Chloe miró al suelo, dijo:
—Él todavía no se ha quedado claro qué es lo que me importa realmente.
Lo que quería ella, era solamente que él podía compartir todo con ella, daba igual si fuera cosa sobre Elisa, o fuera cosa de sus padres. Ella quería que él le pudiera contar todo.
Para ella, entre las parejas lo más importante era ser franco y sincero.
Él insistió que entre él y Elisa no habían ocurrido nada, pero si fuera algo así, porque no le avisara en aquel momento. ¿Y por qué mantuvo en silencio?
Él tuviera la oportunidad, si se olvidara llamarla, cuando se le encontró en la puerta del despacho de abogados, le debería contárselo. Pero se quedó callado todo este tiempo.
—No me siento la seguridad con él, y no quiero seguir viviendo así, es mejor separarnos cuanto antes.
Al ver la espalda de Chloe, él nunca había imaginado que ella era una persona tan decidida.
Parecía que Cristián tenía que hacer muchos esfuerzos para que ella le pudiera perdonarle, lo cual no era fácil de hacer.
Siendo amigos, no había mucho que pudiera hacer para ayudarle arreglar su relación.
—Tengo cosas que hacer, entonces te lo dejo todo a ti. Si no puedes estar con todo, puedo mandar alguien que venga para ayudarte.
En realidad, Mauricio no tenía nada que hacer, pero quería dejar estos dos más tiempo para que pudieran estar juntos.
—No hace falta. Si no puedo, pediré ayuda a las enfermeras, no te preocupes.
Chloe no quiso molestar mucho a Mauricio.
—Vale, entiendo. Si necesitas algo, me llamas.
Chloe asintió con la cabeza.
Ella le acompañó hasta la puerta de la habitación, y cerró la puerta cuando se fue Mauricio.
Cristián estaba tumbada en la cama con toda la ropa encima.
Como había bebido demasiado, estaba murmurando:
—Me encuentro fatal.
Chloe caminó hacia él, se quedó parada al lado de la cama, preguntó a la ligera:
—¿Tienes dolor en algún lado?
Nadie se supo que en ese momento si Cristián estaba borracho de verdad, o solo estaba fingiéndose, él dio la vuelta y dijo:
—Me duele todo, me duele más en el fondo de mi corazón.
Chloe se quedó debatiendo consigo misma por un rato, dijo:
—Te cuido ahora, porque te he querido.
Ella se agachó para ayudarle quitar el abrigo, pero Cristián no cooperó de nada. Estaba tumbada sin moverse, entonces era difícil para quitar la manga.
Ella frunció la ceña, dijo:
—Cristián.
—¿Sí?
Cristián respondió medio dormido.
—No estás cómodo si te duermas con el abrigo. Te mueves un poco, y te ayudo a quitarlo.
Cristián abrió los ojos, aunque él no tenía en claro con quién estaba hablando, parecía que era Chloe,
—¿Eres Chloe?
—…
Al parecer que era cierto que había bebido mucho, se olía mucho al alcohol.
Él agarró la ropa de Chloe suplicando:
—No te vayas, no quiero separarme de ti.
Chloe frunció los labios.
—Sabiendo que me vas a dejar, me siento muy triste. No me doy cuenta hasta que ya he bebido demasiado. ¿Estás enfadada conmigo?
Cristián siguió agarrando la ropa de Chloe
—Chloe…
Chloe le soltó, y dijo con amargura:
—Estás borracho.
—No estoy borracho.
Cristián gruñó en voz baja. Parecía que no supo cómo pudiera liberar de ese sufrimiento sin que le perdonara.
—¿Por qué no me crees?
Chloe quedó mirando el suelo, dijo impotente:
—Siempre deseo confiar en ti, pero tú nunca me has dado la oportunidad para cumplirlo.
De repente, Cristián se levantó, la miró con los ojos llenaban de sangre. Por haber bebido tanto, su voz sonó ronca:
—Desde ahora, hago todo lo que tú quieras. ¿Así me podrías perdonar?
Chloe se quedó parada, «¿pero está borracho o no?».
Ella no supo que había que decir al escucharlo.
—¿No estás borracho?
No le respondió, Cristián cerró los ojos y parecía que estuviera dormido.
—Cristián.
Él no le contestó tampoco.
Luego Chloe oyó la respiración relajada de Cristián.
—¿Será porque los que he hecho están muy bonitos?
La niña tenía los ravioles en sus manos, se los acercan a Alain y preguntó emocionado:
Alain se quedó mirando las cosas que estaban en las manos de su hija. De verdad, si Alessia no le hubiera contado que eran ravioles, él no habría podido identificarlos.
Se veía claramente que solo eran algo redondo y formaban con harina, no había nada que ver con ravioles.
—¿Quién te ha enseñado?
—Mamá.
La niña contestó con mucho orgullo.
Alain caminó hacia aquí, y notó que había dos tipos de ravioles sobre la mesa, uno tenía una pinta exquisita, y el otro tenía una pinta horrible.
Alain se rio impotente.
—A ti no te ha heredado el talento de tu mamá.
La niña parpadeó con sus ojos grandes y no entendía nada que le había dicho su padre.
Cynthia levantó la cabeza, se fijó en Alain, preguntó:
—¿Te parece que los ravioles que hago yo están feos?
Alain negó con la cabeza:
—Claro que no.
Sin duda alguna, todos tenían una pinta exquisita.
Alex enseñó a Alain a los ravioles que hizo por Cynthia, dijo:
—Están hechos por mamá, ¿están bonitos?
Más o menos tenían la forma de ravioles.
Alain miró a su hijo con la cara increíble, y preguntó:
—¿Estos no has hecho tú?
—Mamá los hace.
Alex le confirmó de nuevo.
Alain levantó la cabeza, se quedó mirando a Cynthia para que le pudiera explicar y decir era mentira que le había dicho su hijo.
—Nunca he hecho ravioles antes.
Era la primera vez, y se le enseñó por Carmen.
Los ravioles que tenían pinta exquisita todo hizo por Carmen.
—Los que están bonitos, los hace la abuela. ¿A que sí están muy buenos?
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