Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 86

La mañana siguiente nos encontrábamos entrando al hospital debido a la primera y emocionante cita de control de Mell. Sin embargo, nuestras sonrisas de ilusión se borraron apenas pasamos la puerta principal, todo se volvió tedioso y el olor a cloro nos hizo emitir un gruñido de asco, aunque el de mi amiga fue más pronunciado. Los pisos recién trapeados aún estaban húmedos y despedían ese desagradable olor.

Javi iba en medio de ambas, de esa forma podía sostenernos en caso de resbalar. En realidad, no se sabía quién estaba peor y su expresión delataba lo nervioso que estaba y es que, cuidar de dos embarazadas seguro no era tarea fácil, sobre todo porque mi barriga de seis meses me provocaba un fuerte dolor en la espalda y me hacía adoptar una posición algo extraña al caminar y Mell iba super mareada y demasiado pálida, el embarazo le estaba pegando con todo y sin dejarle un respiro.

Seguimos adentrándonos por el largo pasillo y al hacerlo, la respiración me empezó a faltar porque era bastante angosto y el aire no circulaba bien, aunque intenté respirar de forma pausada, hasta que escuché un quejido proveniente de los labios de mi mejor amiga y acto seguido un susurro débil que dijo:

—No puedo más.

No entendí a qué se refería y estuve a punto de reñirla, no podía dejar pasar su primera cita de control, era de suma importancia para el buen desarrollo de mi sobrino, pero mis pensamientos se ofuscaron todavía más cuando vi que salió corriendo hacia una de las intersecciones del pasillo y a lo lejos escuché algunas arcadas que intentaba frenar.

—¡Mell el baño es acá! —exclamé alarmada al ver que se dirigía a la puerta equivocada.

Javi no lo dudó y corrió en busca de su esposa, sin embargo, cuando logró alcanzarla fue muy tarde. El cuerpo encorvado de mi amiga era la prueba de que el mal ya estaba hecho. Mell había vomitado en la habitación equivocada.

Javi me miró asustado y yo solo pude fruncir mis labios en señal de nerviosismo. No habíamos previsto algo así tan descabellado. De pronto escuché algunos gritos provenientes de la habitación y cerré mis ojos con fuerza, de seguro había ensuciado algún consultorio y alguna enfermera furiosa le estaba diciendo esos improperios que resonaban entre las paredes del pasillo y alertaban a los demás pacientes y profesionales de la salud que pasaban a mi lado.

Resoplé con angustia e intenté llenarme de seguridad y firmeza para defender a mi amiga, después de todo, aquel era un hospital y se suponía que atender la salud era su misión, así que, comprensión ante una mujer embarazada debía ser una de sus funciones. Intenté mejorar mi postura para no caminar como jorobada y llené mis pulmones de aire al mismo tiempo que me acercaba a paso rápido a la habitación de donde salían los gritos.

Pero mis argumentos y mi defensa se disiparon al instante en que mis ojos recorrieron aquellas cuatro paredes y se encontraron con la mirada furibunda y rabiosa de quién menos imaginé que sería la víctima del acto estomacal de mi mejor amiga.

Ella. Cristina.

—¿Qué hace esta estúpida aquí? —cuestionó en un alarido, incorporando su cuerpo en la camilla en la que estaba acostada—. Maldita roba maridos, quita novios, eres una cualquiera, una asquerosa garrapata y…

Mis facciones en lugar de tensarse por la cantidad de insultos que seguía lanzando, se ensancharon por la gracia que me causaban y tuve que contener una risita para seguir escuchando su cantaleta, aunque no pude evitar que mis labios esbozaran una sonrisa triunfante y satisfactoria.

—En primer lugar, Cristina… la única cualquiera aquí eres tú, que te vendiste a cambio de dinero solo para conquistar a Alex —repliqué con frialdad y contemplé su reacción sorpresiva, de inmediato sus mejillas tomaron un color más rojo y entrecerró con furia sus ojos, pero antes de que pudiera decir algo más, tomé aire y agregué con ironía—: y, en segundo lugar, no se quita lo que nunca se tuvo. Alex no fue ni tu marido, ni tu novio. Y es obvio que jamás le gustaste a Alex, entiéndelo, ja-más- le- gus-tas-te. —Separé las sílabas a ver si así le entraba mejor en su hueca cabeza.

—Eso lo veremos ahora que es papá, de seguro se olvidará de ti ahora que su verdadero hijo nació —replicó forzando una sonrisa—. Hace dos noches fue el parto, Cuchi Cuchi me trajo y estuvo aquí mientras…

Solté una carcajada y negué con la cabeza. Si había un premio a la estupidez, bien podía ser ella la merecedora.

—¿Mientras me hacía suya? —interrogué sarcásticamente y disfruté su expresión turbada, porque mis palabras actuaron como una dosis de veneno letal en ella—. Hace dos noches Alex me hacía el amor con locura al mismo tiempo que me amaba con fervor; así que ahórrate las mentiras que solo te ves más patética de lo que ya eres. Por cierto, ¿te embarazaste de ilusiones? ¿Eso es posible?

—¿De qué hablas, idiota? —cuestionó furiosa y aunque intentó levantarse, un pequeño tubo delgado conectado a sus venas se lo impidió, pero no detuvo el rubor colérico que pintaba sus mejillas y sus ojos a punto de salirse de sus órbitas.

—Ambas sabemos que jamás estuviste con él, nunca tuvieron sexo… y obviamente ese bebé no es hijo suyo—repuse con naturalidad y me encogí de hombros sin apartar mi vista de su demacrado y ojeroso rostro—. Lo único que puedo decirte es que, si te embarazaste con la intención de amarrarlo, te equivocaste y también al enamorarte de él, porque estoy segura que nunca te correspondió y mucho menos ahora que somos tan felices.

—Eres una estúpida… ¿en serio te creíste que no pasó nada? —preguntó desesperada y con los ojos entrecerrados conteniendo la rabia que de seguro le recorría hasta las venas. Sonreí ampliamente y eso la tornó aún más molesta, me sentía en paz, estaba segura de cada palabra que había dicho y no por ingenuidad, yo confiaba en mi novio y en sus palabras, y era más que obvio que ella estaba ardida e intentaba provocarme—. Cuchi Cuchi me ama, le gusto y tuvimos sexo muchas veces y…

—Claro, en tu imaginación —interrumpí burlona—, allí todo es posible. Quizás también puedas recuperar tu cerebro… espera, ay no, eso ya ni en tu imaginación existe.

Mell carcajeaba y yo me divertía con las facciones tensas y cargadas de ira que empezaban a adueñarse de Cristina. Ella gruñó con fiereza y se arrancó la venoclisis con brusquedad, se levantó de la cama y cuando intentó ponerse de pie, una voz irrumpió en la habitación.

—¡Cristina!

La voz era gruesa y con un acento interiorano. El rostro de la bruja palideció y sus ojos se abrieron de forma abrupta, haciendo que sus cejas se levantaran hasta casi el final de su frente. Noté como su respiración se agitó y tuvo que sostenerse de la pared para no desplomar su escuálido y cadavérico cuerpo. Parecía como si hubiese visto un fantasma.

Mell y yo nos giramos al mismo tiempo, hasta quedar frente a una silueta regordeta perteneciente a un señor alto que cubría su cabeza con un sombrero de vaquero. Su rostro se me hacía familiar, era como si lo hubiese visto antes… pero no lograba recordar de dónde.

—¡Al fin te encuentro! —exclamó con voz emocionada y sin apartar su mirada de aquella mujer delgada y asustadiza que temblaba pegada a la pared. El hombre abrió sus brazos como si esperara un abrazo de ella, sin embargo, entre aquel silencio sepulcral solo reinaban los resoplidos de Cristina, que dejaban ver lo fastidiosa que le parecía la presencia de ese señor. En los brazos del recién aparecido, colgaban una bolsa con ropa de bebé, algunos pañales y un peluche.

Intentó dar unos pasos más al frente para terminar de acortar la distancia, pero se detuvo en seco y puso una expresión asqueada al ver el regalo que Mell había depositado en el piso, y negó con la cabeza repetidas veces.

—¿Cuándo vas a dejar tus cochinadas? —cuestionó en un regaño dirigido a Cristina y mientras se abría paso entre el espacio para acercarse a la camilla de la interpelada agregó en tono serio—: Te he dicho mil veces que no te emborraches, de seguro fue eso lo que te adelantó el parto. ¡Demonios, Cristina!

—¿Qué haces aquí? —inquirió ella, entre nerviosa, desesperada y sonrojada. Su tono de voz demostraba lo avergonzada que se sentía, y al parecer, segundos después de haber formulado esa pregunta se arrepintió de haberlo hecho, porque sus mejillas palidecieron y sus ojos se cerraron al mismo tiempo que tragaba saliva con dificultad.

—¿Qué hago aquí? —preguntó confuso y en tono incrédulo. Se rascó la cabeza y frunció el ceño. Esa pregunta al parecer, o lo había tomado por sorpresa, o lo había ofendido, pero su mirada se tornó fría y molesta—. ¿En serio quieres que te lo recuerde?

Mell y yo cruzamos miradas desconcertadas y escépticas, pendientes a esa conversación que si bien, no nos incumbía, al menos nos distraía mientras Javi llegaba con el trapeador y el cubo de agua para limpiar el piso.

—No digas una palabra más…. —advirtió Cristina con rudeza.

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