonríe—. Solo vine a ver cómo se siente, su novio me avisó que había despertado.

— ¿Mi novio? —levanto un ceja, confundida.

— Si, el joven de ojos verdes —y con eso sé de quien habla—. Él dijo que era su novio.

¿Erick diciendo que soy su novia? Pffs, es completamente absurdo.

— ¿Cómo se siente?

— Aún me duelen los antebrazos.

— Eso es normal, pero es solo cuestión de días para que el dolor disminuya con los medicamentos que te recetare.

— Bien. ¿Cuándo puedo irme?

— Aún no, pero en otro rato te daré de alta para que puedas irte.

— Que bien, muchas gracias Doctor —le sonrío.

— Por nada —me devuelve el gesto—. Bueno, debo ir a atender a otros pacientes, con permiso —sin decir nada más salió de la habitación dejándome sola otra vez.

— Cámbiate, te esperaré afuera.

Salió seguido de la enfermera, dejándome sola para que pueda cambiarme en privado.

Abro la mochila y hago un mohín de asco cuando veo las prendas que me ha traído Erick: un blusón marrón que a de llegarme más abajo de la cintura ancho al igual que un pantalón color amarillo pollito y unas zapatillas negras.

En definitiva le hacen falta unas clases sobre moda y como combinar las prendas de vestir.

Me quito la bata del hospital y la dejo sobre la cama para después con cuidado de no lastimarme vestirme con la horrenda ropa que Erick me trajo.

Una vez vestida salgo al pasillo donde me espera el ojiverde recostado de la pared, al verme me quitó el bolso y salimos del hospital. Ignoro las miradas que me dan las mujeres ante mi horrible aspecto.

Cuando llegamos a la casa Erick se bajó primero del automóvil, me abrió la puerta y con su ayuda me bajo del coche para luego entrar a la casa. En la sala me encuentro con una Sandra con ojos rojos e hinchados, en cuanto me vió me abrazó con mucho cuidado al mismo tiempo que me pregunta cómo estoy, como me siento...

Erick se va a su habitación, dejándonos solas en la sala donde duramos más de una hora conversando hasta que me da sueño y decido subir a mi habitación.

Cuando entro ordeno la cama como puedo y me acuesto, cuando cierro los ojos dispuesta a dormir la puerta de la habitación es abierta por el ojiverde, haciendo que me incorpore rápido.

— No sabía que ibas a dormir... perdón —se disculpa acercándose a mí, dejó un frasco de pastillas sobre mi mesita de noche junto a un vaso con agua—. El doctor me dió esas pastillas para que el dolor disminuya, debes tomarte una a cada doce horas.

— Está bien.

— ¿Bajarás a cenar? —inquiere, arqueando una ceja.

— No tengo hambre.

— De hecho... —lo interrumpo, dudosa de lo que planeo decirle—. Hay algo que quiero... un favor... uhm... quisieras...

Enarca una ceja, la comisura derecha de sus labios se elevan en una pequeña sonrisa.

— ¿Quedarme contigo? —termina por mí.

Muevo la cabeza en gesto afirmativo sin atreverme a mirarlo presa de los nervios. Siento como el calor se apodera de mis mejillas al pensar en lo ridícula que debo verme pidiéndole eso ante sus ojos.

No recibo respuesta de su parte así que levanto la mirada hacia él. Y lo veo sacar sus zapatos de un puntapié, tira de su camisa hasta sacarla por su cuello y quita el reloj de su muñeca dejándolo sobre la mesita de noche junto a su celular.

Me muevo a un lado dejándole espacio cuando viene hacia mí, se acuesta quedando de medio lado hacia mí para mirarme.

— Buenas noches, Raquel.

— Buenas noches, Erick.

Me doy media vuelta y en un abrir y cerrar de ojos me quedo dormida.

Y heme aquí.

Aferrada al ataúd de mi madre llorando, deseado que todo sea una farsa mientras veo como los empleados del cementerio se preparan para llevar el ataúd de mi padre al hueco donde será enterrado junto a mi madre.

Mi alrededor está repleto de personas, amigos, compañeros, empleados, socios de mis padres. No hay familiares, papá sólo tenía a mis abuelos quienes murieron hace un par de años y mamá a una hermana que murió de cáncer antes de que yo naciera. Erick también está,  espera a mi espalda acompañado de sus padres, su hermana e incluso su pequeño sobrino está para brindarme su apoyo. Todos vistiendo como lo demanda este tipo de ocasiones: de negro.

Siento una mano posarse en mi hombro y apretarlo con mucha suavidad, no tengo que voltear para saber quién es, el olor de su perfume lo delató antes de que me tocará.

— El encargado dice que debes alejarte para que puedan terminar.

Niego con la cabeza mientras cierro mis ojos con fuerza.

— Raquel, por favor.

Un suspiro de escapa de mis labios y doy un paso atrás resignada, Erick me cubre en sus brazos mientras veo como alzan el ataúd y lo van dejando poco a poco al lado donde dejaron al de papá.

Las personas se acercan antes de que los empleados cubran los huecos y arrojan las flores que tienen en sus manos, así como también arrojan las coronas fúnebres. Yo no soy capaz de mover un sólo pie, sé que si me acerco nadie podrá moverme de ahí.

Todos pasan por nuestro lado dándome las condolencias que no me interesa recibir, lo único que deseo es cerrar los ojos y no volverlos abrir jamás si eso solo me asegura que veré a mis padres otra vez.

La familia de Erick se nos acerca, no me molestó en mirarlos, no quiero ver la lástima en sus ojos a la hora de dirigirse a mí.

— Nos vamos a casa —dice el padre del ojiverde—. Thiago no se siente bien.

Erick asiente con la cabeza en forma de aprobación sin dejar de abrazarme y deja que sus padres se marchen.

El lugar queda vacío en cuestión de segundos, me quedo en compañía de Erick hasta que los empleados cubren por completo con arena y cemento los huecos donde están los ataúdes enterrados.

Pienso en quedarme otro rato, pero descartó la idea cuando gotas comienzan a caer del cielo.

— Vámonos —Erick me toma de la mano—. No quiero que cojas un resfriado.

Me arrastra por el pequeño camino que hay entre las tumbas, empieza a llover más fuerte y antes de que nos subamos al automóvil destilamos agua por todos lados.

Estoy destrozada por dentro, el tener que verlos en los ataúdes sólo fue un golpe a la realidad que me recuerda que nunca más volveré a verlos, nunca más volveré a escuchar los regaños de mamá o los "tú puedes, cariño" de mi padre. Pero frente a sus ataúdes me prometí ser fuerte por ellos, por mí. Y eso es lo que haré.

El trayecto devuelta a la casa no hago nada más que recordar los momentos que viví junto a mis padres mientras miro como las gotas de lluvia se deslizan por la ventana del coche.

Recuerdo todos mis cumpleaños y las navidades juntos. Recuerdo a papá jugar a las muñecas conmigo pese a estar lleno de trabajo. Recuerdo esas noches en las que mamá me leía cuentos antes de ir a dormir.

A una yo de doce años montar a caballo con mamá y papá, cuando quise una casita en el árbol y papá me la construyó con ayuda de mamá. Las veces que ambos entraban a mí habitación a asegurarse de que dormía y me daban el beso de buenas noches recordándome cuanto me amaban...

Toman mi mano sacándome de mis pensamientos, giró la cabeza hacia el espécimen de ojos esmeralda que tengo al lado y este me da una sonrisa que logra calmarme un tanto, recordándome que no estoy sola.

Limpio mis lágrimas con mi mano libre y recuesto mi cabeza en el hombro de Erick dejando que entrelace nuestros dedos sobre su regazo mientras recuerdo lo que me prometí.

«Soy fuerte. Seré fuerte por ellos» Repito una y otra vez tratando de convencerme a mí misma.

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