Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 50

Apreté mis puños con fuerza e intenté respirar de forma pausada para controlar la rabia que crecía en mí. Nunca me había caído bien, pero verla acercarse por el pasillo de la casa de mi mejor amiga, contorneando esas caderas con aires de superioridad, solo me provocaba repulsión y unas tremendas ganas de vomitar.

Mell reaccionó antes de que yo pudiera seguir en mi ensimismamiento y se adelantó unos pasos, pero interpuse mi brazo frente a su cuerpo para evitar que se le abalanzara encima y le arrancara los cabellos, me provocaba curiosidad el motivo de esa detestable visita, así que intenté calmarla con una mirada tranquilizadora y ella gruño un poco, pero accedió a mi petición de que no arrancara sus ojos.

—Hola, Fernanda —saludé con frivolidad y cada palabra cargada de ironía—, qué susto verte.

Sus labios se fruncieron y cada facción de su rostro se tornó dura, dio unos pasos hasta llegar frente a nosotras y se cruzó de brazos.

—Hola niñata, lo mismo digo —repuso de inmediato y su voz sonó tan despiadada—, me estoy muriendo de la alegría por verte. —Esbozó una sonrisa terrorífica y me miró directo a los ojos.

—Lo sé, aunque la verdad, me encantaría que te murieras y no de la emoción precisamente —espeté con sarcasmo y sonreí de la misma forma en que ella lo hacía. Sus labios borraron todo rastro de sonrisa y me sentí triunfante. Ya no lograba provocarme temor, ya no era la niña que se dejaba manipular o intimidar, yo sabía muchas cosas sobre su familia y estaba preparada para cantárselas de ser necesario.

—¿A qué debemos tu asquerosa presencia? —cuestioné manteniendo el mismo hilo del tono que llevábamos.

—Como si venir hasta aquí no fuera ya una asquerosidad —respondió y lanzó una mirada asqueada a su alrededor, mirando con una expresión desagradable cada centímetro de la estancia.

Mell tomó un jarrón que había en la mesa de centro de su sala y lo levantó en el aire, su rabia estaba al nivel máximo y la entendía, pero no podía permitir que cometiera un crimen.

—Cálmate, Mell —susurré y ella me miró enojada, asentí y respiré hondo, luego volví a mirarla, pero de una forma más suplicante y ella resopló y dejó el jarrón donde estaba. Había entendido mi mensaje.

—Fernanda, vete por favor —imploró mi madre, quien se había mantenido en silencio desde que llegó mi ex suegra.

—Ya dime de una vez, ¿qué demonios haces aquí? —pregunté cuando pude dejar a Mell más tranquila, aunque sus pupilas estaban al tanto de cada movimiento de la vieja arpía—. Pensé que nunca en la vida volvería a sentir estas ganas de vomitar que me provoca verte.

Entrecerró sus ojos con rabia e hizo un mohín en su rostro, me miró con asco y su mirada recorrió todo mi cuerpo y me provocó un terrible escalofrío cuando se posó en mi vientre.

—¿No se lo has dicho? —preguntó en un gruñido y su vista pasó de mi vientre, a un punto fijo: detrás de mí.

La rabia se intensificó y la cabeza empezó a dolerme. Me giré con mucha parsimonia y lentitud, para ver a quién le hablaba, aunque era obvio a quién se refería. Cuando terminé de girar mis talones, me encontré con el rostro pálido de mi madre y una mirada nerviosa. Giré mi rostro de un lado y entrecerré mis ojos.

—¿De qué habla esta mujer, madre? —interrogué poniendo toda la furia en cada palabra.

El silencio se apoderó de esas cuatro paredes y los sollozos de mi mamá eran los únicos que resonaban al ritmo de mis latidos que se intensificaban con cada segundo que transcurría. Miré a mi alrededor y encontré la mirada intensa de Fernanda puesta en la escena como relamiéndose por mi sufrimiento; Mell solo la miraba de forma rabiosa y cargada de odio.

—¿Qué es lo que tienes que decirme? —pregunté otra vez, en vista de que mi madre solo sollozaba y evitaba mi mirada—. Habla, madre, ¿qué es lo que no me has dicho?

—Cielo, yo… eh…

—Díselo de una buena vez —instó Fernanda impaciente y rodó los ojos.

—¡No es tan fácil! —exclamó mi madre y en sus ojos pude notar que decía la verdad, le estaba costando mucho sacar eso que supuestamente tenía que decirme.

—Lo haré yo…—replicó la arpía con brusquedad y antes de que mi madre pudiera tomar aire para replicar, soltó con voz amarga—: tu madre quería pedirte el favor de que declares a favor de James.

Abrí mis ojos lo más que ´pude y casi me ahogo con mi propia saliva. Mell al mismo tiempo que yo, nos giramos para ver mejor a mi madre y ella solo se soltó a llorar descontroladamente y de una forma vergonzosa.

—¿Qué? —pregunté con la garganta seca y en un hilo de voz.

Las carcajadas de mi amiga no se hicieron esperar y en medio de chillidos, improperios y maldiciones, la vieja bruja, ahora vomitada, dio cinco pasos hasta atrás y no fue necesario hacer más nada, porque tropezó con el peldaño que daba hacia la calle, hasta caer desplomada entre la puerta de la sala y la terraza. Aulló para que sus guardaespaldas la recogieran y cuando llegaron, solo la miraron con asco y negaron con la cabeza, hasta que uno de ellos fue amenazado con ser denunciado por ser cómplice en uno de sus negocios sucios y con gran repulsión tuvo que levantarla.

Apenas la arpía salió de mi vista, me apresuré a subir a mi habitación para lavar mi boca y quitar el horrible sabor que había dejado todo ese episodio en mi vida, aunque estaba consciente de que lo que quería era borra por completo, la existencia de James y su madre.

Cuando terminé de cepillar mis dientes, me miré en el espejo y suspiré. Toda la preocupación había logrado sacar otra vez mis facciones descuidadas y otra vez parecía Anabelle. Las ojeras se habían marcado aún por encima de la triple capa de polvo compacto y mis labios de nuevo se mostraban agrietados.

Me miré por unos segundos y me fue imposible retener el llanto que había luchado por contener en la sala, y lloré, sí, arrepentida por alguna vez haber confiado en ese hombre que dijo amarme, por haberle entregado mi corazón, mi alma, mi cuerpo y cinco años de mi vida. Quise arrancarme ese amargo sabor de la decepción que me provocaba que mi propia madre pensara que yo era tan estúpida como para regresar con el mismo hombre que había destrozado mi vida.

—Cielo, por favor, escúchame —susurró mi mamá al otro lado de la puerta.

—¡Lárguese, usted es la culpable de que ella esté así! —gritó mi amiga entre jadeos.

—Necesito hablar con ella.

—Ella no necesita hablar con usted, cuando pensamos que todo había cambiado, usted como siempre, volvió a meter la pata —argumentó Mell y pude imaginar su mirada rabiosa.

—Es que yo…

—Usted no debería estar aquí, mejor váyase antes de que mi amiga siga sufriendo por su culpa.

Mi celular comenzó a vibrar y lo tomé entre mis manos temblorosas, la foto de Alex apareció al instante y aunque tuve todas las ganas de contestar y de escuchar su voz, sus palabras dulces y tranquilizadoras, necesitaba un minuto para estar a solas, así que, lo apagué y entre sollozos y lágrimas me hundí en la soledad por unos instantes y mi cuerpo se deslizó por la puerta del baño hasta caer sentado sobre la alfombra mullida. Necesitaba pensar, llorar y sacar todo lo que había guardado en mi interior y que pedía a gritos ser sacado para dar espacio y paso a nuevos sentimientos y nuevas emociones.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés]