Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 43

Me quedé inmóvil y mi respiración se entrecortó, sentí un leve mareo y un dolor de cabeza empezó a formarse en mis sienes; mi mente y mis oídos no podían dar crédito a lo que estaba pasando. El sentimiento de rabia me estaba matando en vida y el dolor de mi pecho me empezaba a traspasar la piel. Pero lo peor de todo era que... ¡Mell lo sabía!

—Pero yo soy hombre... —masculló James excusándose con la peor y más barata de las justificaciones machistas.

¡No, ya no podía con todo eso!

Esa era la excusa más barata y cobarde que habría podido imaginar.

—Con más razón debiste respetarla —argumentó Alex que se mantenía tan desconcertado como yo ante la confesión de mi amiga—. Ella amándote y tú comportándote como un idiota.

—Mell… ¿qué dijiste? —interrogué con lentitud, mirándola con mucho detenimiento.

Ella secó las lágrimas que empezaban a correr por sus mejillas y aspiró fuerte.

—Este idiota te estuvo engañando por dos años con Andrea, nuestra supuesta amiga —susurró con voz quebrada. Los miré y negué lentamente—. Yo quería decírtelo, lo juro, pero…

—James, eres tan poco hombre —murmuré con dificultad, pero cada palabra salió con mucha rabia y fue lo único que pude pronunciar porque mi lengua estaba enredada entre tantas palabras que quería gritar y que no podía por el hecho de estar amarrada con un nudo invisible de decepción.

Estaba en medio de un ataque nervioso; sentía como mi cerebro trabajaba a mil por hora y mi corazón bombeaba sangre de una manera acelerada, provocándome un intenso hormigueo en todo el cuerpo.

—¿Cómo te atreviste? ¿Con mi amiga? —mascullé herida—. ¿Con “la mojigata” como le llamabas?

—Ella era mejor que tú, supo darme lo que tú nunca hiciste —replicó de inmediato.

Tragué saliva y resoplé.

—Qué estúpido.

—¡Tú mejor no digas nada, no tienes derecho si eres peor que yo, eres una...! —exclamó alterado desde su posición en el suelo, pero no pudo terminar la frase. Alex le había propinado un tremendo puñetazo en el rostro, que le hizo girar su rostro con fuerza hacia un lado.

—¡Como la vuelvas a insultar, me vas a conocer! —gritó Alex furioso. Lo miraba lleno de rabia y sus ojos denotaban el nivel de enfado que había rebasado, caminó unos pasos hacia un lado y tomó la bandeja de los postres, luego los vertió encima de James y las mezclas de los pasteles cayeron de forma lenta sobre su rostro. Era una asquerosa masa decorada de blanco y chocolate con relleno de basura putrefacta.

James estaba totalmente enojado y frustrado, podía notar las ganas intensas que tenía de pegarle a Alex, así que, como pudo se levantó haciendo malabares con sus extremidades y se sacudió un poco la horrible mezcla pegajosa que ya empezaba a secarse sobre su cabeza. Pero, se resbaló y volvió a caer al piso de forma estrepitosa. Nuevamente se paró como pudo, pero esta vez agarró una de las sillas que tenía frente a él y la levantó en el aire.

¡Ahora sí! ¡Había empezado la WWE!

Alex sonrió de lado y negó con la cabeza, dio unos pasos hacia al frente y dispuesto a quitársela de las manos; James entendió su intención y tomó impulso para lanzarla directo a la cabeza de su contrincante, pero justo en el momento que daba inicio al espectáculo, las puertas se abrieron dejando ver dos siluetas masculinas.

—¡Señor, baje la silla! —exclamó uno de ellos—. Bájela de inmediato o procederemos a hacer uso de nuestro nuevo juguete. —Señaló un arma pequeña de electrochoque que portaba en su pantalón.

James emitió un gemido de miedo y soltó la silla con fuerza, dejándola caer con un gran sonido sobre el piso. Luego salió corriendo por todo el salón mientras el policía lo correteaba.

—¡Deténgase! —exclamó el policía entre resoplidos—. ¡Está detenido por intento de agresión y por alteración del orden público!

James no hacía caso, realmente estaba pálido y temeroso, quizás esta vez su madre no tenía las suficientes influencias para salvarlo esta vez y a eso era a lo que tanto temía.

La profesión de mi ex era especializada en la contabilidad, pero al parecer esa vez no supo contar bien sus pasos y volvió a pasar a nuestro lado donde estaba la mezcla de los postres en el piso. Se resbaló entre su propia asquerosidad y cayó estrepitosamente salpicando de postre las sillas y mesas más cercanas.

—Soy inocente —mascullaba James mientras el policía resoplando ponía las esposas en sus manos—. Lo juro, soy inocente, solo quería probar si la silla era tan resistente como me la vendieron y…

—El que nada debe, nada teme —interrumpió el otro policía.

—No me lleven, por favor. Tengo siete hijos que dependen de mí y…

—Sí, sí… ¿qué pasó con los otros nueve que nos dijo la última vez? ¿Se los llevaron los extraterrestres? —volvió a intervenir el policía con una expresión cansina.

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