Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 85

Tomamos un desayuno rápido en un establecimiento cercano a una plaza de la ciudad y luego nos dirigimos a casa. Mis pasos eran lentos e indecisos, porque, aunque quería celebrar con Mell la noticia de su embarazo, también quería quedarme junto a Alex, pero él debía acudir a su trabajo y por eso intentaba aprovechar cada segundo que seguía viéndolo, y no romper la magia del momento en el que mi guapo novio recostado de su auto, mostraba una sonrisa cargada de amor al verme alejar mientras me lanzaba besos en el aire.

Miró en reloj de su muñeca y su expresión se transformó en una de real preocupación. Suspiró y luego me dedicó una mirada de resignación antes de subirse al auto. Negué con la cabeza y solté una risita cuando a través de la ventana volvió a tirar un beso.

Me giré sobre mis talones hasta quedar frente a la puerta de la casa, había evitado abrirla en presencia de mi novio y no tuve la intención de hacerlo hasta ver el auto perderse por la carretera, varios metros adelante, a una distancia considerable. No quería espantar a Alex con los ataques emocionales e histéricos de una amiga a la que no había llamado ni texteado para avisarle que no llegaría a dormir.

Suspiré, giré la llave en la cerradura y…

—¡Al fin! —gritó con fastidio—. La señorita se acordó que tiene casa —agregó en el mismo tono desde algún rincón de la sala.

Puse un pie adentro y contuve la risa al imaginarla en pantuflas y bata de dormir, despeinada a e histérica. Mínimo sería como estar en una escena con mi mamá, pero en versión joven.

—Buenos días —saludé con timidez y en un tono divertido al mismo tiempo que cerraba la puerta.

—Buenas tardes querrás decir —gruñó enojada y su mirada me penetró con rudeza apenas me vio de frente—. A ver, señorita Bella… ¿eres tonta o inconsciente? —cuestionó en tono amargo.

Tragué saliva y fruncí el ceño cuando la observé de hito en hito. A diferencia de como la creí encontrar, estaba sentada en un sillón mientras leía una revista y terminaba de secar su esmalte de uñas —cosa que poco hacía, siempre se le dañaba toda la pintura por impaciente—, escuchaba a un volumen modesto música instrumental y clásica de Mozart —raro en ella que le gustaba Shawn Mendes y el volumen por lo general hacía vibrar los vidrios de las ventanas—, y, además, iba perfectamente peinada con un recogido que la hacía ver demasiado estirada en combinación con un maquillaje intacto en tonos marones.

—¡Contesta! —resopló levantándose con elegancia—. ¿De dónde vienes y con quién demonios estabas? —inquirió molesta lanzándome miradas rabiosas.

Bufé y rodé los ojos. Ya me estaba empezando a preocupar su reacción. Tal vez a mi amiga Javi la había cambiado por otra, se veía tan seria y tan señorial que ni había una pizca de Mell escondida en ese cuerpo tan tenso y lleno de enojo.

—¿Crees que estas son horas decentes de llegar? —retomó con sequedad y en un tono frívolo exclamó—: ¡Responde!

Ya no estaba dispuesta a seguir aguantando sus cuestionamientos. Sí, había cometido un error al no llamarla o avisarle que me quedaría a pasar la noche con Alex, pero tampoco merecía un recibimiento así, como si fuese una adolescente fugada con su novio.

—Mell, ¿qué pasa contigo? —pregunté exasperada e irritada por su comportamiento.

El silencio se apoderó de la sala, era algo incómodo que se las diera de "mi madre", nunca había intentado serlo y ahora le daba ataques de la edad, ahora que yo estaba grandecita y sería mamá. Era algo realmente absurdo.

Miró mis ojos con fijeza y profundidad. Entrecerré los míos para evitar que leyera mi mente. Era como una guerra de miradas, como si ambas quisiéramos tirarnos del cabello. Tomó aire para replicar y cuando pensé que soltaría un discurso maternal ofendido, dejó escapar una carcajada y luego otra, dejándome más confundida que antes.

—¡Te la creíste! ¡Te la creíste! —coreaba sonriendo y señalándome.

No entendí hasta que capté sus palabras. Suspiré y restregué mis ojos para adaptarme a la locura del momento. ¿Dónde estaba mi mejor amiga? ¿Qué habían hecho con ella?

Ah cierto, allí estaba burlándose de mí por haberme creído su interrogatorio. La miré y fue imposible no reírme de su disparatada actitud y mi ingenuidad.

—¡Estás loca! —exclamé uniéndome a sus risas y olvidando la tensión—. ¿Qué te sucede?

—Tontis, estoy practicando para cuando mi hijo o hija llegue tarde —explicó ya más seria y chasqueando la lengua, aunque su expresión seguía siendo divertida y jovial—. Este bebé sabrá lo que es ser hijo de Mell Rush.

—Estás loca —repetí negando con la cabeza y reí por lo bajo mientras me sentaba y tomaba la revista entre mis manos—. Creo que debiste haber empezado por ahí y no sermoneándome como si fueses mi madre en potencia. Pero… ¿qué haces vestida como Fernanda?

—¿Tan mal me veo? —cuestionó asombrada y su piel al instante palideció, negó con la cabeza y asustada corrió hacia el espejo de la pared—. ¡Aaaah! ¡Qué espanto! —Pasó su mano de forma rápida por su rostro intentando quitarse el maquillaje recargado que cubría su lindo y joven rostro.

—Mell por favor, no seas así cuando envejezcas. Te ves tan... distinta —supliqué divertida y rebuscando en mi diccionario una palabra adecuada para definirla.

—Lo sé. Solo quería asustarte un poco —explicó regresando como Mell, con su short de jeans y una blusa azul, su cabello suelto y con menos maquillaje—. No eres una niña, eres una mujer libre y puedes salir cuando quieras y cuantas veces quieras, pero admito que sí estaba preocupada porque no me avisaste ni dabas señales de vida y Alex tampoco, aunque estaba segura que a su lado estabas bien —agregó, mientras recogía su cabello en una cola alta.

Suspiré y asentí.

—Lo siento, peque… se nos descargaron los celulares y no tuvimos cómo avisar —repuse con dulzura apenas se sentó a mi lado y me examinó con la mirada, resoplé y negué con la cabeza, seguía en su papel de madre preocupada—. Ya comí, ya me hidraté y también tomé mis vitaminas y…

—Estás diferente, tus ojos dicen muchas cosas...

La miré asombrada y mis mejillas se colorearon de inmediato, sin embargo, intenté disimular mi expresión traviesa de culpa y rodé los ojos con impaciencia.

—Hola, Walter Mercado… —repliqué nerviosa sintiendo como sus ojos penetraban los míos, buscando información acerca de mi noche—. Shhh… —musité al ver que sus labios se curvaban y abría su boca para decir algo—. No digas nada, mejor déjame contarte.

Asintió con la cabeza y sonrió, se acomodó mejor en el sillón y luego cruzó los brazos en su pecho, peinó un poco su cabello y me miró con una ceja enarcada y una expresión de picardía adornando sus labios, pero pasados un par de segundos su expresión cambió.

—Primero déjame ir al baño —balbuceó y salió corriendo con rapidez.

Escuché sus arcadas y me apresuré a ayudarla. Entré al baño y le di palmadas en la espalda mientras ella devolvía el desayuno y sollozaba al mismo tiempo. Suspiré y me dirigí a la cocina para prepararle una taza de té humeante que le ayudaría a calmar las náuseas, luego me encaminé hasta su habitación con la taza entre mus manos.

—¿Estás mejor? —inquirí preocupada al ver su rostro pálido y su mirada sin brillo.

—Es la tercera vez hoy —resopló enojada—. Odio vomitar.

—Todos lo odiamos, cielo —consolé con una sonrisa dulce—. Lo bueno es que solo son los primeros meses y luego desaparecen.

—Necesito una máquina del tiempo —susurró abatida y sonrió un poco cuando le extendí la taza y la tomó entre sus manos temblorosas para después llevarla a su boca y beber unos cuantos sorbos con mucha ansiedad—. Aún me faltan varios meses.

La miré y reprimí mis ganas de abrazarla con fuerza, se veía tan indefensa y asustada, se veía como tal vez me veía yo cuando me enteré que mi vida cambiaría por completo porque un bebé crecía en mi vientre.

—Y serán hermosos, ya lo verás —repuse con dulzura—. Aún no me lo creo… ¡seré tía! —Aplaudí emocionada y me senté a su lado—. Cuéntamelo todo.

—Pero tú me ibas a contar primero...

—Eso puede esperar, ahora lo más importante eres tú y mi precioso sobrino —refuté de inmediato.

Ella frunció los labios y esbozó una leve sonrisa, limpió su boca un poco y luego tomó aire para hablar y de inmediato sus ojos se llenaron de ilusión.

—No hay mucho que contar, Bella. Tenía días sintiéndome mal con algunos malestares, después de la diarrea que nos dio por culpa del helado no me recuperé. Me sentía débil y pesada, todo me fatigaba y no quería comer, ya sé que eso es algo extraño en mí —comentó y rodó los ojos cuando vio que tomé aire para interrumpirla—, y no me preocupé tanto porque supuse que era por culpa de esa crisis estomacal y que mi flora intestinal aún no se regeneraba, pero luego tocaba mi periodo y… no llegó. Tenía cinco días de retraso y ya estaba preocupada, no sabía qué hacer, llamé al doctor Smith y me pidió que acudiera a una cita para examinarme, pero, aunque estaba ansiosa por saber qué sucedía, me dio miedo y no fui capaz de ir.

Enarqué una ceja y la confusión comenzó a llenarme.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés]