Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 48

—¿Estás segura de que puedes ir? —preguntó Mell indecisa examinándome con la mirada, atenta a cualquier gesto que le confirmara que estaba imposibilitada para ir a trabajar.

Me detuve frente a ella y fruncí el ceño. Solté una risita floja y la miré.

—Cariño, tengo diarrea, no un infarto de miocardio —repliqué divertida—. Es solo un mal estomacal, no me voy a morir por eso.

—No sé qué demonios es un miocardio —gruñó impaciente y sonreí levemente, ya sabía a qué venía tanto drama—, pero trabajas en una panadería.

—¿Y? —cuestioné de inmediato, para luego girarme y seguir aplicándome la máscara de pestaña.

—¿Cómo que y? —farfulló—. Es de mal gusto, es asqueroso y antihigiénico. Además, si llega un cliente y tienes que salir corriendo hacia el baño o…

—Ya estoy mejor, Mell.

—Imaginemos que ese cliente es Alex y se te escapa un sonoro gas perdido… ¿no te daría vergüenza? —cuestionó haciendo caso omiso a mi comentario.

Suspiré y enarqué una ceja, luego me di la vuelta con lentitud hasta quedar frente a ella otra vez.

—Créeme que, si llegara Alex, lo de menos es un gas perdido o sonoro, con la guerra que se puede armar es suficiente —murmuré y mi voz sonó temblorosa al imaginarme esa caótica escena. Ya lo había hecho en sueños varias veces, pero se me ponía la piel de gallina al pensar en que podía hacerse realidad.

—Bueno, sí, tienes razón… pero, ¿no hay forma de que no vayas a trabajar hoy? —repuso afligida—. Tienes diarrea en el miocardio, esa es una excusa suficiente para no trabajar.

Solté una carcajada al escuchar su argumento y negué con la cabeza.

—El miocardio es el corazón, Mell —expliqué entre resoplidos a causa de la risa y ella abrió la boca en gesto de sorpresa y de que había metido la pata.

—Tendré que repasar el diccionario más seguido —susurró y luego se unió a mis risas.

Terminé de maquillarme y me miré en el espejo, ya mi semblante había cambiado un poco, aunque ni con mil capas de polvo compacto se me borrarían las horrendas ojeras que me habían aparecido como por parte de magia, aunque, mi cabello ya iba trenzado y bastante presentable, lo que le daba un aspecto más fresco y descansado a mi rostro.

Tomé el maquillaje entre mis manos y me encaminé hacia la habitación, Mell me seguía con la mirada y suspiré, para luego mirarla y dedicarle una sonrisa triste.

—No puedo quedarme, enana. Esta vez si tengo que ir a trabajar, también extraño almorzar contigo, pero he pasado muchos días en casa y ya tengo que ir o Matt terminará despidiéndome y sabes que necesito el dinero —susurré y con mi mano libre apreté su mejilla.

Ella resopló y asintió con pesar. Desde el principio supe la causa de su episodio dramático. Javi había salido de viaje a Italia por asuntos de negocios del banco y hacía solo unas horas había avisado que se tendría que quedar tres días más porque los inversionistas chinos habían tenido un retraso en el vuelo y eso había causado bastante decepción en mi amiga, además de que los últimos días habíamos pasado mucho tiempo juntas y ahora era difícil acostumbrarse de nuevo a la rutina.

—Te voy a extrañar —susurró.

—También yo, cariño —murmuré y le dediqué una sonrisa triste antes de caminar hacia la cama y meter dentro de la cartera el maquillaje que llevaba en mis manos—. El té y las pastillas que nos tomamos me ha quitado un poco el malestar, no hay de qué preocuparse. —Sonreí y metí la mano nuevamente, pero esta vez ahogué un grito cuando una cosa grande y blanda chocó contra mi piel.

Mi amiga soltó una risita y me miro disimulada, fruncí el ceño y después de pasar el enorme susto, poco a poco fui sacando el objeto de suave textura y mucho peso.

—¿Me puedes explicar qué es esto? —interrogué con voz seria a pesar de que mi amiga estaba conteniendo una risotada y agité el rollo de papel higiénico ante sus ojos.

—Bueno, en primer lugar, nunca me perdonaría si tuvieras una emergencia y no tuvieras con qué atenderla —dijo entre risas y arqueé una ceja—. En segundo lugar, un trabajador siempre debe ser fiel al producto de su empresa y demostrar su la calidad, mediante su uso y aplicación…

—¿De qué rayos hablas, Mell? —cuestioné desconcertada, no entendía porqué había cambiado el tono de su voz a uno más serio y que me hacía pensar que estaba en una oficina del ministerio de trabajo.

—Y, en tercer lugar, una mujer precavida vale por cincuenta —prosiguió, ignorando mi pregunta—. Entonces no tienes excusas, tienes que llevarlo. Échalo mamita, que tu trasero lo agradecerá.

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