Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 46

—Por fin llegamos —musité con voz entrecortada y me sostuve de la puerta porque mis piernas ya estaban débiles—. Pensé que nunca lo lograríamos.

—Yo igual, pero era eso o enfrentarnos a la verdad —repuso al instante entre jadeos—. Estuvimos así. —Hizo un gesto con sus dedos índice y pulgar.

Asentí y traté de calmarme un poco, ya estábamos lejos de la vista de Alex y de Matt, pero aún me sentía nerviosa por lo que pudo haber sucedido. Respiré largamente y masajeé mi sien con una mano para quitar un poco el dolor de cabeza que me había empezado a acechar.

—¿Crees que Alex se lo creyó? —cuestioné en un hilo de voz.

Ella me miró y se encogió un poco de hombros.

—Quizás, digo, un malestar estomacal le da a cualquiera; pero… ¿decir que tenías diarrea fue lo único que se te ocurrió? —replicó divertida.

—Pues… estábamos hablando de papel de baño y fue lo único en lo que pude pensar.

—Espera… ¿hablaban de papel de baño en su primera cita? —interrogó entre sorprendida y perpleja—. Te dejé sola para que hablaran de cosas más bonitas que eso, iiuu.

Rodé los ojos y negué con la cabeza. Ni siquiera yo entendía cómo había llegado a meter ese tema en nuestra conversación, todo por evitar que se supiera la verdad de que mi trabajo no era en una fábrica de papel desechable, sino en la panadería de Matt.

—Es complicado de entender —repuse—. Alex me preguntó dónde trabajaba y…

—¿Qué le dijiste? ¿Le dijiste la verdad? —interrumpió de golpe y su rostro palideció—. Ay, Bella, no me digas que…

—Una empresa de papel desechable —intervine y al notar su expresión confusa, agregué—: trabajo en Premiun toilet paper doble rollo.

Ella frunció el ceño un poco, pero al notar que yo no bromeaba, estalló en carcajadas. Resoplé molesta por su reacción y decidí entrar a la casa.

—Bella… espera —pidió entre risas.

Bufé y la ignoré, solo quería molestar y no le daría el gusto. Así que pasé de largo hasta mi habitación y ella iba siguiéndome los pasos.

—Quiero estar sola, Mell.

—Prometo no reírme más, pero es que… —dijo conteniendo una carcajada y luego soltó risitas a medida que subíamos las escaleras.

Me detuve y me crucé de brazos, enarqué una ceja y observé sus mejillas sonrosadas que sostenían una risa burlona.

—Todo esto es por tu culpa; yo quería decirle la verdad, pero…

—Pero se formaría una gran guerra entre Alex y Matt; el chico está enamorado, no creo que le haga gracia que la mujer de la que está enamorado y que también está embarazada, trabajé o esté cerca del hombre que asesinó a su hermana —replicó con voz seria.

Suspiré con frustración y fruncí mis labios. Rayos, mi amiga tenía razón.

—Es mentir o perderlo —sentenció con voz seria, pero luego sus labios se hincharon y dejó escapar una risotada antes de añadir—: Pero, Premiun toilet paper doble rollo, ya eso es pasarse.

Sus carcajadas me hicieron volver a rodar los ojos y me di media vuelta para seguir subiendo los escalones hasta llegar a mi habitación. Odiaba decirlo, pero mi amiga tenía razón: yo había sido una idiota; ¿cómo se hacía el papel desechable? ¿Qué puesto se suponía que tenía dentro de esa empresa? No tenía ni idea.

Al llegar a la habitación, me despojé de mi bolso y me tiré en la cama, estaba muerta; realmente agotada de haber caminado más de seis kilómetros para poder llegar a casa. Había tenido un día demasiado revuelto y agitado y pudo haber sido peor, sino hubiera salido corriendo por un supuesto dolor de estómago que me había atacado y unas ganas intensas de ir al baño, una mentira demasiado vergonzosa, pero había sido la única que se me ocurrió para alejarme de ese lugar donde estaba Alex y Matt.

Lo que menos necesitaba era un nudo más en todo ese enredo. No quería más problemas, ya eran suficientes todos los que había tenido que soportar en ese día. Miré hacia el techo y resoplé, luego mi vista se dirigió a un lado de mi cama y sonreí al ver la foto de la ecografía. Solo con mirarlo mi corazón brincaba de alegría. Ya debía estar más grande, con cuatro meses y medio de embarazo y como engullía su mamá, ya me lo imaginaba gordito y con unos hermosos y regordetes cachetes para comerlos a besos.

—¿Ya pensaste que nombre le pondrás? —preguntó Mell, sobresaltándome de pronto entre el silencio de la tarde.

—No, aún no —respondí cuando me recuperé y negué con la cabeza. En realidad, era algo a lo que le había estado poniendo bastante esfuerzo, pero no sabía la respuesta. ¿O sí sabía? La verdad era que no me gustaba incumplir promesas, pero... ¿sería bueno llamarlo como el chico que me gustaba, pero sabía que no era para mí? Quizás ese sólo sería un motivo más para recordarlo y tumbarme con un pote de helado de chocolate cada vez que llamara a mi pequeño hijo. Porque debía aceptar que por mucho que me encantara Alex y a pesar de todos los hermosos momentos que habíamos vivido esas últimas horas, él estaba esperando un hijo con otra mujer.

—Bueno, después que no sea toilet o doble rollo, todo está bien —repuso divertida y estalló en carcajadas. Resoplé molesta y ella lo notó, así que intentó calmarse y tomó aire para luego acotar—: Cariño, no es que me haga gracia que no vaya a tener a mi sobrina anhelada ni tampoco que no quiera a mi principito. —Se acercó y se sentó a mi lado, pasó su mano por mi vientre y lo acarició por encima de la blusa—. Solo te diré que lo llames como tu corazón dicta; al fin y al cabo, es tu hijo y solo tú sabes lo difícil que ha sido salir adelante sola, así que solo tú puedes decidir el nombre que llevará.

Bajé mi cabeza y cerré mis ojos, uní mis manos a las suaves caricias que le daba la tía Mell a mi príncipe. Amaba sentir sus caricias porque siempre estaban cargadas de mucho amor. Sonreí levemente al recordar que, a pesar de todo, estábamos ella y yo, juntas y unidas para darle mucho amor a ese bebé que poco a poco empezaba a tomar forma en mi interior. Los recuerdos empezaron a agolparse en mi cabeza y de pronto, todo lo que había sucedido aquel día tomó forma entre mis pensamientos y poco a poco las palabras de mi amiga fueron resonando en mis oídos y pasaron de ser un lejano eco a convertirse en un vívido y latente recuerdo. Mis facciones se tensaron y me detuve de golpe.

—¡Mellisa Rush! —gruñí de pronto, al recordarlo todo; todo lo que la involucraba a ella.

—Bueno, debo irme —replicó e hizo un chasquido con su lengua, cerró sus ojos y detuvo también sus caricias, haciendo caso omiso a mi llamado, para luego levantarse de un salto de mi cama.

Quería esquivar a toda costa responder a mis interrogantes, se notaba nerviosa y sobresaltada, quizás temerosa, así que, al levantarse, solo sonrió de forma vaga y nerviosa y salió disparada, escaleras abajo, hacia la cocina. Rodé los ojos y me levanté también; no iba a permitir que siguiera ocultándome cosas, necesitaba una explicación y era su obligación como amiga dármela porque yo era la que estaba envuelta en todo eso. Así que, me acomodé un poco la blusa y la seguí a paso rápido por los escalones, hasta llegar a la cocina. Llegué justo cuando abrió el refrigerador y sacó una enorme taza de helado de fresa.

Esa era una obvia y clara señal de nerviosismo. Ya la conocía, teníamos toda la vida de ser mejores amigas y ya sabía cómo reaccionaba ante las situaciones tensas y que le provocaran temor o nervios. Siempre acudía a su fiel amigo: el helado de fresa. Pero, esa vez, no se saldría con la suya, pensé y actué más rápido que ella. Me paré frente al refrigerador, se le habían olvidado las galletas de vainilla con las que solía acompañar el helado.

—Por favor, Bella —rogó haciendo pucheros—. Mis galletitas.

—No, señora, usted y yo tenemos una conversación pendiente.

—¿Me dijiste señora? —cuestionó perpleja y yo asentí con firmeza—. Alex me dijo señorita.

—Sí, pero yo soy yo —repuse seriamente y con voz áspera—. ¿Creíste que se me había olvidado?

Chasqueó la lengua y se desplomó en una silla del desayunador, luego resopló y un mechón de su cabello se levantó.

—Sabía que lo preguntarías —dijo entre dientes y rodó los ojos al mismo tiempo que recogía su cabello en una coleta.

—¿Qué esperabas? ¿Que dejara pasar todo esto sin preguntarte? —exclamé dejando caer mis palmas contra la repisa del fregador.

—No hice nada malo —susurró en un hilo de voz—. No soy una asesina, Bella. No me juzgues como si lo fuera.

—¿Desde cuándo y cómo lo sabías? —interrogué con el ceño fruncido haciendo caso omiso a su justificación.

—Bella, las galletas...

—¿Desde cuándo y cómo lo sabías? —repetí con voz firme—. Y que quede claro que las galletas de vainilla están en juego.

Abrió su boca con sorpresa y dejó caer sus brazos en señal de frustración. Si en algo no podía meterse en la vida de Mell era con la comida y eso ambas lo sabíamos.

—No te enojes —pidió con voz temblorosa y cerró los ojos con fuerza—. Desde que la hermana de Andrea se nos acercó en la universidad.

Fruncí el ceño e intenté recordar entre tantos acontecimientos, el rostro de una chica temerosa y tímida apareció vagamente entre mis recuerdos y abrí mi boca un poco. Había notado algo extraño en su comportamiento, pero no le presté mayor atención porque jamás llegué a pensar que una de mis amigas sería la amante de mi prometido. Pero, ahora la rabia empezaba a emerger desde mi interior y el enojo por no haberme enterado antes de esa cruel traición.

—¿Todo el tiempo lo supiste? —resoplé enojada y sentándome a su lado con fuerza, pero también con una gran debilidad causada por el choque de emociones.

Asintió con lentitud y noté como las lágrimas llenaron sus ojos azules.

—No siempre, yo también creí que Andrea era incapaz de traicionarnos, de incumplir con nuestra amistad de tantos años —contestó entre sollozos—. Parecía tan sincera cuando te decía que James era un mal hombre y que no te casaras nunca con él.

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