Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 72

Esas palabras calaron en mis huesos con una fuerza violenta y traspasaron mi alma con ímpetu, formando una tormenta descontrolada en mi interior, al mismo tiempo que mis pensamientos deliraban en medio del dolor profundo y mi respiración se volvía casi imposible de controlar porque tal vez por primera vez en mi vida, estaba sintiendo la traición en su forma más genuina y más dolorosa.

Los brazos de Mell me intentaron frenar, pero mis pasos fueron más rápidos y pude alejarme un poco antes de que ella pudiera alcanzarme. Quería gritar, quería llorar, quería dejarme vencer por mis emociones y darle paso a la furia que con cada segundo crecía más en mis venas y me recorría hasta llegar a mi corazón.

Sin saber cómo, mis piernas débiles y temblorosas me condujeron hasta la oscuridad, aunque no fue necesario adentrarme tanto entre los arbustos, porque la silueta de mi madre se interpuso de pronto frente a mí y me arrancó un gemido de incredulidad y decepción.

—Dime que no es cierto —supliqué con un nudo en la garganta y a pesar de que la oscuridad nos rodeaba intenté enfocarme en esas pupilas que se distinguían a duras penas a través de la neblina.

Dio dos pasos al frente y noté que estaba llorando porque podía escuchar cómo los sollozos salían incontrolablemente de sus labios. Negué con la cabeza y su mano se extendió para intentar tocarme, pero fui más rápida y logré apartarme con brusquedad hacia un lado. Estaba dolida, herida y muy decepcionada por la forma tan cruel de sus acciones en contra de su propia hija.

—Hija, yo… —musitó entre sollozos y con voz entrecortada.

—¡Dime que no es cierto, madre! —grité furiosa y con el corazón latiendo a mil por minuto, realmente la angustia se estaba apoderando de mis sentidos, pero entre todas mis emociones la furia estaba guiando mis palabras.

—Por supuesto que lo es —espetó James con mucha ironía en cada palabra y luego soltó una risita para después en un tono mucho más divertido agregar—: De hecho, cariño, tu mamita querida tiene los boletos en su bolsillo para el viaje de nuestra luna de miel a Milán con fecha de mañana a las diez.

Contemplé la silueta oscura frente a mí y sacudí la cabeza otra vez, intentando evitar que esas palabras tocaran mi alma porque podía estallar en llamas de furia y cólera. Aunque tal vez mis sentidos estaban siendo gobernados ya por el mismo poder descontrolado de la rabia, porque de forma casi inconsciente me acerqué a paso rápido y metí mi mano en el bolsillo de su abrigo, ante gemidos de sorpresa y temor de quienes me rodeaban. En realidad, no me importaba ya casi nada, solo quería asegurarme de quién en realidad esa persona que estaba frente a mí.

Ella rompió el llanto y ni siquiera se esforzó en detenerme o impedir que registrara su bolsillo. Mis latidos se paralizaron cuando mis dedos sintieron dos papeletas y bufé casi sin fuerzas debido a la creciente desilusión porque sabía que James tenía razón. Saqué los papeles y los levanté para mirar a través de la poca luz de la luna, mi corazón se resquebrajó como el cristal al distinguir las letras impresas de mi nombre.

—Ah, y cielo, en ese auto de allá…—Señaló hacia el callejón en donde las luces intermitentes aún estaban encendidas y hacia dónde él mismo había intentado llevarme—, están los futuros padres de nuestro hijo, el ministro y su esposa, pero creo que tu madrecita puede contarte mejor sobre eso, al fin y al cabo, ella es más culpable que yo.

Esas palabras de James me terminaron de hundir en el huracán que se había formado en mi cerebro. Con cada segundo que transcurría viendo a mi madre, sentía cómo mis piernas perdían fuerza, quería gritarle, exigirle que desapareciera de mi vida, expresar con todas mis fuerzas lo que estaba sintiendo y la decepción que sentía por ella; pero nada, absolutamente nada salía de mis labios, más que sollozos de incredulidad y un llanto descontrolado.

Arrugué con fuerza esos boletos y los rompí en varios pedazos a la vez que gruñía entre dientes para controlar la furia. Luego los dejé caer frente a ella y los pisoteé con fuerza y rabia, hasta que sentí unos brazos tomarme por la espalda para detenerme y entre súplicas, Mell pedía que me calmara por el bien de mi bebé.

—¡No te vuelvas a meter en mi vida nunca más! —grité furiosa antes de dejarme refugiar por los brazos de mi amiga y hundirme en su pecho para dejar salir toda la amargura y la frustración envueltas en lágrimas de dolor.

—Perdóname, hija —escuché pronunciar de sus labios entre balbuceos y gemí, todavía y después de tantas cosas, ¿suplicaba perdón a pesar de haber pensado en secuestrarme? —. Sé que he sido una mala madre, soy una…

—Inconsciente, mala madre, malévola, delincuente, interesada, prejuiciosa... —agregué con rencor. Estaba realmente herida, ya no soportaba seguir aguantando sus faltas de respeto a mi dignidad y a mi estabilidad emocional. Me había hecho mucho daño. Me había causado heridas muy grandes, grietas a mi corazón y a mi alma.

—P-pero estoy tan arrepentida, cielo… por favor, perdóname, te lo suplico —imploró temblorosa y dejó caer su cuerpo sobre sus rodillas frente a mí.

Tragué saliva y cerré mis ojos, era una escena demasiado difícil de ver y de creer. Mis labios temblaban al mismo compás que mis manos, y una intensa agitación se apoderaba de todos mis sentidos.

—No puedo hacerlo, madre… ¡eres tan insensible! —exclamé guiada por la frustración—. Siempre por encima de todos estás tú. Nunca te ha importado lo que siento, lo que vivo, lo que soy…. ¿cómo puedes tan siquiera pensar que este imbécil puede hacerme feliz? ¿cómo puedes creer que me merezco una vida tan asquerosa como la que él puede darme? ¿cómo puedes imaginar que ese delincuente puede ser la persona con la que comparta mis días? ¿cómo puedes querer algo tan malo para mí, para tu propia hija?

—Princesa, no debes alterarte —intervino mi novio con dulzura y a la vez con preocupación al verme tan deshecha.

Las palabras de advertencia no entraban en mí ante tanta rabia. Sequé mis lágrimas con mucha rabia y mi piel ardió al hacer contacto con tanta fuerza, pero no me importó.

—¡Qué mala eres! —exclamé al mismo tiempo que me soltaba de Mell y me acercaba hasta mi madre, para tomar su mano y levantarla con brusquedad—. No sé si algún día pueda perdonarte, pero por ahora… no quiero verte más —espeté con frialdad y un resentimiento latente en mis venas, pero, aunque intenté ser fuerte y aparentar que nada sucedía, mi voz se quebró y rompí en un llanto descontrolado, estallando entre mil emociones encontradas.

Mi novio llegó hasta mí y la calidez de un abrazo me arropó con mucha dulzura y sentí como mi corazón le agradecía al suyo por darle consuelo y sosiego ante tanto dolor.

—Te amo, princesa y no estás sola; siempre estaré para hacerte feliz y volver a hacerte sonreír —susurró en mi oído acariciando con sus dedos mi cabello mientras me perdía en su hombro.

—Y tú te quedas donde estás, saco de estiércol, sino quieres probar mi nuevo curso de karate —exclamó Mell de pronto al ver que James se movía un poco, tratando de escapar una vez más, como el cobarde que era.

Mi amiga corrió y se unió a Matt para evitar que mi ex escapara, mientras Alex se dedicaba a hacerme sentir mejor y tranquilizarme. Dejé escapar un sollozo y él se separó un poco para luego tomar mi rostro entre sus manos y dejar un pequeño beso en mis labios que me recordó lo feliz que podía ser lejos de tanta maldad.

Un aplauso nos sobresaltó e hizo que nos separáramos para dirigir nuestra atención hasta donde provenía el sonido y rodé los ojos al ver que se trataba de James.

—Nunca serán felices, imbéciles —gruñó al notar que tenía nuestra atención y Alex dio dos pasos, pero lo detuve. No valía la pena seguir dándole cuerda o agrandando más la situación, ya había sufrido mucho perdiendo el cariño por mi madre, como para tener que sufrir una decepción más si lo llevaban a la cárcel solo por las provocaciones de mi ex, porque sí, eran solo eso, provocaciones para que Alex cediera ante sus impulsos y luego enfrentara las consecuencias—. Además, Alexander Queen, eres un maldito fracasado y tú, Bella Graze, una cualquiera.

Alex apretó los puños y frunció sus labios cuando vio cómo James sacó el dedo de en medio y lo meneaba burlonamente, estaba perdiendo la paciencia y yo también, pero no podíamos caer. Era casi imposible no ir donde estaba mi ex y pegarle una patada en sus partes más asquerosas, sin embargo, Matt se nos adelantó y le propinó un puñetazo en la mandíbula que lo hizo terminar aplastado en la fría hierba de un lado de la acera. Quise correr y terminar de rematar ese golpe para que entonces sí se quejara de dolor de verdad, aunque nuestra rabia quedó en suspenso cuando una voz temblorosa y débil a nuestro lado preguntó:

—¿Tú… tú… eres Alexander Queen?

Esbocé una sonrisa y apreté la mano de mi novio para luego levantarla frente a los ojos de mi madre y con mucho orgullo afirmar lo que para ella era increíble y motivo de perplejidad y desconcierto.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés]