-¿Lo has hecho tú?- Denis aguantó su ira y miró el desastre que había en el suelo. Obviamente, estaba preguntando si ese desastre era obra de la persona que tenía enfrente.
-Lo siento.-
El hombre se disculpó cautelosamente en voz baja, con una mirada llena de culpa.
Pero Denis casi se rio de tanta ira que sentía. Mirando a la persona detrás del fregadero, recordó que solía ser distante y nunca admitía sus errores tan fácilmente, pero ahora lo hizo rápidamente.
No obstante, para Denis, esa obediencia le provocó otro tipo de ira que tenía en el fondo de su corazón, no solo ira, sino una vaga rabia que sentía con todo corazón.
Naturalmente, ella misma no se dio cuenta de que su enojo en ese momento no se trataba solo porque él había hecho un caos en casa.
Ella miró al hombre con frialdad y sacó el teléfono de la mochila sin decir una palabra.
-Soy yo, ¿cuándo vais a llegar, Lázaro?- le preguntó débilmente a la persona que estaba al otro lado del teléfono. Vislumbró que una figura oscura se abalanzó sobre ella, de modo que el teléfono que tenía en la mano inesperadamente cayó al suelo. Como la ira que sentía en el fondo de su corazón se hizo más intensa todavía, le gritó a esa sombra oscura.
-¡Joaquín! ¡¿Qué estás haciendo?!-
En ese momento, le resultaba muy difícil tratar a ese hombre como a un niño de ocho años.
La ira le hizo perder la cordura temporalmente, ¡y solo quería descargar toda la ira que había en su corazón hacia el culpable!
Sonó la voz un poco enojada del otro preguntándole directamente, -Hermanita, ¿por qué llamas al tío Lázaro?-
Denis levantó la cabeza y coincidió con los ojos claros, se sorprendió por la ira y un rastro de desesperación que había en sus ojos, -Tú...-
Los ojos del otro se enrojecieron de inmediato, como si no fuera él quien había hecho algo malo, sino ella.
-¿Por qué llamas al tío Lázaro?-
Esa persona le preguntó repetida y tenazmente.
Denis apretó sus puños y se dio cuenta de que no podía responder su pregunta en ese momento, especialmente cuando la miraba levemente triste con esos ojos limpios y sencillos.
-Tienes que irte con Lázaro a donde se supone que debes estar.- Apartó la cabeza abruptamente para no mirar a esa persona, pero sus palmas estaban fuertemente apretadas y se negaba a relajarse.
Después de un largo rato, no había ningún sonido.
El hombre no habló.
Denis sospechaba, pero nada más giró la cabeza para echar un vistazo, el hombre mostró su debilidad con agravio.
-Ya no te hará enojar, no me eches de aquí, por favor.- La voz estaba mostrando que él era el débil y no se atrevía a enfrentarse con ella. También contenía un rastro de súplica. Ella casi podía percatarse de la inquietud en las palabras del hombre, -¿Vale?- susurró el hombre.
“¿Vale?”
Lo dijo tan silenciosa y cautelosamente. Ella apretó los dientes de repente.
Casi, casi se puso misericordiosa de nuevo.
Lo fulminó con la mirada. ¡Era su karma!
Apretó los dientes y maldijo para sus adentros.
-Joaquín, debes volver a la rutina de tu propia vida, yo no formo parte de esa rutina.- Tampoco pensó en si, con una mentalidad de ocho años que tenía en ese momento, podía comprender el significado de las palabras y captar la determinación que llevaba sus palabras.
Ahora mismo su comportamiento era como si estuviera intimidando a un paciente retrasado.
Sin embargo, Denis miró hacia abajo y se dijo una y otra vez en su interior, “¡No seas misericordiosa, no seas misericordiosa!”.
Su lado cruel solo se había desaparecido temporalmente con su pérdida de memoria, pero tarde o temprano volverá.
-No lo haré de nuevo.- susurró el hombre e intentando hacer la pelota.
-He pensado que pasarás hambre, por eso quise llevarte el almuerzo. Pero soy un tonto.-
¡Algo se penetró en su interior!
Parecía que había una cuchilla afilada apuñalando su corazón. Miró el desorden por todo el piso. ¿El hombre había causado ese desastre porque quería prepararle el almuerzo?
No, no, no podía ser misericordiosa, no debía ser misericordiosa.
Podía ser amable con cualquiera, pero no con él.
¡Ploc, ploc!
-Has hecho que la casa esté inundada y hecho un desastre, creo que ya has causado muchos problemas, ¿qué más quieres agregar?- lo dijo extremadamente cruel.
El hombre inmediatamente se comprometió y dijo, -No me moveré, me quedaré quieto aquí.-
Denis caminó hacia el armario que había en la esquina del salón para sacar el botiquín de primeros auxilios y luego regresó. Se sentó en el sofá y le dijo con frialdad al hombre que estaba allí sin atrever a moverse.
-¿Qué haces parado allí?-
El hombre se quedó pasmado por un segundo y luego dijo agraviado, -Dijiste que no me moviera de aquí.-
El rostro indiferente de Denis se sorprendió por un momento. Le costó mucho tensar de nuevo su expresión, por lo que gritó enojada.
-Ven aquí.- El hombre caminó hacia ella con nerviosismo, como si hubiera cometido un gran error. Ella señaló el sofá a su costado, -Siéntate aquí.-
Después de recibir la orden, el hombre corrió con alegría hacia ella y se sentó obedientemente.
-Saca las manos.-
Mientras hablaba, abrió el botiquín de primeros auxilios cuidadosamente y con eficacia.
El hombre también era obediente. Mantuvo las manos extendidas para que ella le limpiara las heridas con algodón, le desinfectara con desinfectante, y le vendara con una gasa blanca.
-¿Cómo te lo hiciste?- Después de terminar todo, cerró el botiquín de primeros auxilios y comenzó a indagar sobre la herida que tenía en la mano.
-Rompí el cuenco y quise recogerlo...- El hombre la miró fijamente.
Denis suspiró para sus adentros, -¿Entonces te cortaste la mano?-
-Sí.- asintió con cautela.
-¿Por qué la escondiste para que no lo vea?- preguntó de nuevo.
-Porque pensarás que soy un torpe.-
Denis se asombró por un segundo, había sido observado por esos ojos tan inocentes por una razón tan ridícula.
Pero esa vez, no podía reír. En cambio, la ira que sentía se disipó gradualmente.
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