Después de almorzar, nos quedamos un rato más recordando nuestros momentos vividos en la infancia. Las risas y las emociones reinaban entre nosotros, sus miradas eran tan dulces y sus palabras siempre lograban encajar a la perfección con la llama que se encendía en mi corazón.
—¿Sabes? —dijo de pronto, seguido de un suspiro y levanté una ceja con mucha curiosidad por lo que iba a decirme—. Tuve algunas novias y…
—No me extraña, eres muy guapo, romántico y dulce —interrumpí con una sonrisa.
—¿Ah sí? ¿Te parezco guapo? —cuestionó divertido.
Asentí y solté una risita nerviosa. Me sonrojé porque sus ojos se posaron en mis labios y mordió los suyos como si intentara controlarse.
—Bueno, déjame decirte que ninguna de mis relaciones funcionó —prosiguió y acarició mi mejilla con sus dedos suaves—, nunca me sentí amado y mucho menos amé a alguien como lo hago contigo, nunca llegué a sentir esto tan bonito que siento cada vez que te miro o te toco; además, vivías tan presente en mis pensamientos que me resultaba imposible pensar en alguien más. Incluso mis padres pensaban que no me gustaban las mujeres y que era gay.
Sonreí, pero luego suspiré con lentitud y bajé mi cabeza. Me sentía culpable y con un tremendo cargo de conciencia por haber sido quien impidiera que Alex siguiera su vida con normalidad. Yo había vivido todos esos años amando a alguien más, mientras él solo podía pensar en mí.
—No me arrepiento por haberte amado todo este tiempo, si es lo que estás pensando —repuso de inmediato—. Lo volvería a hacer.
—Pero...
—Eso es lo de menos, princesa. Ahora estamos aquí, juntos… como siempre lo deseé.
—Gracias por esperarme y hacerme sentir especial —susurré y esbocé una pequeña sonrisa cuando acarició mi vientre.
—¿Sentir? ¡Lo eres! —exclamó en tono afable y lo miré—. Bella, fuiste el amor de mi niñez, eres el de mi juventud y espero también seas el de mi vejez… por favor, quiero que seas mi único y eterno amor.
Su declaración me tomó por sorpresa y mis ojos se abrieron mucho. Mis palpitaciones se aceleraron y sus manos detuvieron las caricias sobre mi piel, luego pasó sus dedos por mis labios y tomé el valor de decir lo que mi corazón gritaba. Alex merecía a alguien mejor que yo. Sin saberlo le había destrozado la vida, tantos años que había perdido amándome y ya era momento de que fuese feliz junto a alguien mejor que yo, alguien con un pasado menos oscuro y, sobre todo, con una dignidad más intacta que la mía.
—No lo sé, Alex, yo...
Mis palabras fueron interrumpidas por la presencia de un camarero a mi lado y fruncí el ceño, extrañada por la repentina aparición. No había pedido postre y si se trataba de pagar la cuenta, ni siquiera cargaba dinero, Alex me había convencido de asistir a ese lujoso restaurante asegurando que todos los gastos correrían por su cuenta; si hubiera sabido que era a medias, habría retirado el dinero de la quincena en el cajero automático más cercano.
El mesero se inclinó un poco y fue cuando noté que llevaba algo entre sus manos, intenté ver de qué se trataba, pero se movió y perdí el enfoque de mi mirada. Posé mi vista en Alex y fruncí el ceño en señal de desconcierto total.
—Creo que ya no hay impedimentos, obstáculos o secretos, princesa… —susurró con dulzura.
—¿De qué hablas? —cuestioné desorientada y volteé hacia el mesero otra vez, pero al hacerlo mi nariz chocó de lleno contra algo muy suave y de dulce aroma. Miré hacia abajo y un gemido brotó de mi interior. Un enorme ramo de rosas turquesas bordeadas con blanco se alzaba ante mis ojos y en medio, había un sobre como el que había encontrado en mi ventana la mañana de la cita de control a la que habíamos ido juntos.
Miré emocionada hacia donde estaba Alex y él se limitó a encogerse de hombros y parecer tan confundido como yo. Sonreí y tomé el sobre entre mis manos temblorosas, al hacer contacto el papel con mi piel fue como si los recuerdos regresaran a mí y me transportaran a aquellos momentos tan hermosos en los que escribirnos cartas era parte de nuestro juego de amor.
Leí la dirección en el sobre y una sonrisa inevitable se dibujó en mi boca. En una letra elegante y pulcra rezaba la frase que me causaba emoción:
—Pero… —murmuré segundos después y con un nudo en mi garganta que ataba la afirmación palpitante, mi tono de voz era débil y forzado y él se acercó un poco para escucharme mejor, así que cerré los ojos y en el mismo tono añadí—: Alex, estoy esperando un bebé de…
—Un bebé mío; un bebé nuestro. Un bebé al que estoy dispuesto a amar como si fuese mi mundo entero, al que no le faltará nada y mucho menos el amor y la compañía de un padre que velará por él todas las noches y los días, que te ayudará a cargarlo, a bañarlo y a cambiarlo, que le cantará "La vaca Lola" y le contará cuentos antes de dormir, y... —interrumpió con dulzura.
Sus palabras bastaron para que terminara de convencerme de lo afortunada que era de gozar de su existencia y no pude más, no pude controlar las inmensas ganas de besarlo. Me acerqué un poco y nuestros labios se unieron desprevenidamente, así son los besos perfectos, sin preparación alguna, sus labios correspondieron a los míos y nuestros corazones se unieron al igual que nuestras almas, las lágrimas corrían por mis mejillas.
Alex era el amor de mi vida, no tenía dudas de que era la persona con la que quería compartir las maravillas de ser padres, los temores y los miedos, las alegrías y los momentos de ternura, Alex se merecía el cielo y más.
Fue tan mágico el momento que ni siquiera había escuchado los aplausos de la gente que nos rodeaba, algunos nos miraban con admiración, otros con exasperación, cosa que ya no me importaba, había aprendido a aceptar la realidad de las cosas, o más bien de las personas, las que juzgan, pero hacen incluso hasta cosas peores y luego en su lucha por sentirse bien con ellos mismos, recurren a la doble moral. Así que, ya no me importaba si hablaban de mí, si me consideraban la "abandonada y embarazada" o si consideraban a Alex el "tonto" por hacerse responsable de un hijo ajeno, simplemente aprendí a vivir con las críticas, sabía y entendía que, si Alex y yo nos sentíamos bien con las decisiones que tomábamos, no nos importaba las opiniones ajenas.
Una lluvia de pétalos de rosas cayó desde el techo y nos envolvió en un abrazo de dulce aroma. Levantamos la mirada y sonreímos con mucha ilusión, mientras los demás aplaudían y las lágrimas corrían por mis mejillas. Mi corazón brincaba de la emoción y ese mágico instante se guardaba en mi alma.
—¿Eso es un sí? —susurró Alex con una sonrisa.
Esta vez dejé mis miedos, mis temores, mis dudas y la incertidumbre a un lado, atadas a todo lo malo que había vivido, para dejar entrar a la felicidad verdadera. Asentí frenéticamente y sin dejar de sonreír.
No lo pensó dos veces y acercó sus labios a los míos para dejar un intenso beso que hizo avivar la llama de mi corazón.
—Te amo —murmuró aún con sus labios sobre los míos y luego se separó para dejar un beso en mi frente.
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