—¡Sangre!
Se cayó en el suelo dejando las manchas bien rojas.
Apeas se dio cuenta, Mario se quedó rígido de estremecimiento con los ojos sorprendidos. Por mucho tiempo no pudo hablar ni una palabra.
—Hágamos algo, no te detengas ahí como un necio —dijo Amalia precipitada.
—Voy por el coche —dijo Mario nervioso.
Mientras tanto, Alain seguía corriendo con lo rápido posible. En este instante, lo único que se le ocurrió fue el hospital.
«Por favor, que no le pase nada.»
Tras haber cruzado la plaza, llegó al aparcamiento donde estaba el chófer.
Apenas abrió la puerta del coche, el chófer gritó asombrado,
—¿Qué le ha pasado a la señora?
—¡Al hospital! —gritó Alain.
Apenas se metieron dentro, el conductor arrancó el coche sin ninguna demora. Con la cabeza metida en los brazos de Alain, Cynthia agarró con fuerza su ropa, gimiendo,
—Por favor, ayúdame, no puedo más.
En un santiamén su rostro se demudó y su respiración se volvió dificultosa.
—Ya llegamos al hospital, cariño, aguanta un poco —murmuró Alain nervioso besando su frente con ternura.
De pronto se sintió ahogado como si hubiera experimentado su dolor. El sudor se le cayó sin parar mezclado con las lágrimas de Cynthia.
—Me duele, cariño... —murmuró Cynthia en sollozos.
La abrazó Alain con aún mayor fuerza. En este momento se dio cuenta de que la sangre había manchado casi todo su vestido y su camiseta.
—¡Acelera! Por favor —gritó Alain.
En un momento tan crítico, el conductor tuvo que pasar semáforos en rojo.
—Aguanta un poco, Cynthia, ya llegamos…
No le respondió Alain porque estaba distraído rezando.
—Sí, hace poco —dijo el chófer.
Una hora después, no hubo nada señal de que se terminara la operación. Un horrible silencio se dominaba entre todos que se mantenía callados.
De repente sonó el teléfono del conductor. Era llamada de Isabel.
—¿Han vuelto ellos al hospital?
—Sí, estamos aquí ahora —detuvo por un momento y añadió—. Pero la situación es un poco complicada.
—¿Cómo que complicada? —preguntó Isabel preocupada.
—Está la señora recibieron la operación para el parto, pero no del parto natural —dijo el chófer en un tono poco animado—. No sé cómo explicárselo, venga, estamos en el sexto piso, todavía no se ha terminado la operación.
Colgado el teléfono, Isabel caminó corriendo hacia el destino. Cuando llegó ahí, encontró a las familias de Bezos y de Mercedes paseando ansiosos afuera. No les saludó sino se le acercó a Alain. Apenas se dio cuenta de las manchas sanguíneas que estaban en su camiseta y en sus manos, entendió del todo.
—Tranquilo, no le va a pasar nada porque había ya sufrido todos los dolores en su infancia, el Dios la ama, no la dejará sufrir. A partir de ahora tendrá una vida tranquila y feliz. No te preocupes, vete a lavar las manos que son muy sucias. No le gustará verte así.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡Vuelve conmigo,mi cariño!