Los días siguientes fueron los mejores de mi vida. Al lado de Alex conocía la felicidad que se puede encontrar en cada instante; él me ayudaba a entender lo valioso de cada momento y, sobre todo, me amaba plenamente cada segundo.
Era feliz.
Éramos felices.
No volví a saber nada de mi madre después de esa discusión en el hospital y tal vez era lo mejor por un tiempo, tanto ella como yo necesitábamos un tiempo para pensar y asimilar las cosas, yo la felicidad y ella, la frustración de que mi corazón le perteneciera a Alex.
Mientras tanto, había decidido olvidarme de todas las cosas malas, para disfrutar con más libertad y menos culpabilidad mi noviazgo con Alex y redescubrir el amor junto a él. Intentábamos vivir al máximo cada ocasión juntos por más mínima que fuese.
Aquella tarde calurosa decidimos ir a un lago cercano y disfrutar de la preciosa vista a las montañas.
—¿Alguna vez has remado, princesa? —preguntó Alex en un susurro divertido mientras jugueteaba con mis dedos.
Terminé de lanzar la última piedrita al agua y giré mi rostro para mirarlo mejor y tratar de entender de qué hablaba.
—¿De qué hablas, amor? —repliqué y fruncí el ceño al notar como sus labios esbozaban una sonrisa traviesa y entendí su intención de inmediato—. No, ni hablar —agregué de forma rotunda y negué con la cabeza, estaba loco si pensaba que me subiría a una canoa.
—Di que sí —suplicó e hizo un puchero, que provocó mis ganas de dejar un beso en sus labios, pero no podía hacerlo o terminaría accediendo a su propuesta alocada.
—Estoy embarazada, Alex y…
—El príncipe de papá quiere pasear —interrumpió con una sonrisa—, ¿verdad campeón? —Se acercó a mi vientre y colocó su cabeza de lado como si escuchara la respuesta de mi bebé—. Dice que sí, princesa.
—No lo haré —susurré con dulzura y acaricié su rostro suavemente.
—Quiero vivir todas las experiencias posibles contigo —dijo en voz baja y se incorporó, luego tomó mi rostro entre sus manos y añadió—: quiero que cuando estemos viejitos podamos decir que disfrutamos la vida viviendo nuestro amor y compartiendo muchas aventuras juntos.
Sonreí al ver como sus ojos se iluminaban y su rostro adoptaba una expresión de emoción al mencionar cada palabra. Miré su rostro a través de la combinación hermosa que hacía en su piel los rayos del sol del atardecer y cómo el azul de sus ojos se mezclaba con los colores rosáceos del atardecer y un suspiro salió por mis labios. ¿Cómo negarme ante su argumento tan perfecto?
—Está bien, está bien —repuse y rodé los ojos divertida, a la vez que con mis manos revolvía su cabello—. Pero, cuando anochezca quiero ir por un helado o un pastel de chocolate y…
—El helado, el pastel, las donas, las hamburguesas, la lasaña y todo lo que quieras, amor mío —interrumpió al instante y se levantó, besó mi frente y sin avisar, tomó mi mano y tiró de ella para después caminar juntos por el muelle que estaba en la orilla del lago, donde reposaba una canoa con dos remos.
Esa tarde fue inolvidable, vivimos momentos muy dulces, románticos y otros divertidos entre mi temor por caerme y las palabras tranquilizadoras de Alex de que todo estaría bien y nos protegería. El cielo coloreado con pinceladas de distintos tonos y los dulces arreboles que se formaban a medida que el tiempo transcurría, nos acompañaban en una aventura más, una desconocida y atrevida forma de recuperar el tiempo y las sonrisas que el destino nos había arrebatado por tanto tiempo.
Recorrimos en canoa unos cuantos kilómetros del lago y nos detuvimos en el centro de una vista espectacular, una montaña que bordeaba cada lado con increíbles árboles con hojas de color amarillo que, bajo la intensidad de los dorados rayos del sol, adquirían un tono mucho más fuerte y bonito. Contemplamos embelesados cada parte de ese paraíso y en ese momento, toda inseguridad y duda desparecieron cuando los brazos de Alex me rodearon en un cálido abrazo que me brindó seguridad y sosiego y la certeza de su amor incondicional.
Y así, abrazados y en silencio pasamos un tiempo inolvidable, donde nuestros corazones se enlazaban también bajo aquel atardecer precioso en el lago.
Después de regresar hasta el muelle, recogimos nuestras cosas que habíamos guardado debajo de un enorme árbol y nos dirigimos a casa, o eso creí, hasta que noté como Alex tomaba la calle que conducía a la panadería de Matt.
—Sé que quizás no sea tan agradable ir a tu lugar de trabajo en tu día libre, pero los mejores helados y pasteles del mundo son hechos por Matt —dijo Alex con una sonrisa.
—¿Bromeas? —cuestioné perpleja y divertida a la vez—. La panadería de Matt no es mi lugar de trabajo, es mi otra casa. Y obviamente es agradable y super confortable visitar a mi mejor amigo, y, además, confirmo tu argumento… los mejores postres son los de Matt y la razón es porque los hace con mucho amor.
—Bueno, que se prepare porque llevo unas ganas enormes de helado de nueces con chocolate —repuso y relamió sus labios.
—Cariño, el antojo es mío y la embarazada soy yo.
—Princesa, según estudios de expertos, los padres también sienten los síntomas del embarazo. —Apartó su vista de la calle y me miró por unos segundos. Quise soltar una carcajada porque su expresión denotaba que la base científica de su argumento estaba más perdida que una aguja en un pajar.
—¿Una experta llamada Mell? —pregunté con el ceño fruncido.
Él dejó escapar una risita y asintió. Me arrimé un poco hacia donde se encontraba y dejé un beso tierno en su mejilla. Amaba cada momento junto a él.
Pasamos a la panadería y nos recibió un Matt entusiasmado y jovial, había logrado recuperar a dos de sus proveedores y aunque las ventas no habían subido, al menos no seguían en picada. Además, estaba super contento porque había logrado sacar tres postres más de las recetas que había armado a medias con Amy, y fuimos los primeros en probarlas.
Pasamos alrededor de dos horas hablando con Matt y ayudándole a preparar unos cuantos pasteles que debía entregar a la mañana siguiente y podían ser la salvación para que mi quincena llegara completa. Reímos, charlamos, recordamos y disfrutamos en un ambiente cálido, donde los buenos sentimientos nos unían a los tres.
Me miró por unos segundos más y se acercó a mi boca nuevamente, pero esa vez dejó un dulce y suave beso y la certeza de que cada minuto a su lado siempre valdría la pena.
*****
Diez minutos después nos despedimos y mientras el auto se alejaba por la carretera y las luces se iban haciendo más pequeñas en la oscuridad de la noche, mi mente se debatía entre lo que debía o no hacer.
Masajeé mi cabeza y le di un pequeño mordisco a uno de los cupcakes que le había llevado a Mell de la panadería, tal vez ni cuenta se daría y quizás el dulce me ayudara a pensar mejor. Limpié la comisura de mis labios y miré hacia uno de los lados.
El ambiente estaba bastante silencioso y solo se escuchaban algunos perros ladrando muy lejos, por lo que el sonido era amplificado como un eco. Respiré profundamente y tragué saliva. No me sentía bien haciéndolo o dejando de hacerlo, pero por esa vez, le haría caso a mi corazón; porque ya mi cabeza no sabía ni qué era lo correcto cuando se trataba de ella.
Dejé los postres sobre una pequeña mesa en la que solíamos charlar en las mañanas y decidí no avisarle a mi amiga sobre lo que haría, estaba segura de que intentaría convencerme de lo contrario. Una punzada me atravesó la cabeza cuando recordé mi despedida con Alex y mis aseguraciones de que descansaría y me esforzaría en dormir lo suficiente para recargar energías… y me sentí muy culpable por mentirle.
Suspiré y miré el oscuro camino que me esperaba, solo deseaba que ningún fantasma me apareciera, tragué saliva y eché a andar hasta adentrarme en el camino que me conduciría a la verdad.
Casi cuarenta minutos después, la casa apareció ante mis ojos y otra vez la duda me asaltó… quise regresarme, pero no podía haber caminado tanto y a solas en medio de la noche por y para nada.
Peiné un poco mis cabellos sueltos en el aire y miré hacia el cielo, las estrellas brillaban en medio del cielo despejado y lo hacían ver precioso en esos tonos oscuros y fríos. Me acerqué un poco y acorté la distancia entre mi cuerpo y la puerta y levanté mi mano para tocar con mis nudillos.
Solo se escuchaba el ruido de las noticias en la televisión y de algunos platos y movimientos en la cocina… tal vez estaban preparando la cena y por eso no escuchaban. Desde que mi padre se había ido, de seguro Angie se encargaba de ayudarle a mamá.
Una vez más toqué la puerta. No podía dejarme vencer. Necesitaba hablar con ella y saber la verdad, entender porqué le había dicho a James que podía ir a la cita, y también quería dejarle claro lo mucho que odiaba a ese tipo.
En mi mente me armé una presentación bastante enojada para cuando abriera la puerta. Escuché algunos pasos acercarse y a medida que lo hacía, mi mente y mi garganta se preparaban para discutir si era necesario, pero mi madre debía entender y aceptar mis decisiones.
El bufido de Zac me sacó una sonrisa, extrañaba a ese perro loco. Luego escuché como alguien abría poco a poco la cerradura; metí las manos a mis bolsillos en busca de refugio del frío que reinaba en aquella noche y una leve brisa sopló cuando la puerta se abrió.
Mi mente se congeló y todas las palabras quedaron flotando en el aire frío, cuando mis ojos vieron aquella silueta y mis oídos escucharon aquella voz gritar con mucha emoción mi nombre:
—¡Bella!
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