Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 41

Luego de la constante insistencia del taxista y de varias miradas de contrariedad, mi amiga cedió el volante del auto del servicio público y, además, tuvo que comprarle una ensalada de mango para poder contentarlo y permitir que pusiera su estación de radio favorita.

Alex y yo nos sentamos en la parte trasera del auto y Mell en el puesto delantero, pero con un ojo en la nuca observando el mínimo movimiento que pudiera darse en la parte de atrás.

Mi acompañante le pasó la dirección al taxista en una pequeña tarjeta de papel. Eché un ligero vistazo de reojo, pero fue en vano; no logré ver nada. De todas formas, daba igual a donde fuéramos, lo que me importaba era hablar con él y pedirle una explicación.

El taxista asintió y encendió el auto, me acomodé un poco y lancé una mirada a mi amiga que me veía detenidamente por el retrovisor, abrí mi boca al notar que con sus labios preguntaba si me gustaba Alex y lo señalaba con un dedo de forma disimulada. Enarqué una ceja y asentí con la cabeza simulando que bailaba mientras tarareaba una de las canciones favoritas de mi amiga que sonaba en el auto. Ella abrió sus ojos un poco y sonrió un poco, guiñó un ojo y con un gesto de su mano entendí que luego hablaríamos de eso.

A medida que el camino avanzaba, Queen se acercaba más a mí, acortando los pocos centímetros que nos separaban. Bostezó con disimulo y levantó un brazo, pasándolo detrás de mi espalda por encima de mis hombros. Según él, era algo disimulado, pero yo ya lo veía venir, era muy evidente su deseo de acercarse porque no apartaba su mirada de mí y se movía cada cinco segundos.

Sonreí con suficiencia porque para ser sincera, sentir su calor era algo que me hacía sentir mejor. Su delicioso olor se fundió en mi piel cuando coloqué mi cabeza en su pecho. Cerré mis ojos un instante y recordé lo hermoso que había sido ese beso y de forma involuntaria, mordí mi labio inferior, deseando que se repitiera una y mil veces más. Él depositó un beso en mi cabeza y abrí mis ojos, decidí mirar por la ventana y mi corazón se aceleró cuando el camino se me hizo familiar: el super mercado de la esquina; el parque; los locales comerciales a un lado de la calle, entre otras cosas que mis ojos ya habían visto tantas veces en un subir y bajar de mi rutina.

Mi corazón se aceleró y mis nervios se pusieron de punta. Tragué saliva con dificultad y me reincorporé al ver cómo cada vez más nos íbamos acercando.

¡No! ¡No podía ser! ¿Acaso él sabía que yo estaba al tanto de la verdad? ¿Alex conocía mi secreto?

Mell se giró con rapidez al notar lo mismo que yo. Me miró desconcertada e hizo un tipo de gruñido intentando decirme algo, miré otra vez y volví a tragar saliva. Alex nos miraba extrañado y con expresión confusa sin entender qué era lo que provocaba tanto revuelo.

¿De todas las panaderías del mundo había escogido esa: la de Matt?

—Alex… ¿dónde estamos? —pregunté temerosa, pero fingiendo naturalidad, incluso, traté de no respirar mucho para que no sintiera cómo el aire salía gélido porque en mi interior lo que había era una gran tormenta. Quizás sí notó mi inseguridad porque las palabras salieron con dificultad de mi boca, sin embargo, no dio indicio de ello. Decidí observarlo y giró su cabeza para mirar por la ventana antes de responder.

—Vamos a una panadería, te invité a un postre… ¿recuerdas?

Asentí y tragué saliva, lo miré y pude sentir cómo mis manos comenzaban a temblar, estaba asustada por lo que pudiera suceder, además de que no había ido al trabajo y de que le había dicho a Matt que había tenido una urgencia, ahora llegaría con su excuñado a mi empleo como si nada. Y, por otro lado, ahora que estaba por descubrir una verdad o recibir una explicación de Alex, todo se complicaba porque nos dirigíamos a la panadería donde estaba el asesino de su hermana y de su pequeño sobrino, y por si fuera poco, era mi empleo.

—Ese parque que ves ahí era el favorito de mi hermana —murmuró y dejó escapar un suspiro de tristeza, interrumpiendo mis pensamientos—. Y esa banca —agregó al mismo tiempo que señaló hacia el mismo asiento donde yo había pasado toda la tarde, esa vez que conocí a Matt—, era su preferida. Le gustaba venir a escuchar música en su reproductor de mp3 y…

—Samantha es una buena chica, me gusta mucho su cabello —murmuró Mell con suavidad—. ¿Por qué hablas en pasado? ¿Ya no le gusta venir?

La miré en señal de advertencia, estaba entrando al lago prohibido. Yo sabía que hacía eso para sacarle información a Alex sobre su hermana Amy, ya que supuestamente nosotras no sabíamos nada, pero no era el mejor momento sabiendo que nos acercábamos a la panadería del supuesto asesino y que lo que estaba por formarse era una gran guerra.

Apartamos nuestra vista de las ventanas y Alex dejó escapar un suspiro, cerró sus ojos y Mell y yo aprovechamos para mirarnos un poco; ella hizo un gesto con su boca y la regañé con la mirada. Aunque, a pesar de todo, mi subconsciente estaba seguro de que era el momento clave para saber la verdad, de modo que dejé que las cosas sucedieran y preferí no interrumpir, Alex se veía dispuesto a contestar y preferí dejar que los instantes transcurrieran hasta que se sintiera preparado para responder.

—Sam es mi niña, mi hermana menor… pero no es de ella de quién… —balbuceó Alex cuando abrió los ojos y puso su vista fija en sus dedos—, hablo. Es…

—Señor, hemos llegado —interrumpió el taxista con voz áspera y cansina, interrumpiendo las palabras que salían con gran dificultad de los labios de Alex.

¡Me dieron ganas de abalanzarme sobre él y tirar del poco cabello que le quedaba!

Justo tenía que interrumpir en el momento crucial de toda esa historia de suspenso.

Pero no sólo era eso.

¡No, qué va!

¡Todo era mucho peor!

No estábamos frente a la panadería de Matt. La conversación en el taxi me había distraído un poco y no me había dado cuenta de que el lugar que estaba frente a mis ojos no era ni más ni menos que la panadería de la competencia. ¡Sí, la que nos robaba clientes!

Mi mente seguía tejiendo el laberinto de preguntas en el que siempre sobresalía: ¿por qué mi destino me hacía malas jugadas todo el tiempo?

Alex recobró su postura y sacó su billetera de un bolsillo de sus pantalones y luego un billete que le pasó al señor taxista, a quien, por cierto, le dediqué una mirada furiosa apenas tuve la oportunidad. Forcé una sonrisa falsa y él solo me devolvió una sonrisa amable y miró mi vientre. ¿Acaso no había captado el mensaje?

Mell largó un suspiro de alivio al bajar del auto y lanzar una mirada fugaz al establecimiento de mi empleo. Todo se habría venido abajo si en lugar de estar frente al edificio nuevo, estuviésemos en la de Matt algunos metros más abajo de la carretera. Claro que eso me había salvado de una gran dificultad más, pero ese sentimiento de que estaba haciendo algo indebido no me dejaba en paz.

Alex con amabilidad tomó de mi mano y me ayudó a bajar del taxi con paciencia. Su semblante había cambiado a uno melancólico al hablar de su hermana, y lo comprendía, no me imaginaba mi vida sin Angie.

—Me la recomendaron unos compañeros del banco, no había tenido la oportunidad de venir, pero dicen que abrió hace poco —intervino Alex señalando la puerta del local—. En realidad, hace mucho no venía por aquí —agregó en voz baja.

Pasé mi mirada por la concurrida calle y con disimulo observé como Julia regaba las plantas que adornaban la entrada de la panadería donde ambas laborábamos. Intenté esconderme detrás de Mell por si acaso, porque lo que menos quería era que su querida prima le llevara el chisme a mi jefe, de que estaba en la competencia.

—Me gusta mucho esa canción —dijo de repente cuando comenzó a sonar una en un ritmo más pop y electrónico—, se llama Infinity.

No dijo nada más, pero de sus labios salieron unas hermosas palabras que eran parte de la letra de la canción, y me sobresalté debido a la sorpresa, su voz era tan dulce y afinada. Además de ser guapo, tierno y paternal… ¡también cantaba lindo!

Sonreí nerviosa porque no sabía qué más hacer o decir. Mis mejillas enardecidas ante la intensidad del momento eran mis testigos más fieles de la mezcla de emociones que reinaba en mi interior. Era más que obvio que yo le gustaba; no dejaba de mirarme y sonreír embobado con cada gesto que hacía y hasta le provocaba gracia mi sonrojo, como si muy dentro de él supiera lo mucho que me encantaba su compañía y que él me fascinaba.

Miré de reojo a Mell y descubrí que estaba entretenida viendo las medias que me había regalado Alex para el bebé —o eso quería aparentar—, pero no levantó su vista ni dijo nada.

—Quiero llevarte al infinito, déjame amarte —dijo en un susurro y suspiré, esa canción tenía una letra muy profunda—, por favor, vamos al infinito juntos, los tres —agregó con dulzura y cuando mis ojos se encontraron con los de él y la música siguió su curso, pero su letra no decía nada sobre eso, entendí que no estaba cantando… estaba dirigiéndose a mí de verdad.

Abrí mis ojos lo más que pude y cuando logré recuperar mis latidos, tosí un poco. No conseguía el aire suficiente para respirar con normalidad, el corazón me empezaba a gritar mil frases emocionado. Estaba totalmente ruborizada, enardecida y llena de un cálido sentimiento que corría por cada vena de mi ser, estaba por entrar en un colapso de emociones; un choque de mariposas en mi estómago.

Alex seguía sin quitarme la mirada de encima y mientras mantenía su sonrisa tierna enarcó una ceja esperando alguna respuesta de mis labios temblorosos.

Mell estaba paralizada, pero mantenía su mirada en las medias mientras tarareaba la canción y dejaba ver una sonrisa pícara en sus labios.

—Bella, por favor, déjame amarlos como merecen, darles todo el amor que siento aquí —dijo nuevamente y tomó mis manos entre las suyas para después acariciarlas con ternura—, dime que sientes lo mismo que yo, dime lo que tus ojos gritan, necesito escucharlo, por favor.

Tomé una bocanada de aire logrando que entrara a mis pulmones y los refrescara. Observé a Alex directo a los ojos, cuánto me gustaba el brillo de sus ojos, pero no estaba segura de qué exactamente era lo que sentía por él. No era un sentimiento definido ni conceptualizado dentro de mis palabras.

Aunque no podía negar que me gustaba. ¿Me gustaba? ¡Me encantaba! Pero había cosas en medio del camino que aún no estaban claras para mí, muchas preguntas sin respuestas se cruzaban por mi mente y no lograban darle un matiz claro a lo que mi corazón sentía.

—Alex —susurré decidida a preguntarle. A ver si de una vez por todas la verdad salía a la luz—, necesito preguntarte esto porque ya no puedo más.

Frunció el ceño y asintió con la cabeza. Admiré la hermosura de sus ojos y me perdí en ellos por instantes, luego sacudí mi cabeza para enfocarme en mi objetivo. Aclaré mi voz y tomé aire para preguntar lo que me atormentaba:

—Cuando estaba en el hospital casi inconsciente te escuché decir que...

—Aquí tienen sus postres —interrumpió una voz que me puso la piel de gallina, sus pasos se acercaban con decisión y los tres reaccionamos de inmediato, tragué saliva y nos giramos bruscamente, no había duda, sí, era...

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