Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 64

Los vellos de mi cuerpo se erizaron y el miedo provocó que mis manos empezaran a temblar, mi respiración se tornó agitada y desenfrenada y la rabia comenzó a infiltrarse por mis venas carcomiendo cada centímetro de ellas.

El silencio se apoderó del ambiente y en mis oídos solo retumbaban los latidos de mi corazón. Alex resopló y se levantó de inmediato, no dudó ni un segundo en hacerle frente a ese ser asqueroso que había interrumpido nuestro dulce momento.

—James “caca” Carter —gruñó escupiendo cada palabra con mucha cólera.

Su comentario me hizo soltar una pequeña risa nerviosa y de inmediato sentí cómo mis facciones se relajaban un poco. Ese era el nombre con el que lo habíamos bautizado, pero jamás pensé o imaginé que se lo diría en su cara. Alex podía ser bastante irónico cuando se trataba de lidiar con James.

Al susodicho no le hizo gracia su nuevo apodo y noté como la vena de su frente comenzaba a hincharse, hizo una mueca con la boca y esbozó una sonrisa maquiavélica, carraspeó un poco y luego soltó con todo el sarcasmo:

—No sabía que las bestias hablaban.

Alex giró su rostro un poco y sonrió de lado, rozó sus labios con los dedos y enarcó una ceja, aunque su expresión era bastante divertida.  

—Qué extraño —refutó pensativo y seguido agregó en tono irónico—: ¿Acaso no te escuchas?

Otra vez tuve que contener mis ganas de reír. Alex estaba dando en el clavo del ego de mi ex y eso ocasionaba que el rostro del interpelado se tornara más rojo a medida que le decían las verdades en su cara.

—Debes ir a un veterinario, porque perder la audición a tan avanzada edad no es buena señal. Hoy es eso, mañana puede ser tu funeral —añadió divertido, logrando que la vena de la frente de James palpitara con furia y rudeza como si quisiera explotar—. Aunque si no vas, nos haces un favor, así te mueres más rápido y al fin dejamos de ver tu repugnante cara.

—Eres un mal…

—Bella Graze —gritó la enfermera interrumpiendo el insulto de James. Su voz sonaba aburrida y arrastraba cada sílaba de mi nombre, pero agradecí por haber terminado esa discusión que solo estaba causando miradas curiosas y escandalizando al resto de los presentes.

Aproveché que me esperaba con una mirada impaciente y tomé mi bolso y mi celular que había dejado sobre la silla antes de levantarme. Mis piernas flaqueaban debido al nerviosismo de lo que estaba sucediendo, pero no podía dejar que eso me impidiera asistir a mi cita y mucho menos iba a demostrar que la presencia de James me causaba un desequilibrio y un enorme temor por lo que podría ser capaz de hacer.

Di unos pasos hacia al frente decidida a entrar al consultorio y de inmediato escuché pasos detrás de mí. Me giré un poco y noté como Alex, James y mi madre me seguían a medida que daba cada paso. Bufé y rodé los ojos, mi ex estaba loco si pensaba que permitiría que entrara.

—Solo puede pasar una persona con ella —anunció la enfermera sonriendo con una falsedad única, me guiñó un ojo y asentí, ya entendía por qué actuaba de esa forma.

Me detuve y me giré para verlos mejor, todos me miraron de inmediato con una expresión suplicante y estuve a punto de soltar una carcajada al ver a James. Realmente era estúpido.

—Usted tiene la decisión —agregó la enfermera en voz alta y fría para demostrar que era verdad.

—No se preocupe, la respuesta es bastante obvia —repliqué y esbocé una sonrisa. Ni siquiera tenía que pensarlo.

—Es obvio, ¿verdad mi amor? —cuestionó James fingiendo dulzura en su voz, pero solo me causó repudio—. Soy el papá.

Fue imposible no reírme de tan absurdo argumento. Mi carcajada sarcástica resonó en las paredes y James endureció su expresión al igual que mi madre. Quise espetar con mucha dureza la realidad ante los demás, sin embargo, la enfermera puso su mano en mi hombro y con sutileza me hizo a un lado para salir a través del marco de la puerta.

—Es muy extraño que usted sea el padre orgulloso, porque el suéter lo lleva él —contradijo la enfermera y señaló a Alex con firmeza—, y no solo el suéter, también la emoción en los ojos. Le puedo decir que veo a muchos futuros padres llegar aquí y usted no tiene ni una pizca de emoción o de amor paternal en la mirada, ni siquiera su aura dice algo bueno de usted y…

—Ya Elisa, dejemos el análisis parapsicológico para después porque hoy tenemos muchas pacientes —intervino el doctor Smith con una sonrisa y postrándose detrás de la enfermera—, pero sí… tiene toda la razón.

—Bueno, yo sí soy su mamá y ningún aura ni mirada puede contra eso —replicó mi madre entre dientes por la rabia y luego tomó mi mano entre las suyas para agregar en voz baja—: tengo el derecho, soy tu mamá y debo estar contigo.

Fruncí el ceño e hice una mueca con la boca, ¿desde cuándo se comportaba como mi madre?

—Es cierto, eres mi madre… pero ninguno de ustedes dos merecen tan siquiera estar aquí —repuse con voz fría—. Debieron estar conmigo desde el primer día, no ahora. Debieron cumplir su rol desde el inicio, no ahora ponerse la máscara de abuela y papá orgullosos.

—Soy tu madre… —sollozó herida y se tapó la boca con un pañuelo que llevaba en su mano para ahogar su supuesto llanto.

—Y yo siempre he sido tu hija, pero solo pocas veces lo recuerdas —argumenté seriamente—. Y, por cierto, James. —Di dos pasos hasta quedar frente a él y forcé una sonrisa burlona al notar cómo su rostro se tornaba frío y despiadado, pero ya no me importaba—. No sé cómo saliste de la cárcel, lo que sí sé es que tu madrecita fue a rogarme piedad y clemencia por ti, qué lástima que tengan que caer tan bajo para poder salvar tu trasero de una pudrición total.

Una carcajada fría y malévola resonó erizándome los vellos y entendí que se estaba burlando de nosotros.

—Tienes razón, para cada Bella hay una bestia —se mofó con sarcasmo a pesar de la fuerza que le hacía el guardia para detenerlo.

Mi madre gimió asustada y Alex gruñó molesto, pero el doctor Smith lo detuvo antes de que pudiera volver a propinarle un golpe a James. Asentí y tomé su mano, la acaricié proporcionándole algo de tranquilidad y afecto. No valía la pena seguir discutiendo o peleando con esa porquería.

Intenté sosegarme, aunque era como imposible para mi cerebro porque había algo que lo había despertado en una alerta roja. Esa frase, esa última frase, me sonaba, pero no recordaba donde. Era como si ya antes la hubiera escuchado y no, no era en la película o en el cuento… era en…

Los labios de mi madre.

Me giré hacia ella de inmediato y tapó su rostro con las manos, su reacción me afirmó lo que ya sabía y solo me dio más razones para entender que ella nunca cambiaría.

—Nunca cambiarás —dije entre dientes, conteniendo la rabia y la frustración. No era posible que ella me hiciera eso, que me traicionara y vendiera mi paz a quien obviamente la había destrozado desde el minuto uno.

—Hija, yo solo quiero…

—Vamos, Bella… no puedo esperar más —masculló el doctor impaciente.

Fruncí mis labios entre la vergüenza y la desesperación por siempre montar un numerito en las citas de mi embarazo. Me sentía triste y molesta por haberle permitido a mi madre acompañarme y darle el poder de acabar con mi sosiego y emoción. Froté mis ojos con suavidad y suspiré, tomé aire otra vez y sentí una mano posarse en mi cintura y otra en mi espalda, las emociones regresaron a mi y mi corazón comenzó a palpitar con más fuerza y rapidez al recordar el motivo de mi visita al hospital.

Tomé la mano de Alex y lo miré. Él esbozó una sonrisa y susurró:

—Nuestro bebé nos espera.

Asentí con una sonrisa y en mi mente detuve el tiempo y el mundo se paró en esa escena en donde solo existíamos nosotros y la enorme alegría por ver a nuestro bebé. Sabía que, de la mano de ellos, solo conocería la felicidad y el amor verdadero.

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