Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 66

Los días siguientes transcurrieron con rapidez y el tiempo dio paso a una semana nueva. La culminación del proyecto final para el profesor Collins me había absorbido el tiempo por completo y era poco lo que podía estar con Alex, no obstante, él era tan paciente que incluso me llevaba comida a casa y cenábamos juntos cada noche.

Sus mimos y cuidados eran lo mejor, mi corazón y mi alma rota se lo agradecían, Alex había recogido cada pedacito y los estaba uniendo nuevamente, estaba regresando mis ilusiones y volviendo a darle vida a un corazón marchito y haciendo que cada momento a su lado fuese inolvidable.

No podía negar lo mucho que me encantaba, era un hombre especial, una persona demasiado noble y dulce, tenía cada virtud de mi hombre ideal y, además, amaba tanto a mi bebé… era imposible no sentir cosas hermosas por él, cuando ni siquiera tenía que esforzarse en hacerme feliz, tan solo al ser él ya lo hacía.

—Princesa… ¿no vas a comer? —preguntó desconcertado y soltó su tenedor para mirarme preocupado y perplejo—. ¿Estás bien?

Asentí con rapidez y sonreí nerviosa. Estábamos en un restaurante esa tarde soleada y fresca y hasta cierto punto me daba algo de pena comer, porque yo podía empezar el problema es que luego no podía parar, el hambre que me daba en el embarazo era voraz, mi cuerpo necesitaba recargar para hacer funcionar dos corazones, y me apenaba empezar una escena vergonzosa frente a toda esa gente elegante y refinada.

La música instrumental resonaba en el ambiente y solo se escuchaban cuchicheos bajos, Alex había insistido en llevarme a ese lugar, un restaurante lujoso, y desde el momento en que llegué, supe que no podría saciar mi hambre porque la comida que servían era muy poca, con costos excesivos.

—Estoy bien —confirmé con una sonrisa y él tomó mi mano por encima de la mesa y me miró sin dejar de sonreír.

El tiempo parecía detenerse cada vez que nuestras miradas se conectaban, era una conexión mágica pero real, dulce pero intensa. Las emociones que se despertaban en mi interior se multiplicaban cada vez que el océano de su mirada apagaba el fuego de la mía.

—¿Alex? —preguntó detrás de mí una voz femenina y demasiado chillona para mis oídos.

El perfume repugnante inundó mis fosas nasales y tosí un poco debido a la alta concentración de olores extraños mezclados con la comida. Me giré de forma automática y apareció frente a mí una silueta casi cadavérica, excepto por un vientre bastante hinchado que la hacían ver como si se hubiese tragado un balón de fútbol. No había cambiado mucho, aunque sí, estaba más escuálida que antes y su rostro estaba demasiado demacrado.

Rodé los ojos y bufé, crucé mis brazos en mi pecho y esperé la reacción de Alex. La verdad, ese detalle de Cristina y su embarazo había decidido pasarlo por alto desde que supe la verdad acerca de Alex y su implacable búsqueda por mí, y la verdad de la conexión que nos unía desde hacía tantos años; había preferido vivir cada instante a su lado y ser feliz por pequeños momentos para recuperar todo el tiempo que el destino y el tiempo nos arrebató.

Mi mente y mi cuerpo, por la paz y la estabilidad habían decidido olvidarlo, pero, en ese momento una gran inseguridad y la confusión crecían en mi cabeza y me arrastraban a las profundidades de la incertidumbre al llenarme de dudas si realmente Alex era el padre de esa criatura que esperaba semejante mujer.

Alex frunció los labios y me lanzó una mirada tranquilizadora, aunque la verdad, eso no me ayudó.

Ni siquiera la miró, se limitó a tomar una de las copas con agua que había sobre la mesa y dio un sorbo. Mis ojos seguían cada movimiento que hacía, para intentar descifrar qué estaba sucediendo.

—¿Qué quieres, Cristina? —replicó segundos después y por primera vez, sus ojos se posaron en ella. Pero su mirada era inexpresiva y fría, y su voz gruesa y dura… como si la modulara para no exaltarse.

—¿Regresaste con esa mujer? —chilló molesta y ni siquiera me inmuté en ver si me señalaba o no.

Alex se levantó y abrí mi boca un poco. Todas las ilusiones que había construido en mi corazón tambalearon cuando pensé que iba a pedirle perdón o a suplicarle, o tal vez darle una explicación. De igual modo, yo había llegado tarde a su vida y había cometido tantos errores en mi caminar, que tal vez era egoísta si intentaba mantener un amor que no me merecía.

Cerré los ojos y las palpitaciones aumentaron. Tal vez debía tomar mis cosas e irme de ese lugar, quizás el mal tercio era yo. Sin embargo, una mano me rozó el cabello con suavidad y luego hizo una dulce caricia en mi mejilla.

—De quien nunca debí alejarme —respondió Alex firmemente y al abrir mis ojos, divisé cómo me contemplaba con una mirada cargada de ilusión.

Cristina tosió un poco y gruñó, pero refunfuñó entre palabras inentendibles y pataleó como una niña pequeña y malcriada.

—¡Te odio! —gritó, llamando la atención de todos los presentes—. Ojalá nunca sean felices, par de idiotas.

Intenté levantarme y gritarle sus verdades, no obstante, Alex me detuvo y sonrió ampliamente. No entendía cómo podía sonreír estando en una situación tan vergonzosa donde todas las miradas estaban puestas en nosotros y éramos el foco principal de atracción en aquel enorme y lujoso salón. Pero pronto, dos guardias de seguridad vestidos con uniforme negro llegaron y la tomaron por el brazo arrastrándola hasta una de las salidas.

—¿Me puedes explicar...? —pregunté en voz baja, seguido de un bufido que me ayudó a desatar la frustración y la vergüenza que se habían enredado en mi garganta.

Se sentó y tomó un sorbo de agua otra vez, mis ojos se movían al compás de sus movimientos. La gente volvió a retomar sus almuerzos y el ambiente volvió a la normalidad. Sin embargo, mi alma y mi corazón necesitaban una explicación para decidir si podían o no regresar a esa misma normalidad de antes.

Tomó mi rostro entre sus manos y acarició mis mejillas con la yema de sus dedos. Intenté no mirarlo directamente porque caería rendida a sus pies, me derretían sus ojos y en ese momento no necesitaba ser un chocolate derretido, sino una barra bien fuerte y determinada.

—¿Confías en mí? —susurró.

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