Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 95

Las semanas siguientes fueron maravillosas. Los días pasaron tan rápido que ni siquiera me di cuenta cuando entré a la recta final de mi embarazo. Pasaba mis días siendo consentida por Alex, quien todos los días tenía algo nuevo para sorprenderme, desde una receta nueva de un postre innovador hasta un baile de striptease, además, no dejaba de ver videos de canciones infantiles y pasaba horas tarareándolas hasta aprendérselas y como un futuro padre responsable, veía tutoriales sobre cómo cambiar pañales y dormir bebés.

La compañía de Mell y Javi me hacía tanto bien, desde que se mudaron no existía la soledad para mí, incluso, parecía que vivíamos los cuatro en la misma casa y la emoción por la llegada de mi bebé nos tenía a la expectativa. Por fortuna, mi amiga había logrado estabilizarse en cuanto a los síntomas y malestares del embarazo, ya estaba por entrar a su segundo trimestre y su pancita crecía cada día más; se veía realmente hermosa embarazada.

Ella seguía asistiendo al programa y ahora se había hecho buena amiga de Analida, nuestra compañera, quien había sido elegida como mi reemplazo mientras yo cumplía con mi licencia de maternidad, además, ella quería cumplir su sueño de ejercer su profesión antes de morir, porque así como lo había comentado en su presentación la noche del evento, había sido diagnosticada con el VIH, pero después los médicos habían descubierto un tipo de infección extraña en su cuerpo y aunque estaba siendo sometida a un riguroso tratamiento, las esperanzas de vida no eran muchas y Mario Antonio había decidido darle una oportunidad por los meses de mi ausencia.

Le debía mucho a mi jefe, realmente él era un hombre bondadoso, desde aquella tarde en que la foto de mi mejor amigo fue expuesta en toda la ciudad las cosas cambiaron para Matt. El poder de su inocencia seguía restaurándose y él seguía sin poder darse abasto con tantos clientes, la panadería se había quedado pequeña que incluso, tuvo que alquilar una parte del local de al lado para ampliarla un poco. La amistad entre mi hermana y él seguía creciendo, pero seguían sin decidirse a dar el primer paso, aunque todos estábamos al tanto de su obvia atracción, quizás debían marchar a su propio ritmo y permitir que todo fluyera sin presiones, porque sí, estaba segura que ese amor en algún momento florecería y les traería lo que siempre habían estado buscando.

Mi mente viajaba lejos, intentando recordar en qué momento la vida había dejado de ser como la conocía, para dar paso a esa que siempre había soñado. Era increíble pensar en el giro que había dado mi historia hasta encontrarme ahí, al lado del amor de mi vida, siendo abrazada con ternura y cuidado, siendo curada de mis heridas con tanta paciencia y ternura, siendo consentida cada instante, amada cada segundo… siendo más feliz de lo que pude imaginar.

Pensaba en todo lo sucedido en las semanas siguientes a la fiesta en la playa y no podía reprimir las sonrisas al recordar los mejores días de mi vida. Cerré los ojos sin dejar de sonreír y cuando volví a abrirlos, ya la madrugada empezaba a caer. Miré el reloj a un lado de la cama y me sorprendí al ver que era más de media noche, parecía que solo habían pasado algunos minutos y ya habían transcurrido dos horas. Intenté volver a dormir, pero se me hacía difícil conciliar el sueño. Me moví un poco en la cama y sentí la piel caliente de mi novio rozar la mía, yo estaba tumbada boca arriba y Alex de lado, abrazando mi vientre como cada noche.

La brisa marina se colaba por la ventana que habíamos dejado entreabierta a causa del intenso calor de los últimos días. Me había costado demasiado dormirme, ya con treinta y nueve semanas de embarazo no podía casi ni respirar, mi panza estaba enorme y pesaba mucho, los dolores de espalda eran ya parte de mis días y el insomnio era parte segura de mis noches. Se me hacía un proceso demasiado complicado y tedioso conciliar el sueño, pero no se me hacía tan pesado quedarme despierta porque Alex no se dormía hasta que no viera cerrar mis ojos, hacía lo que fuese para quedarse despierto a mi lado, contaba ovejas, perros, gatos, gallinas y elefantes con tal de dormirme y estar seguro que descansaba ahí, a su lado y como me encantaba.

Giré mi rostro un poco y sonreí al verlo. Él era guapo hasta dormido, amaba verlo a mi lado todas las noches, eran tan mágicas y tan románticas. Rocé su boca con mis dedos y él solo suspiró dejando salir un pequeño ronquido. Lo amaba hasta cuando dormía. Cerré mis ojos y acaricié la comisura de sus labios con mis dedos y no sé cuánto tiempo pasó, pero me sumí en un profundo sueño.

Abrí mis ojos de golpe al sentir una extraña sensación en mi entrepierna, las sábanas estaban pegadas a mi cuerpo y la humedad cada vez se hacía más intensa. De forma lenta y temerosa toqué la cama con mi mano y ahogué un grito de espanto al sentir que sí, efectivamente estaba mojada.

¡Me había orinado!

Sí, estaba al tanto que esas cosas podían suceder, sobre todo esas últimas semanas que las ganas de orinar eran cada vez más frecuentes, pero nunca imaginé que pasaría otra vez por esa experiencia que una vez me había costado algunos regaños de mi mamá. Me sentía avergonzada y apenada con Alex, él se mantenía profundamente dormido, pero en algún momento sentiría la humedad en las sábanas.

Intenté moverme e incorporarme en la cama, pero mis extremidades estaban demasiado debilitadas y mi espalda se arqueó cuando de pronto un dolor intenso se pronunció en la parte baja, era como una punzada despiadada que se empezaba a adueñar de mi cuerpo y que, a su vez, me provocaba un dolor fuerte en mi vientre.

Abrí la boca para aspirar todo el aire que pudiera contener en mis pulmones y luego, poco a poco lo fui soltando, intentando seguir cada enseñanza que había recibido en el curso de preparación para el parto, pero ninguna de esas clases estaba funcionando en ese momento porque mi cuerpo estaba siendo atacado por muchas punzadas dolorosas que iban y venían cada vez con más fuerza y ni pensar en

Con lentitud y como pude, logré sentarme en la cama y recosté mi cabeza en el respaldar mullido, encendí la lámpara que había a un costado y pasé una mano por mi vientre, lo masajeé para aliviar un poco la incomodidad que se empezaba a concentrar en la parte baja. Intenté mantener la compostura y no asustarme, se suponía que el parto estaba previsto para una semana después, quizás eran solo contracciones de Braxton Hicks o mi bebé terminando de acomodarse…

¡Más dolor!

No eran solo contracciones. No era solo un acomodamiento.

Era algo más, mucho más…

Mi corazón comenzó a latir de prisa y un temor creciente se apoderó de mi interior, cerré los ojos con fuerza y fruncí los labios para no gritar porque esa había sido aún más feroz. Intenté pensar en alguna excusa o justificación a mi dolor, pero… no había otra explicación. Había llegado la hora.

Miré hacia mi novio y suspiré con pesar, debía despertarlo. Odiaba hacerlo porque sabía lo cansado que estaba, había estado doblando turnos en el banco las últimas semanas para compensar los días que pasaría conmigo después del parto y que se ausentaría para acompañarme y cuidarme en el proceso de recuperación. Moví su hombro con insistencia hasta que sus ojos azules se abrieron con dificultad y pesadez. Poco a poco fue recuperando la consciencia y al verme sentada y conteniendo un gruñido de dolor, se asustó mucho y se sentó en la cama de inmediato.

—¿Qué sucede, princesa? —preguntó con voz ronca, pero preocupada y frunció el ceño a causa de la luz de la lámpara que pegaba directo en su rostro—. ¿Estás bien, amor? ¿Necesitas ir al baño? ¿Deseas un vaso de leche caliente? ¿O necesitas un masaje?

Tragué saliva y sacudí la cabeza en señal de negación, amaba sus mimos y complacencias, pero esa noche a diferencia de las anteriores, no necesitaba más nada que no fuera un doctor y un hospital. Esbocé una sonrisa nerviosa. Él frunció el ceño aún más y ladeó su cabeza en busca de mi respuesta, luego miró hacia las sábanas y pasó su mano por ellas. Ahogó un grito al sentir la humedad y una sonrisa de emoción adornó su rostro.

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