Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 88

El tiempo era tan nuestro y tan ajeno a la vez, que casi era imposible pensar en cómo transcurría tan rápido. Los días pasaban casi volando y entre una y otra cosa que hacía aún más apremiante el tiempo. Además, vivir en dos lugares era agotador; pasaba los fines de semana con Alex en el apartamento y los otros días en casa de Mell, aún no me decidía del todo a mudarme con mi novio y no porque no quisiera, sino porque mi amiga estaba siendo presa de un embarazo con todos los malestares existentes y no pensaba dejarla sola ni que pasara ese trago amargo en la soledad de su casa. Ella me había acompañado en mi travesía y mi camino en el embarazo, ahora era mi turno de demostrarle el valor de la amistad.

Aquella tarde soleada estábamos en medio de una pijamada, porque mi amiga decía y sostenía que los antojos también se manifestaban en deseos y no solo en comida, así que su deseo aquella vez era ser complacida con una tarde de películas de Harry Potter y como teníamos que ambientarnos a la temática, las dos llevábamos nuestras respectivas sudaderas de Griffyndor, y estábamos a punto de comernos unos postres con forma de sombrero seleccionador cuando recibí una llamada de un número desconocido que nos dejó confundidas.

Sin embargo, al tomarla, me sorprendí aún más al escuchar una voz digna de una emisora radial y fue en ese instante en el que todo cobró sentido.

—¿Mañana? —pregunté con un hilo de voz apenas audible y el corazón galopando a máxima velocidad, mientras dejaba a un lado el refresco que tenía en mi mano.

Mell se giró de golpe al escuchar mis palabras. Por su expresión pude percibir que casi le da un infarto. Estaba pálida y hacía señas como dando a entender que, para después, pero justo eso había sido lo primero que me había advertido esa voz femenina del otro lado de la llamada.

—Muchas gracias, señorita —murmuré con la garganta seca y culminé la llamada después del saludo de despedida que había sido emitido por aquella voz. Las manos me sudaban y una gota de sudor frío cayó desde mi frente y no era debido al calor, sino a lo nerviosa que estaba—. Mañana —confirmé, mirando a mi amiga con fijeza y fue lo único que pude decir.

—Me voy a morir —susurró mi amiga con pánico y sus mejillas palidecieron aún más.

No dije nada, solo asentí con firmeza y nerviosismo, porque yo estaba sintiendo lo mismo que ella. Esa llamada nos había tomado por sorpresa, se suponía que empezaríamos una semana más tarde, se suponía que esa sería nuestra última semana holgazaneando, pero la secretaria de Mario Antonio nos había llamado para avisarnos que debíamos ir al día siguiente y así sin más, como si no tomara tiempo prepararse psicológicamente para trabajar en un puesto tan importante como el que nos habíamos ganado gracias a nuestras presentaciones.

Ni modo, no había solución.

—¿Qué me voy a poner? —estalló mi amiga de pronto y se levantó dejando caer algunas palomitas de maíz sobre la alfombra—. Ahora estoy gorda, nada me sirve. No he podido salir a comprar ropa porque se suponía que lo haría este fin de semana, pero… ¿qué rayos voy a ponerme?

—La preocupada debo ser yo, mira esta enorme barriga —repliqué tan nerviosa como ella y señalé mi vientre cuando me miró—, a ti ni siquiera se te nota, estás empezando. En cambio, a mí, la ropa de hace meses ya no me sirve.

—Ay, no… odio decirlo, pero ¡estamos fritas! —exclamó mi amiga y levantó sus palmas para después llevarlas a su rostro.

—¿Papas fritas? —cuestionó Javi asomándose desde la habitación donde estaba con Alex jugando Xbox—. ¿Dónde hay, muñeca?

Mell rodó los ojos y chasqueó la lengua. Luego ambas reímos, a Javi se le habían manifestado los síntomas como cuando a mi amiga con mi embarazo. Solo pensaba en comida y Mell era todo lo contrario, no quería comer por miedo a vomitar.

—Amor, acabo de llevarte las hamburguesas —musitó mi amiga impaciente y rodó los ojos—. No me digas que ya te las comiste… ¡eran cinco!

—Bueno… eh…—tartamudeó su esposo y se rascó la nuca con nerviosismo, sonreí porque era obvio que se había atragantado las seis hamburguesas en tan poco tiempo—, ese no es el punto, cielo… el punto es que te escuché decir papas fritas y ahora tengo unas ganas inmensas de comerlas. —Hizo un puchero y puso su mejor versión del Gato con Botas, a lo que mi amiga no pudo resistirse, sonrió y caminó a grandes zancadas hasta él para besarlo.

—Si sigues comiendo así vas a parecer más embarazado que yo —bromeó Mell pellizcándole las mejillas, y él asintió. Solté una carcajada al imaginarme a Javi con una enorme panza como la mía.

—¿Ya llegaron las pizzas, princesa? —preguntó Alex de pronto, saliendo del cuarto de juegos con uno de los controles en la mano y uniéndose a nosotros en la sala.

Negué con la cabeza y lo observé con el ceño fruncido y una sonrisa divertida. Mell soltó una carcajada y renegó moviendo la cabeza de un lado a otro.

—Soldados perdidos en batalla —susurré con un suspiro lleno de dramatismo.

—¿Qué haremos con estos hambrientos? —preguntó Mell en la cocina mientras sacaba las papas del congelador y encendía la estufa para calentar el aceite.

—Amarlos, supongo… aunque recuerda que es un secreto que nos comimos tres hamburguesas cada una —murmuré conteniendo una risita al mismo tiempo que metía las pizzas al horno para calentarlas.

—Un secreto de estado —afirmó mi amiga desde la otra esquina de la cocina y ambas sonreímos.

****

A pesar de que la mañana siguiente era soleada y hacía un día maravilloso, nada lograba compensar el nerviosismo que mi mejor amiga y yo sentíamos. La noche había sido bastante pesada para mí, pero tal vez para Mell lo había sido más, porque después de llamarla varias veces detrás de la puerta, ella no respondía y ya empezaba a preocuparme porque solo escuchaba como gruñía furiosa, así que sin dudarlo o pensarlo más, abrí la puerta con todas mis fuerzas.

Mi amiga estaba sentada frente a su peinadora y en sus manos llevaba un delineador, pero sus ojos estaban totalmente mal pintados y el tono negro del líquido se había corrido por sus párpados sin seguir una línea fija y perfecta como siempre por lo general le salía.

—¿Estás bien? —interrogué temerosa.

—No pue-do hacer-lo —masculló entre balbuceos y se tapó su rostro con ambas manos dejando escapar sollozos—. Estoy tan nerviosa que ya ni maquillarme puedo, no me quiero imaginar las burradas que cometeré en esa entrevista.

Suspiré y cerré mis ojos por unos segundos.

—Estoy igual que tú, pero estoy segura que sí podemos. Nos ganamos esta oportunidad, nos lo merecemos —dije con firmeza y seguridad, debía ser optimista. Abrí mis ojos y me miré al espejo. Mi rostro se había ensanchado un poco con el embarazo, y mi bronceado hacía notar mis últimos días en la playa—. Nos merecemos esto y más, amiga… es hora de enfrentar nuestra realidad.

Con lentitud bajé sus manos y logré que destapara su rostro, se veía bastante nerviosa y sus ojos cristalizados solo me confesaban que había estado llorando. Sonreí y tomé el desmaquillante y una toalla pequeña para limpiar su rostro para después comenzar a aplicar mis dotes de maquillista, que no eran muchos, pero los suficientes para dar vida y color a esa piel tersa y delicada que había sido atacada agresivamente por los nervios de Mell.

Luego de algunos minutos terminé de maquillarla y me detuve unos segundos para apreciar lo linda que había quedado, se veía hermosa. El embarazo le sentaba bien, su cabello rubio estaba más brillante y su piel más tersa. Llevaba un pantalón de tela lisa en color negro y una blusa blanca de algodón que resaltaba el color de sus ojos.

—Estás hermosa —musité ay apreté sus hombros detrás de ella admirando nuestros reflejos en el espejo.

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