—¿Por qué dices eso, Matt? —insistí impaciente.
Él negó con su cabeza de forma frenética, como si en su interior se librara una lucha. Aspiró con fuerza y de forma entrecortada. Arrugó su frente y tragó saliva antes de abrirlos y posar su mirada triste y sufrida en mi rostro.
—Nunca puedo hacer feliz a quien amo, es como si cargara conmigo una maldición —explicó con voz ahogada—, no hay mayor dolor que querer hacer feliz a alguien y no poder hacerlo.
Entrecerré mis ojos y fruncí el ceño, me estaba costando entender todo lo que me decía, era como una serie de trivias o de acertijos sin respuestas. No obstante, me dediqué a mirar cada facción de su rostro sonrojado e hinchado a causa del llanto, y segundos después, agregó en un hilo de voz apenas audible por la intensidad de la lluvia:
—Mi deseo es que seas feliz, tanto, que nadie ni nada puedan borrar tu felicidad, mucho menos yo. La vida es un instante y ella lo supo mejor que nadie.
Hice un gran espacio en mi mente. El momento era ese, pero mi corazón no me acompañaba en mi deseo de escuchar, estaba acelerado y no precisamente preparado para recibir la verdad. Temía escuchar esas palabras, temía que esa frase que tanto había leído en los recortes de periódicos y en las noticias de internet, salieran de sus labios y me convencieran de que él era todo lo opuesto a lo que yo pensaba.
No estaba segura de querer saber la verdad, por muchos días y semanas intenté entablar ese momento en el que pudiéramos estar en confianza y él me contara la verdad, pero ahora que estaba a solo milésimas de escucharla, me sentía confundida y el interés se desvanecía por miedo a lo que pudiera decir.
—¿Ella? ¿De quién hablas? —pregunté conmocionada al cabo de unos minutos y sin querer, lancé una mirada fugaz a los objetos que estaban sobre la mesa. Fue en ese momento en el que vi la misma imagen que había visto en el recorte de periódico que Mell había logrado conseguir, impresa en la portada del periódico de ese día y en un enorme título decía: “Un año más de la tragedia”.
Mi corazón dio un vuelco y comprendí el dolor y el sufrimiento de mi jefe.
—No puedo decírtelo —dijo de pronto y se secó las lágrimas con rapidez, su voz se tornó gruesa y tomó aire para agregar—: no puedo perder tu amistad.
Lo miré confundida y negué con la cabeza.
—Mi amistad es verdadera, yo solo quiero entender qué es lo que te pone tan mal, porqué estás así y siempre tu mirada está apagada, quiero entender porqué a veces actúas tan extraño y porqué dices esas cosas —argumenté con delicadeza, pero también con seriedad—, por favor, solo quiero entenderte y ayudarte.
—Nadie puede ayudarme, Bella… ya no hay marcha atrás —respondió con brusquedad y se alejó un poco, sollozó, pero intentó tomar aire mientras lavaba sus manos en el fregador, para luego colocarse los guantes y dirigirse al horno.
—Déjame intentarlo —supliqué y me acerqué hasta él para ayudarlo a sacar el pan, que ya estaba en su punto perfecto.
Agachó su cabeza y lo miré de reojo al mismo tiempo que colocaba las bolitas de pan caliente sobre una bandeja de mimbre. Se quedó inmóvil y suspiró una vez más, cuando levantó su rostro, vi cómo las lágrimas surcaban sus mejillas hasta caer en su pecho cubierto por el delantal.
—Cometí el error más grande y más doloroso de mi vida —susurró entrecortadamente y con su voz casi inaudible—, nunca podré perdonármelo. No hay un día de mi vida que no me arrepienta, no hay un segundo que no desee verlos otra vez y ser yo quien ocupe ese lugar.
—¿De quienes hablas? —cuestioné temblorosa.
—De ellos —replicó en un sollozo y tomó el periódico que había junto al lazo y al pequeño oso de peluche y lo extendió con su brazo que temblaba al mismo compás que mis labios—, de mi novia y mi pequeño bebé.
Tapé mi boca con ambas manos y ahogué un pequeño grito. Intenté calmarme, pero la conmoción estaba al punto máximo, yo guardaba une leve y fantasiosa esperanza de que no fuese así, sin embargo, sí se trataba del mismo Matt y de la misma Amy que mencionaban en aquellos raídos recortes de periódicos y eso me provocaba una angustia terrible.
Se me seguía haciendo añicos el alma y el corazón a medida que sus palabras resonaban en el ambiente, su voz temblorosa demostraba lo mucho que le estaba costando decirme todo eso, sus pupilas estaban perdidas, como inmersas en los dolorosos recuerdos de esa fatídica noche. Necesitaba saber si él los había matado, si a propósito había acelerado el auto, pero me negaba a entender cómo pudo haber sido capaz de eso, si hablaba tan hermoso de su novia y su hijo. No podía ser.
Los segundos transcurrieron y una fuerte brisa azotó el vidrio de la ventana y me sobresalté por el fuerte ruido que hizo. Matt, en cambio tomó el periódico entre sus manos y lo arrugó con rabia presionando toda su fuerza en el agarre. Respiró una y otra vez y luego cerró sus ojos con fuerza.
—Cuando íbamos llegando a la Avenida Los Milagros, la doctora llamó preocupada —susurró amargamente como si le costara mucho más hablar de esa parte—, había algo mal en los exámenes, estuvo chequeando los resultados y nos dijo que era algo grave, pero nos pidió calma y sosiego, cosa que obviamente no sucedió, ¿quién puede estar tranquilo sabiendo que las cosas no van bien?
Asentí con seriedad, lo comprendía en su totalidad.
—Sin embargo, y a pesar del gran temor y miedo que me estaba atormentando, decidí calmarme y tranquilizar a Amy, ella lloraba desconsolada y nerviosa; esperábamos a Mathew con muchas ansias y emoción y pensar en que pudiéramos perderlo, nos aterraba.
Gemí y él cerró sus ojos otra vez. Supuse que intentaba no recordar la imagen terrorífica de esa noche.
—Le propuse que abriéramos el sobre en casa, no pasaríamos a casa de sus padres y entre ambos lo superaríamos. Intenté calmarla con palabras, aunque yo me estaba muriendo del miedo por dentro al igual que ella, pero yo debía ser fuerte, no podía derrumbarme, ellos me necesitaban. Ella asintió nerviosa, pero estaba tan ansiosa y llena de miedo, que hizo caso omiso a mi propuesta y lo abrió —prosiguió, bajó la cabeza y siguió hablando entre sollozos—. Empezó a gritar y a llorar apenas vio los exámenes, le dije que se calmara, pero seguía gritando. Yo iba al volante y había mucho tráfico, aun así, tomé las páginas y lo que vi fue horrible... el problema no era con nuestro bebé, era… era ella… Leucemia etapa cuatro. —Dejó escapar un suspiro doloroso y ahogué un pequeño grito, tapando mi boca con una mano.
Limpié las lágrimas que corrían por mi rostro y lo miré con mucho dolor. Cielos, eso era horrible.
—La noticia nos puso histéricos y nerviosos —continuó con voz más quebrada y entre el llanto que ya le era imposible controlar—. Amy quería que detuviera el auto, pero había muchos autos en la carretera, era una avenida, no había forma de salirme del carril entre tanto tráfico. Me gritaba que parara, sus sollozos aún puedo escucharlos… forcejeó conmigo tratando de tomar el volante, y, no pude, Bella, no pude controlarlo. Perdimos el control del auto. Chocamos contra un muro y sólo recuerdo haber visto todo negro y un dolor demasiado punzante en mi cabeza, pero ningún dolor fue comparable al que sentí cuando desperté y la vi, allí, junto a mí. Ella estaba a mi lado, tapando su vientre con una mano, pero se había ido, los dos se me habían ido. —Se tapó el rostro mientras seguía llorando descontroladamente y en un gemido aterrador añadió—: Y-o, yo los maté.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés]