Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 69

Las emociones se adueñaron de mi cuerpo y tuve que fijar bien mis zapatos al suelo para no caerme por la impresión. Me empezaba a llenar de mucha inquietud e impaciencia y el deseo de conocer la razón de haberme encontrado con su sorpresiva presencia me empezaba a atormentar con vehemencia.

Observé cada hito en su cuerpo y ahogué un grito al ver que sí, efectivamente era él. Seguía usando las mismas pantuflas que le había regalado para Navidad hacía un par de años, las cuidaba tanto que aún parecían nuevas. Su cabello con matices grises me recordaba los años que iban pasando poco a poco y dejaban secuelas en su cuerpo y arrugas en su piel. Sus ojos brillaron al mirarme y una sonrisa radiante se dibujó en sus labios.

Mi garganta se secó y las palabras se atoraron en el conducto que llevaba a mi boca. Había pasado los últimos diez minutos creando argumentos y razonamientos con los que pudiera enfrentar cualquier absurdo prejuicio de mi madre o cualquier justificación a las infidelidades y acosos de James, sin embargo, no me había preparado para ver a mi padre ni para hacer frente a todas las interrogantes que había dejado en el aire con la separación repentina de mi madre y su posterior desaparición.

—Hija —susurró tembloroso y dio unos pasos hacia al frente, apresurado por abrazarme.

No entendía nada. Mi cabeza era un remolino de dudas y preguntas y el simple hecho de intentar corresponder a su abrazo, hacía que un dolor en mi cabeza se abriera paso entre tanta confusión. La decepción que recorría mis venas me reprimía a dejarme envolver por el calor de su abrazo paternal.

—Te he echado de menos, cariño —agregó en voz dulce.

Tragué saliva y cerré los ojos, si no lo hacía en ese momento, el dolor de cabeza terminaría matándome. Así que, me separé un poco de su cuerpo y resoplé, no sabía cómo formular la pregunta que tanto azotaba mi alma de hija herida.

—También yo, aunque tú fuiste quien se alejó, papá —repliqué un poco impaciente y él cerró los ojos y dejó salir un suspiro.

—Lo sé, han sido tantas cosas y…

—Por cierto, ¿cuándo volviste? —interrumpí de golpe y sin esperar que terminara de justificarse.

Mi pregunta lo tomó por sorpresa y sus ojos me miraron cargados en confusión y desconcierto.

—¿De dónde, hija? —Su mano intentó acariciar mi mejilla, pero me aparté antes de que pudiera hacerlo. Su expresión de inmediato se tornó mucho más sorpresiva y desconcertada. Me parecía un poco molesto que, a mis veintitantos años, me tomara por una niña ignorante de la situación familiar.

—Pues… de donde te fuiste —repuse entre balbuceos, aunque intentando sonar con firmeza.

—Querrás decir del trabajo —murmuró unos segundos después y soltó una risita. Su expresión cambió a una más divertida y en tono afable añadió—: ¡Ay, Bella! A veces te complicas mucho. Si hubieras empezado preguntando a qué hora salí del trabajo te habría entendido mejor.

—¡No! —exclamé impaciente y al notar que estaba siendo bastante inexacta, cerré los ojos y los abrí lentamente antes de preguntar con voz seria y examinando cada facción del rostro de mi padre que bajo la luz de las lámparas se notaban a la perfección—: ¿No te fuiste de casa?

—No, Bella… ¿por qué lo haría? —musitó más confundido que yo y con voz bastante preocupada.

Levanté mis cejas y abrí un poco la boca. Mis nervios se pusieron de punta y un vacío inmenso se abrió en mi estómago al recordar cómo mi madre había llegado llorando aquella mañana a casa de Mell para contarme que mi padre se había ido y la había abandonado como si nada y sin dejar explicaciones.

Debido a los intensos exámenes de mi hermana, casi no había podido comunicarme con ella y tampoco me había tomado la molestia de visitar la casa de donde meses atrás había salido corriendo gracias a la propuesta de mi madre sobre regalar y vender a mi hijo.

Y ahora…

Necesitaba una explicación.

Exigía una explicación.

—¿Dónde está mi mamá? —pregunté alterada y mirando hacia adentro buscando alguna pista de mi progenitora—. ¿Dónde está mi madre?

Mi padre me miró extrañado y suspiró.

—Ya sé que no se han llevado bien desde que sucedió todo esto, pero…

—¿Dónde está, papá? —cuestioné temblorosa y al borde del llanto.

Se acercó un poco y puso su mano a un costado de mi rostro, acariciando mi mejilla con suavidad.

—Tranquila, hija… no sé dónde pueda estar, tal vez en casa de Fernanda. Pero puedes estar segura que está bien —respondió en voz baja y me condujo suavemente hasta su pecho—. Ha sido una crisis difícil, aunque ni siquiera eso cambia lo importante que eres para mí.

—Papá, mil veces perdón —supliqué con arrepentimiento y me recosté en su pecho como lo hacía cuando era una niña y mirábamos la luna bajo la luz de las estrellas—. De verdad, perdóname.

La culpabilidad empezaba a carcomer cada rincón de mi cuerpo. Me hacía sentir miserable por haber dudado de la rectitud de mi papá y haber pensado lo peor de él.

—Perdóname tú a mí —susurró mi papá acariciando mi cabello—. No debí permitir que te fueras, eres mi pequeña y no sabes la falta que me has hecho estos meses.

Sonreí entre lágrimas y lo abracé con más fuerzas. El calorcito de su cuerpo me abarcó y deshizo un poco el frio de la noche. Lloré abrazada a mi padre por unos minutos mientras las escenas pasaban por mi cabeza como una película. No lograba entender cómo mi propia madre me había dicho una mentira tan grande acerca de su matrimonio; siempre supe que ella era la de las malas intenciones, quien deseaba verme unida de por vida a James y mi padre solo se dejaba arrastrar por las teorías, hipótesis y planes tontos y cedía, aunque tal vez muchas veces no estuviera de acuerdo.

Sin embargo, eso… no había una explicación lógica para haber dicho una mentira tan despiadada, jugando a dejarme sin padre o a formar un concepto tan mal de quien siempre me había defendido… ¿para qué? ¿qué ganaba ella con eso?

—¡Bella! —exclamó Angie emocionada saliendo de la casa y me abrazó con mucha alegría.

—Me hace feliz verlas así —susurró mi papá apartándose un poco y admirando a sus dos hijas. Secó sus lágrimas y luego con una sonrisa radiante por primera vez escuché esas palabras que tanto deseé desde hacía meses—: ¿Cómo está mi lindo nieto? Angie me contó que será un varoncito, un pequeño y apuesto Graze. —Se acercó nuevamente y tocó con suavidad mi vientre abultado de mi estado avanzado.

Las emociones se dispararon en mi interior.

—Está grandote y saludable —respondí con una sonrisa radiante y pasé mi mano por donde ambos acariciaban, porque Angie también se había unido.

—Será tan lindo como su mamá y tan apuesto como su abuelo —repuso y soltó una risita que hizo que su barriga se hinchara un poco y subiera y bajara al ritmo de su respiración.

—Ya va, ¿estás diciendo que no se parecerá a la tía? —inquirió mi hermana en broma.

—Cariño, déjame gozar esta etapa de abuelo ilusionado, tú tendrás los tuyos y tendrás la oportunidad de que se parezcan a ti… pero por ahora, el pequeño Graze se parecerá a mí —argumentó mi padre contento y al ver que Angie abría la boca para agregar algo, dijo—: He dicho, caso cerrado.

Soltamos una carcajada y por primera vez en mucho tiempo me sentí en familia.

—¿Estás bien? —preguntó Angie preocupada al ver mi expresión.

Levanté mi mirada y asentí emocionada.

—Estoy bien, ahora mucho mejor —contesté con una sonrisa y volví a guardar el celular en uno de los bolsillos de mi pantalón—. No quiero, pero debo irme… es tarde y…

—Quédate esta noche, hija… es muy tarde —suplicó mi papá después de mirar el reloj que llevaba en su muñeca—. No me ofrezco a llevarte porque como ves, vendimos el auto y cuando camino mucho, una de mis piernas me duele y…

—No te preocupes, papá —interrumpí con dulzura—, estaré bien; solo son unas cuadras. Y no puedo quedarme porque debo ir a terminar mi proyecto final, es una presentación y necesito preparar todo, porque ¡saldremos en televisión!

—¿Qu-é? —cuestionó atónito ante mis palabras y asentí al mismo tiempo que sonreía—. Pequeña, eres mi orgullo —agregó emocionado y me abrazó con fuerza.

Nos separamos y lo miré otra vez. Los surcos formados por los años en su rostro tenían un nombre, "familia”, y dolía mucho ver como mi mamá no lo había sabido valorar, solo por sus tontos prejuicios había tirado todo por la borda y había dejado perder eso tan bonito que en algún momento tuvimos y fuimos.

—Sé que papá no entendió lo que sucedía, pero escuché todo y yo sí. ¿Irás a buscar a mamá? —dijo Angie en mi oído y en voz baja cuando la abracé para despedirme.

Cerré los ojos y dejé salir un suspiro. Me lo había estado cuestionando desde hacía varios minutos, pero mi dignidad valía más que ir a reclamar por una mentira y mucho más si se trataba de ir a la casa de esa gentuza tan miserable.

—No, pequeña… luego hablaremos —susurré tan bajo como pude para que mi padre no escuchara.

Terminé de despedirme y decidí irme antes de que los suplicios de mi padre porque me quedara, terminarán por convencerme. Pero esa noche era muy determinante para mi futuro, debía terminar de elaborar el discurso que presentaría y redactar varios párrafos todavía, además, debía estudiarlo y memorizarlo. Era mucho trabajo para dejarlo para la mañana.

Así que luego de unos minutos, comencé a caminar bajo la luz de la luna y en dirección hacia casa. También deseaba un té caliente para apaciguar el frio y mis pantuflas para calentar un poco mis pies congelados. Para no aburrirme, aunque más era para no sentir miedo, conecté los auriculares a mi celular.

Coloqué mi lista de canciones favoritas y seguí caminando entre la vereda larga y espaciosa que solo ocupaba yo. De pronto un escalofrío me recorrió desde los pies hasta la cabeza y mis vellos se erizaron cuando escuché un crujido a mi espalda.

Tragué saliva e intenté tranquilizarme. Ya había pasado por eso una vez, no podía alterarme, gritar o hacer algo que pusiera en riesgo mi vida. Aunque tal vez solo era producto de mi imaginación o por el miedo que me causaba pasar por el oscuro callejón.

Decidí tomar el riesgo de girarme para ver de qué se trataba, lo hice rápido y sin pensar, pero al hacerlo, no había nada ni nadie. Suspiré de alivio y quise pensar que tal vez era un animal o la acción del viento.

Me enfoqué en seguir el camino lo más rápido que pudiera. No quería llamar a Mell porque sabía que ella estaba igual de ocupada con el proyecto y tampoco a Alex, porque ya se había ido a dormir. Así que, debía ingeniármelas para llegar por mis propios medios, es decir, mis pies y piernas.

Quizás era el miedo, pero tenía la sensación sobre mí de que alguien o algo me observaba. Temblorosa miré hacia al frente y descubrí que aún estaba lejos, iba tarareando una canción para entretenerme y dejar pasar el miedo.

Sin embargo, cuando di cuatro pasos más, una sombra se atravesó en mi camino, provocándome escalofríos y terror. Sobre todo, cuando con voz gruesa e intimidante sentenció con malicia:

—¿No sabes que las niñas buenas no deben andar solas en las noches por las calles?

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés]