Lo miraba a Hector sin saber qué quería hacer.
Me equivoqué de que se fuera después de comer.
Por le había preparado comida a tomar.
La mesa del comedor tenía la forma de redondez, se sentó y tocaba la silla de su lado,dijo, -Aquí.-
-…-
Dudé un momento pero lo acepté.
No pensaba nada más que contentarle para que se fuera.
Me senté al lado observándolo.
Uno.
Dos.
Cuando me pidió el tercer tazón, le pregunté por preocupación, -¿Ya has podido comer tanto en la cena?-
No me contestó.
Así que, lo llené un otro
Terminó la cena, me pidió prestado la tableta para trabajar. No me atreví a negarlo, se la dí y me fui al cuarto para hablar con Alicia en línea.
Le conté todos los extraños de Hector.
Ella solo me envió un mensaje, -Te has enamorado.-
-Imposible.- le contestó.
Luego, la chica se quejó sin parar, -¡Qué hombre! Que es un ser que te abandona cuando estás mientras te ruega cuando lo sales.
Ella tardó más de una hora en comprobar su teoría.
Cuando revisé el tiempo, ya estaba las once, fui a la sala y quisé preguntarle cuándo salió. Estaba en el sofá con la tableta en la mano,
Pero de una postura rara.
Me acerqué, le dijé, -¿Y se hace tarde, no sales?
-No.-
Respondió inmediatamente.
Parecía un poca rara en su cara, con la luz, encontré su frente lisa repleta de gotas.
Lo remiré, su rostro se puso un poco pálido, -Extraño!-
Me adelanté, le saludé incliándome,
-Qué… Qué te pasa?-
-No te preocupes.- Negó con la cabeza quietamente, como si estuviera bien.
Aun así, su cara me había presentado su problema.
-¿Qué tienes, vamos al médico?
Mientras tanto, estuve para llamar al hospital, me tomó la mano, me dijo, -¿Tienes Medicina gástrica?-
¿Medicina gástrica?
¡Fue sólo en el entonces cuando me di cuenta de que debía haber devorado demasiado antes de que tuviera dolor de estómago!
Pero fue el primer día a partir de trasladarme aquí que no me dio tiempo para comprar los medicamentos regulares.
-Me voy por eso.- me calcé hablando.
Afortunadamente no me había cambiado la ropa antes de que el hombre se quedara en la habitación, eso me resultó conveniente.
Le serví un vaso de agua caliente y le convecí acostarse antes de que yo saliera tranquila.
Cuando volví apresuradamente con un montón de medicamentos gástricos, analgésicos y digestivos, su camisa ya se había mojado por completo.
Mirándolo, me sentaba un poco insoportada. Más tarde, le serví las medicinas, a su lado, se me fue una queja, -Mira tu estómago, no hace falta tomar tanto.-
Él permanecía los ojos cerrados, sin decir nada.
Al ver su dolor insoportable, se me ocurrí el escenario cuando de niña me acariciaba la señora del orfanato para aflojar mi estómago. Así le aconsejé, -Quizás pueda amasarlo.-
Pero me arrepintí de lo que dije.
¿Qué digno este Hector, Gerente Hector, comó podría permitir eso?
¿Adónde me llevaría?
Abrí los ojos, miré en secreto al hombre a quien la luz congelada de la luna brillaba en el cuerpo bien formado, fuerte y seductor…
Inexplicablemente inquieta en mi corazón, rápidamente cerré los ojos.
Pronto, sentí que el hombre me puso en la cama de nuevo, y luego me abrazó por detrás, su cabello mojado y suave yendo y viniendo en mis mejillas, me dio un roce un poco picado.
Teniendo el alma en un hilo, cuando me preocupaba de lo que iba a hacer.
Me dio la sensación de que su labios me pegaban en el oído, con una voz muy templada, -Julieta, quizás yo te haya enamorado.-
Me asombré.
¿Qué quería decir, le había enamorado?
Cómo podía ser…
A lo mejor, eso era lo que dijo Alicia, los hombres lo apreciarían cuando lo perdiera.
Pero eso no era de su amor, era de su frustración después de la pérdida.
Lo pensé desorientada hasta que concilió el sueño con el aliento suave del hombre.
A la mañana siguiente, me desperté y me llamó la atención que aún estábamos en la misma postura que anoche.
Me levanté de sus brazos y me cambié la ropa, hice desayuno para dos y me preparé para salir.
Apenas se abrió la puerta, vi también empujaron la de Martín.
De repente recordé que los zapatos de Hector todavía estaban en la puerta, de prisa la cerré.
-Buenos días.- Me miró con una sonrisa en la esquina de su boca.
-Se…Hermano Martín, buenos días.-
Pronuncié una palabra antes de recordar lo que me había dicho ayer y cambié de término.
Después de bajar, se ofreció a enviarme, pero lo negué.
Llegué a la compañía y me topé con Yonatán. Sonó su móvil, entonces dejé de saludarlo y esperé a que hirviera el agua con toda atención.
Yonatán tomó el móvil, sólo escuchó unos segundos, su expresión cambió brusco, “¿Qué? ¡Espera! ¡yo voy! “
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