Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 38

—¿Me puedes explicar qué rayos hacías con Alex Queen? ¡Yo creí que estabas trabajando! —reprendió Mell enojada.

—Pues sí, eso era lo que realmente debió pasar, pero sin querer, nos topamos en la salida de su casa, ni siquiera sabía que allí vivía —respondí en voz baja y mirando hacia un punto fijo—, así fue como nos encontramos, no estaba planeado, Mell.

—¿Qué es ese olor? —interrogó de pronto, frunció el ceño y movió su nariz al mismo tiempo que su boca, como si olfateara y me empezó a oler, sacudió su cabeza e hizo un gesto de desagrado.

—Por favor, deja de hacer eso —regañé avergonzada.

—Espera... ¿te bañaste hoy? —inquirió en voz baja y sigilosamente.

—¡Por supuesto! —exclamé ofendida—. Lo que pasó es que Coco...

—¿Coco? ¡Pero si huele a caca no a coco! —exclamó mi amiga chasqueando la lengua y cruzó sus brazos.

—Ya basta, Mell —dije con seriedad, aunque se me escapó una risita nerviosa—, a ver, Coco es el perro de Alex...

—Ya decía yo que la Caca y el Coco se parecen, o sea, muy lindo su perrito y todo, pero sabes que no me cae bien —replicó impaciente y rodó los ojos.

—¡Ya Mell! —imploré en un gruñido—, ¿no te das cuenta en la situación que estamos?

Se quedó callada mientras me observaba con detenimiento y examinaba mi rostro. Esta vez no le estaba mintiendo, así que estaba con mi conciencia tranquila. En cambio ella, me había ocultado que Alex había ido a dejar las rosas y se había hecho la tonta y la que no sabía nada.

—¿Qué sentiste? —preguntó de pronto conteniendo una sonrisa en sus labios delgados y sonrosados que hacían un contraste dulce con su piel.

—Que se iba a morir —respondí de inmediato, recordando lo que había sucedido; el ver cómo empezaba a mancharse de sangre me había provocado un fuerte impacto, tanto como él lo había sufrido en ese accidente.

—No, eso no —susurró divertida—. Yo hablaba de cuando te besó... ¿qué sentiste

¿Mell lo sabía? ¿Qué sabía ella de eso? ¿Cómo? ¿Era bruja y no me lo había dicho? ¿Desde cuándo hacía brujería?

La miré asustada y pegué un brinquito gracioso.

—¿Eres... bruja? —pregunté nerviosa y en un murmullo. Siempre me habían dado temor esas cosas y si provenían de mi loca amiga, con más razón.

—Ajá, soy una de las peores —dijo en tono serio—, yo vigilo tus pasos y veo a través de una bola de cristal... sé que te besaste con Alex...—agregó en voz gruesa y haciendo mover sus dedos con frenesí acercándose a mí como si fuese un fantasma.

Al ver mi expresión de desconcierto y miedo, porque me había logrado retroceder unos pasos, soltó una carcajada y no pudo evitar las risas. Una enfermera pasó a su lado y la regañó, haciendo que mi amiga se tuviera que tapar la boca para no reír en voz alta de nuevo.

—Pues, quizás si soy bruja cuando me despeino —agregó por lo bajo y contuvo la risa, luego tosió y aclaró su voz antes de agregar—: A ver, Bella, yo soy tu mejor amiga y te conozco, sé tus miradas y tus expresiones, sé que algo debió haber pasado para que traigas esos ojos brillantes y esa cara de euforia, y bueno, eso sin contar que traes todo el labial corrido de un lado a otro.

Abrí mis ojos lo más que pude y toqué los labios con suavidad, todos mis dedos quedaron manchados de rojo, del labial que me había puesto en la mañana.

¡Rojo! ¿Por qué precisamente me había puesto el rojo?

—No me salgas con que te besó Coco —replicó al ver que tomé aire para responder—. Porque no soy tan tonta como parezco y sé que...

—Cristina Sarmiento —dijo un hombre en la recepción de la sala—. Ese es su nombre, señorita.

Mi amiga y yo nos giramos un poco para ver lo que estaba pasando, porque le señor estaba casi a punto del llanto. Quizás su esposa estaba al borde de la muerte o había pasado algo trágico y necesitaba encontrarla. Mi corazón se congojó un poco y me dio pena por él.

—Ya le dije que no podemos darle esa información, son políticas del hospital, las reglas no las hice yo —dijo la enfermera con voz aburrida y monótona, arrastrando cada sílaba de las palabras que pronunciaba—. No puedo, ya se lo he dicho veinte veces, señor.

El hombre alto y regordete negó con la cabeza y resopló impaciente.

—Es que yo sé que ella estuvo aquí, necesito saber esos resultados, la prueba se la hizo aquí.... ella misma me lo dijo —insistió en modo de súplica—, dígame si voy a ser papá, solo necesito saber eso y...

—Si tanto le interesa, pregúntele a ella misma —espetó la enfermera con fastidio y mientras masticaba chicle, le lanzó una mirada rabiosa.

—Por favor, señorita...

—¡Seguridad! —gritó la enfermera.

El señor negaba con la cabeza y miraba una foto que tenía entre sus manos. Me dio bastante pena porque al parecer quería mucho a esa mujer y entendí su necesidad de saber si sería padre, pero pronto llegaron los guardias de seguridad y lo tomaron por los brazos, hasta arrastrarlo por los pasillos hasta que los perdimos de vista.

La enfermera resopló y se planchó su vestido blanco, luego tomó el celular y empezó a jugar con él.

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