De repente se calló Ramon porque no se le ocurrió nada para refutarle a Luciana.
«Frente al amor verdadero, la edad es una mierda.»
Después de un largo silencio, Ramon se marchó.
Luciana volvió a meterse en la habitación para sentarse al borde de la cama. Entró Mauricio cerrando la puerta. Quedándose ahí por un buen rato, se sentó a su lado. Entre ellos había un espacio reducido pero remoto a la vez. Sentados silencios, nadie abrió la boca hasta que se oscureció.
—Luciana.
—Oficial Mauricio.
Casi al mismo tiempo abrieron y cerraron la boca.
—Llámame Mauricio.
Luciana sonrió,
—Lo siento. Ya no eres oficial. ¿Tienes hambre? Te preparo la cena.
Apenas se levantó, Mauricio agarró su mano. Luciana volvió su cabeza y sus miradas se cruzaron.
—¿No te importa mi edad?
—Si no te importa mi pasado, a mí tampoco —dijo Luciana cabizbajo.
A Mauricio nunca le importaba su pasado, lo único que le importaba era su edad que era mucho mayor que la suya.
—Eres una buena chica, no quiero juzgarte por cosas insignificantes.
Con las miradas abajo, Luciana se volvió avergonzada sonriendo,
—¿Me quieres también?
Después de una inmóvil reflexión, Mauricio dijo,
—Supongo que sí.
Pese a su actitud poco animada, Luciana se sentía muy feliz porque no era el tipo capaz de expresar con claridad su sentimiento, ni hablar delante de ella.
—¿Tienes hambre? —preguntó Luciana con ternura.
—No mucho —dijo Mauricio.
—¿Piensas agarrarme las manos para siempre? —echó a reír Luciana.
De inmediato la soltó Mauricio con una sonrisa forzosa.
—Sé que me quieres, pero no quiero que sufras hambre —dijo Luciana con un rostro avergonzado—. Descansas un poco mientras te preparo la cena.
Terminas las palabras, salió Luciana y Mauricio se quedó todavía distraído por lo que pasó recién. Echó a reír inconscientemente y luego entró a la cocina donde estaba Luciana cortando las patatas.
—Son grandes las patatas, y las planteó con cariño el propio rector de la escuela —sonrió Luciana mientras levantó la cabeza para mirarlo.
Pese a las cintas envueltas en la cabeza, su rostro se veía todavía muy hermoso con un perfil bien rasgado, sus miradas eran firmes y tiernas a la vez. Llevaba una camiseta blanca y los pantalones negros con la altura a la rodilla.
—Te queda bien la ropa, te veo más joven —dijo Luciana.
Mauricio bajó sus miradas echando un vistazo a la ropa que se vestía, luego echó a reír.
—Salimos mañana a hacer las compras, te faltan unas ropas para cambiarte —dijo Luciana—. Además, tengo que comprarte las carnes rojas para que te recuperes pronto.
—No llores, Luciana, estaré a tu lado cuidándote.
Apenas escuchó sus palabras, dobló el llanto.
—¿Me he equivocado de algo? —murmuró Mauricio nervioso.
—No, no has hecho nada malo, puede que me extraña mi madre —dijo Luciana secando las lágrimas.
Quería abrazarla, pero detuvo porque no quería asustarla. De repente lo abrazó Luciana con el rostro pegado a su pecho. Sorprendido por un momento, la abrazó fuerte.
Sintiendo el calor de sus lágrimas, Mauricio se sintió de pronto penoso por no poder consolarla.
—¿Por qué te fuiste entonces? Te quería acompañar, pero desapareciste de manera tan repentina y tan resuelta que no podía ubicarte ni siquiera en tu pueblo natal —dijo Mauricio con ternura—. Estaba preocupado por ti.
Luciana levantó la cabeza,
—¿Fuiste a mi pueblo natal?
Mauricio asintió.
—Pero, ¿cómo conseguiste la ubicación de mi pueblo natal? —preguntó Luciana con los ojos hinchados y asombrados a la vez.
—No me sería difícil saberlo por el oficio a que me dedicaba —dijo Mauricio.
—Ah, sí —contestó Luciana suspirando—. Eres policía, con sólo revisar el caso de mi madre, ya lo sabrás todo.
Detuvo de repente Luciana y bajó sus miradas,
—¿Pero estar conmigo no te afectará?
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