VENDIDA (COMPLETA) romance Capítulo 17

Raquel Martínez

Detiene el auto frente a la casa poco después, se bajó de primero para abrirme la puerta del auto y una vez pongo un pie afuera vuelve a tomarme del brazo. Entramos a la casa y el ojiverde desaparece unos minutos en los que creo que ya pasó todo, que no reclamará nada más, pero me equivoco al verlo salir del pasillo que da al pequeño despacho con unas llaves en sus manos.

— Sígueme —pasa por mi lado, pero se detiene al ver que no lo sigo.

—¿A dónde? —la voz me sale temblorosa.

— ¡Qué te importa! —espeta, tomándome del brazo otra vez—. ¡Si te digo sígueme, pues me sigues sin refutar a nada!

Me lleva arrastras por un pasillo de la casa que da a una parte en la que no había estado durante este tiempo. Una puerta se asoma al final, el sótano probablemente.

— ¡Me lastimas Erick! —me quejo.

— ¡Joder, cállate! —ordena irritado, molesto—. ¡Me tienes harto con tus quejas!

— Si es así entonces suéltame, yo puedo caminar sola.

— Ni crees que lo haré para que vuelvas a escaparte.

Nos detenemos frente a la puerta y aún sin soltarme mete la llave en el cerrojo para así abrir la puerta. Lo primero que se ve son unas escaleras y unas cuantas telarañas en los rincones de las paredes de madera a cada lado.

— Baja.

— No —no visualizo nada al final de las escaleras, todo está oscuro—. ¿Te volviste loco? Allí abajo puede haber animales, arañas o...

— ¡Que bajes, maldita sea! —truena, empujándome hacia adentro. Cierra la puerta detrás de él y enciende el interruptor de la luz.

Bajo las escaleras encontrándome con un amplio sitio que es alumbrado por la luz amarillenta y tenue de una bombilla en el centro del techo. El lugar está casi vacío, a excepción de un viejo sofá en el centro cubierto con una sábana blanca, una estantería vacía en una esquina, una mesa y una silla a unos cuantos pasos de la escalera, todo lleno de polvo y dónde quiera que veas hay telarañas.

— Por querer dártela de lista... —dice el ojiverde—. Acá te quedarás.

Volteo y veo que sigue bajo el umbral de la puerta como ambas manos dentro de sus bolsillos.

— ¿Qué?

— Tranquila, una vez te adaptes te resultará fácil estar aquí.

— Erick tú no puedes dejarme aquí...

— De que puedo, puedo —responde—. Y es lo que voy a hacer.

Me entra el pánico cuando lo veo darse la vuelta con la clara intención de cerrar la puerta por lo que corro escaleras arriba lo más veloz que puedo, pero cuando llego a la puerta el muy bastardo la cierra en mi propia cara.

Tomo el pomo de la puerta e intento abrirla, pero no cede lo que quiere decir que esta cerrada bajo llave.

— ¡Abre la maldita puerta! —grito—. ¡No me dejes aquí, por favor!

Del otro lado no hay más que silencio.

— ¡Erick vuelve! —golpeo la puerta desesperada con mis puños varias veces seguidas—. ¡Joder, ábreme! ¡No puedes tenerme encerrada aquí!

Apoyo la frente de la puerta mientras las lágrimas empapan mis mejillas y sollozo cada vez más fuerte, me doy la vuelta y me deslizó por la puerta hasta quedar sentada en el suelo abrazando mis piernas.

Esto no puede estar pasándome.

[×××]

— ¿Sabes? Aún no comprendo cómo es que Erick te encerró aquí por un tontería, es un imbécil.

— Lo es —afirmo lo último dicho por ella—. Pero no solo me encerró porque no regrese y siendo sincera ni pensaba regresar.

— ¿Entonces por qué fue?

Empiezo a contarle todo como ocurrió, desde que me salí de la casa por la discusión que tuve con él hasta que me encontró besándome con Zack en el bosque.

— Ahora lo comprendo —murmura—. Pero eso no le da el derecho de tenerte aquí como si fueras una prisionera y no darte...

— ¡Sandra! —escuchamos la voz masculina gritar desde tal vez la sala de la casa—. ¡Sandra, ¿Dónde estás?!

Es Martín, le reconozco la voz cuando vuelve a hablar.

— Demonios —maldice, se levantó de la cama tomando la charola con platos vacíos—. Erick tal vez ya llegó y si ve que estoy aquí va a botarme, adiós.

— Ve, tranquila. No quiero que tengas problemas con ese troglodita por mi culpa.

Se ríe.

— Si puedo te traeré más comida más tarde, también una cobija para el frío.

— Vale.

Se va dejándome otra vez con la soledad y el silencio de la habitación.

Suspiro y camino hacia el encendedor de la luz para apagarlo, después me vuelvo a acostar en el sofá, me arropo con la delgada sabana que lo cubría antes y después de unos minutos, que se me hicieron horas, me quedo dormida de lo agotada que estoy.

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