Amante peligroso romance Capítulo 219

-Eres muy bella.-

Al haber oído eso, se quedó atónita.

Ella aún sujetaba la mano de Mario.

Él se sentía en las nubes. “Toma mi mano, quédate así un rato más” pensó él. Sintió un hormigueo en sus palmas, que se expandía hasta todo su cuerpo. Era una sensación maravillosa, incluso mejor que aquel masaje tailandés.

-No entendí muy bien, Señor Mario… ¿Qué ha dicho?-

Mario entrecerró los ojos de placer y repitió, -Eres muy bella.-

El rostro de la mujer se enfrió poco a poco, sus ojos estaban llenos de frialdad. -Bájate.-

-¿Qué?-

Ella se hizo la ciega y lo ignoró, estiró su cuerpo y extendió la mano, de un clac abrió la puerta de la parte del conductor y dijo suavemente, -Bájate.-

Mario no podía entenderlo. “¿No se supone que las mujeres deberían de estar contentas cuando escuchan halagos? ¿O al menos sonrojarse?” pensó él.

-¿Bajas o no?-

Mario negó con la cabeza fuertemente. ¿Bajarse? Ni pensarlo.

Ella dejó de insistir, -Muy bien, si tú no lo haces, lo haré yo.-

Mario veía cómo abrió la puerta, a punto de bajarse… -¡Oye! ¿Te vas a bajar de verdad?- le agarró la muñeca y la estiró hacia dentro.

Él fijó su mirada en sus ojos… ¡Ella no estaba bromeando!

-Suélteme, Señor Mario.- su mirada se paró en el rostro de él, pero sin mostrar expresión alguna.

Aquella mirada inexpresiva. Mario sintió un pequeño dolor en su corazón, como si le hubieran pinchado con una aguja. Ignoró esta sensación y empezó a sentirse un poco frustrado, así que no soltó su mano, sino que además la estiró bruscamente.

Ella, inesperada de este fuerte movimiento, cayó hacia él y se cayó en sus brazos, levantó la cabeza, y ante sus ojos era su pecho firme que subía y bajaba al respirar.

-¿De qué estás enfadada, posadera? No te entiendo, solo pienso de verdad que eres bella. Tu enfado es inexplicable.-

-El inexplicable es tú Señor Mario.- ella siguió con un tono sarcástico -¿Tanto le gusta coquetear con las mujeres? Lo que pasó antes ya no importa, ¿pero este comportamiento suyo de ahora qué quiere decir?

Él era el raro.

¿Ella era muy bella?

¿Bella de qué?

¿Acaso ella misma no tenía claro cómo era su aspecto?

El flequillo de hacía años era precisamente para tapar la cicatriz de la frente, desde que abrió la Casa de Memoria se dejó el flequillo largo y se lo peinaba hacia atrás, y una cicatriz tan larga… ¿Bella?

Ese hombre, o era un mujeriego que estaba acostumbrado a coquetear con cualquier mujer que se encontraba, o le estaba tomando el pelo. Pero fuese lo fuese, a ella no le gustaba ninguna, para nada.

-¿Quién ha dicho eso? ¿Quién ha dicho que me gusta coquetear con las mujeres?- “¿Acaso esta mujer solo tiene en su corazón al mal parido de Rodríguez? ¿Que le halaguen otros hombres ya implica ser un dandy?” pensaba por dentro él

Él francamente pensaba que se veía muy bella antes, simplemente muy bella.

Él no se percató, pero empezó a ponerse celoso.

-Si mi comportamiento te ha dado la sensación de coquetear, pues entonces préstame atención ahora- Mario abrazó con fuerza a la mujer que estaba intentando escapar de sus brazos.

-Me gustas posadera, ¿no lo sabes?-

-…- Durante un buen rato, la mujer se quedó inmóvil y no pronunció ninguna palabra.

-Solo quiero ser cariñoso con la persona que me gusta, solamente creo que eres muy bella. ¿Acaso no puedo pensarlo?- Mario sentía un amargor, sin embargo, a la mujer que tenía entre los brazos, no le podía mencionar aquella persona.

Bajó la mirada y vio que la mujer se mostraba completamente indiferente, una preocupación le entró de repente… Acababa de declararse, fue su primera vez, tantos años en este mundo y por primera vez se declaró a una mujer, pero a esta se le veía completamente indiferente… Podría que, ¿esta mujer hubiera agotado todos sus sentimientos por aquel hombre?

Mario jadeaba intensamente, con una mirada feroz, -¿Acaso no tienes la mínima conciencia del peligro? ¿Un chófer? ¿No has visto las noticias que anunciaron aquellos chóferes ilegales? No compruebas ni su documento y ya le dejas subir. A ver si es que crees que tu miserable vida no vale ni un céntimo.-

Palabras descuidadas pero significativas para otros.

La mujer de repente lanzó una mirada profunda al hombre que tenía en frente.

Desvió su mirada a su pelo, las gotas de sudor caían dejando el cuello empapado… -Tú… ¿no me habrás seguido corriendo hasta aquí, no?

Mario le devolvió una mirada como si le estuviera diciendo “claro”. Seguidamente se dio la vuelta, sacó la billetera, agachó la cabeza y vio que estaba vacía, se había acordado que gastó todo en la tienda de utensilios para té.

Sin pensarlo, se quitó el reloj de su muñeca y se lo lanzó al chófer, -Quédatelo. Tu pago. Ya no hace falta que conduzcas.-

Nada más acabar subió al coche y cerró la puerta.

-Jefaaa…- giró la cabeza hacia ella, y con voz de lástima suplicó, -Jefa, me equivoqué, es mi culpa.-

La mujer lo miró, pensó un poco y asintió con la cabeza, -Con que conozcas tu error está bien.-

-Sí, sí, sí.-

Claro que se equivocó, su error fue actuar demasiado impetuoso, debería haber ido poco a poco.

-Puedes meterte lo que quieras en la boca, pero deberías tener más cuidado con las palabras que salen de ella. Ya no me hagas ese tipo de bromas, no es gracioso.- dijo la mujer.

-Vale, vale, no es gracioso, o es graciosno.- asentió la cabeza muy rápido y se disculpó rápido.

Claro que no era gracioso, porque él no le contó ningún chiste.

Al ver su actitud sincera y positiva al disculparse… En fin, solo era un inquilino, como todos los pasajeros que pararon por la Casa de Memoria, simplemente era un turista que hacía una breve parada en su vida para después marcharse sin más.

Una vez salir de la Casa de Memoria, ¿quién más sabría nada de nadie?

¿A quién le iba a importar lo que se dijo o lo que se hizo?

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