Elisa se levantó y miró a Gabriel.
—Adiós, señor Weller —dijo sonriendo.
Se escuchaba un tanto melancólica, como si no fueran a verse nunca más. No obstante, él se limitó a resoplar con desdén y se marchó sin darle un segundo vistazo. Sin embargo, en cuando salió del edificio, se detuvo de inmediato, lo que provocó que Elisa casi se tropezara con él. Cuando la mujer levantó la cabeza, vio a Guillermo apoyado contra la pared, esperándola con las manos en los bolsillos. «¿Qué hace aquí?». Lo miró sorprendida.
El hombre le sonrió a Gabriel.
—Hola de nuevo, señor Weller.
El rostro de Gabriel se tornó más sombrío cuando le devolvió una mirada tajante.
—Señor Domínguez, está bastante ventoso hoy; tenga cuidado.
Era una clara advertencia, pero parecía que a Guillermo no le importaba en lo absoluto.
—No se preocupe; mi cuerpo es bastante fuerte y saludable.
Después de esbozar otra sonrisa despectiva, Gabriel se marchó y Guillermo miró a Elisa.
—Felicidades por volver a estar soltera —le dijo con una mirada amorosa.
Elisa parpadeó algo perpleja mientras guardaba la sentencia de divorcio en el bolso.
—Gracias. —Sabía que él había ido para empeorar la situación.
Por supuesto que se sintió aliviado de que al fin estuviera divorciada, pero también quería molestar a Gabriel. Si su rival tenía una buena vida, lo consideraría una falta de respeto hacia sí mismo.
—¿Qué te gustaría comer? —le preguntó mientras se acercaba a ella.
Elisa negó con la cabeza.
—Comí antes de venir aquí, pero gracias por preguntar.
Tras escuchar su respuesta, él arqueó las cejas, pero no la obligó a hacer nada, en cambio, le preguntó de manera gentil:
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