Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 40

La preparación para mi salida del hospital fue toda una odisea, entre recetas de medicamentos, pastillas y órdenes de exámenes, logré salir del consultorio del doctor Smith, que había tomado el turno de la doctora pelinegra y me había hecho nuevamente algunos análisis para estar más seguro de mi diagnóstico por ser mi ginecólogo de cabecera y quien llevaba mi proceso de embarazo.

Al salir por la puerta, pude reconocer a Alex y a mi mejor amiga, enfrascados en una ligera discusión al lado de una ventana y al verme acercar a paso rápido, se callaron abruptamente.

Fruncí el ceño y giré mi rostro un poco para observarlos dudosa.

—¿Sucede algo? —interrogué preocupada y marcando una expresión de desconcierto, no entendía de qué podían estar hablando o discutiendo, si entre mi amiga y yo habíamos llegado a la decisión de que aceptaríamos que lex pagara la factura de mi estadía en el hospital con la condición de que en unos cuantos meses que nuestra economía estuviera más estable, se lo regresaríamos con un diez por ciento de interés.

Mell frunció los labios, intentando esconder una sonrisa y eso me pareció aún más extraño. Luego pasé mi mirada hasta Alex y él rápidamente me miró con dulzura y sonrió con amplitud.

—Intentábamos conocernos mejor —repuso el chico, sin apartar sus ojos de mí.

—Intentabas convencerme de que como es niño será igual de guapo que tú—replicó Mell y rodó los ojos—, porque dice que obviamente tú conservarás tu belleza.

—Es la verdad, Bella es la más hermosa del mundo —murmuró Alex y se acercó unos pasos hasta quedar frente a mí. Mi amiga, al ver que estaba a punto de ser testigo de una escena romántica, porque era más que obvio que nuestros ojos estaban conectados en una misma mirada, decidió interponerse entre nosotros y señaló la puerta de la salida.

—Mejor salgamos, porque según esta cuenta, aquí cobran hasta el aire que respiramos —repuso y me tomó del brazo para alejarme de Alex, quien con rapidez siguió nuestros pasos y sin dejar de esbozar esa sonrisa tan amplia y radiante que engalanaba su rostro y me hacía sentir maripositas en el estómago.

Después de salir por la puerta principal, Alex llamó un taxi, puesto que su auto ahora era una chatarra y la grúa se lo había llevado. El sol estaba más intenso y sus rayos eran mucho más fuertes y potentes, el calor se apoderó de nuestros cuerpos de inmediato al pasar del frio aire acondicionado a el aire caliente de la calle.

Mell me soltó porque decidió adelantarse unos cuantos pasos más al frente para comprar una ensalada de mango verde que característicamente vendían afuera de los hospitales.

Caminamos a paso lento por la estancia; Alex llevaba su cabeza envuelta en vendas y algunas tiras adhesivas sanitarias en su rostro para tapar unos cuantos rasguños que se había hecho con los vidrios. Mientras yo, sostenía mi vientre y con la otra intentaba tapar mi rostro del fuerte sol, caminaba como si estuviese en medio de un campo minado; cada paso debía ser cuidadoso, además de ir hecha un desastre, también llevaba una zapatilla llena de excremento de Coco.

Miré hacia al frente y reparé a mi amiga, iba radiante y hermosa, sus tacones negros hacían verla más estilizada e iba tan bien peinada y maquillada que ni aunque pasara un huracán le levantarían cabello.

Sonreí y negué con la cabeza al recordar el lema de mi mejor amiga: "no puedes salir a la calle como una vieja bruja. Mejor sal como una joven bruja, nunca sabes si te puedes encontrar a tu cantante favorito en el supermercado.

Me detuve para tomar un poco de aire y Alex lo hizo también, lo miré de reojo y supe que él hacía lo mismo. De un momento a otro intentó tomar mi mano, entendí su movimiento porque rozó suavemente nuestros brazos e hizo ademán de agarrarme, pero reaccioné con rapidez. Está bien, si estaba algo aturdida, pero mis reflejos no habían perdido su efectividad.

—Quieto —mascullé apartándome un poco y acrecentando la distancia que nos separaba.

—Bella, necesito hablar contigo —murmuró y rascó un poco su nuca, incómodo y con algo de pena.

—No tenemos nada de qué hablar, Alex. Si es por lo del dinero de la cuenta, nosotras te buscaremos para pagarte hasta el último centavo, solo…

—Te dije como veinte veces que no me debes nada, lo haría mil veces más y con todo el amor de mi corazón —repuso de inmediato y me miró con fijeza. Mis mejillas se sonrojaron y mis palpitaciones se aceleraron con mucha fuerza ante sus palabras, me lograba enternecer y también me provocaba unas ganas inmensas de abrazarlo y perderme en su pecho, pero no podía hacerlo, debía ser fuerte.

—Te regresaremos todo —repetí firmemente.

—No lo aceptaré, pero… ¿tú sí me aceptarías un postre?

—¡No! —exclamé impaciente y retrocedí dos pasos antes de que su mano que intentaba acariciar mi rostro, pudiera tocarlo.

Me miró desconcertado y se detuvo en seco, yo estaba siendo muy soez con él, quizás esperaba un poco más de mí, no un cambio brusco o un giro de ciento ochenta grados en mi actitud.

—Exacto, porque a ella le gustan los mangos con sal, no los postres —informó mi amiga de repente, uniéndose a nosotros y me extendió una bolsita con la ensalada que había comprado a unos cuantos metros.

Sonreí y la tomé, luego miré nuevamente a Alex y su expresión tan dolida me partió el corazón, se notaba herido, desconcertado y sus ojos se habían cristalizado, solo asintió con la cabeza y se dio media vuelta.

Un nudo en mi garganta se enredó con fuerza y me sentí la peor mujer del mundo por hacerlo sufrir tanto, después de todo lo que había hecho por mí, además, mi corazón se negaba a verlo alejarse, no quería que se fuera… al contrario, sentía la fuerte necesidad de tenerlo cerca y de perderme en el brillo de su mirada y volver a ser el motivo de su sonrisa tan dulce y risueña.

—Si me gustan los mangos, pero también los postres —dije en voz alta, lo suficiente para que él escuchara y sus pasos se detuvieron, se giró de inmediato y su mirada cargada de esperanza se unió con la mía de inmediato.

Mell me miró sorprendida y es que seguramente estaba más que confundida, pero aún no le había comentado lo que había escuchado decir a Alex mientras estuve inconsciente. Así que como no estaba enterada, probablemente estaba pensando que estaba loca o que el desmayo había afectado mi cerebro.

Pero, por más que lo pensara, la única forma de saber la verdad sería acercándome más a él, siendo su "amiga" porque si oponía resistencia y me hacía la difícil, jamás lograría saber la verdad, cosa que me interesaba mucho y no, no es que fuese vidajena o chismosa, pero si en este enredo estaba incluida yo, tenía derecho a saberlo.

—¿Estás loca? —cuestionó Mell dejando atrás su pose de modelo de exposición de venta de ensaladas de mango y bajó sus gafas oscuras para examinar mi rostro y mirarme con expresión incrédula.

La miré a los ojos; si algo habíamos aprendido en estos años de amistad era a leer nuestras miradas, intentó fruncir sus labios, pero luego asintió con lentitud. De forma rápida captó la información. Entendió algo del mensaje—o eso creí—, porque se puso sus lentes oscuros y se acercó con expresión enfadada que luego se suavizó al decir:

—Tú ganas, pero yo voy.

—Mell —gruñí frunciendo los labios lo más que pude para no llamar tanto la atención de Alex.

Resopló y chasqueó la lengua.

—Bueno, bueno. Iré, pero los dejaré solos, les juro que me portaré bien. Solo es que no confío en él —comentó con amargura y señaló a Alex en un movimiento sin disimulo alguno.

—Pero... necesito hablar con Bella —carraspeó Alex un poco incómodo ante la afirmación de mi amiga.

—El que llega de último paga uno extra —comentó Mell haciendo caso omiso y corriendo hacia el taxi. Ya era demasiado tarde.

Alex se giró y posó sus ojos en mí con fijeza. A decir verdad, el chico se ponía cada día más guapo. Aunque se veía que el sol le molestaba también, al parecer le dolía la cabeza porque entrecerraba los ojos al hablar y eso lo hacía ver aún más tierno.

—¿No hay manera de que nos deje ir solos? —preguntó en voz baja señalando hacia donde se encontraba mi amiga—. Me gustaría pasar un tiempo a solas contigo y…

Abrí mi boca un poco y al escuchar su última frase mi corazón se volvió a acelerar, yo también lo deseaba, pero no estaba bien. Mi amiga nos hacía señas y gestos desde la ventana del taxi para que nos apuráramos y señalaba su reloj con insistencia.

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