De hecho, cualquiera podía decir que el mayordomo estaba usando tanta fuerza y no dudaba en golpear porque había recibido instrucciones de alguien, y las palabras de Pablo lo pararon del golpe.
Segundos después, soltó el látigo de las manos y dijo:
—Yo recibo órdenes del amo Juan.
A pesar de esto, Hortensia giró los ojos:
—Estamos aquí para imponer las reglas de nuestra familia a esta mujer que se está comportando de un modo indecente. No hay lugar para una huérfana indisciplinada que se entromete.
En ocasiones como éstas, en el pasado, Pablo siempre había mantenido la boca cerrada, así que Hortensia se enfadó cuando el habló de forma inesperada.
-No tengo más remedio que decir algo, puesto que estás golpeando a mi esposa —explicó con compostura.
Susana pudo comprobar que era tal como Pablo le había dicho; una persona sin ningún puesto o dignidad en la familia, y que nadie tomaría sus palabras en serio.
-¿Crees que eres alguien después de casarte con esta pu...? —se burló Hortensia con indiferencia y volvió su atención hacia Juan-: Papá, creo que Susana no aprenderá la lección a menos que se la golpee, pero puesto que se ha casado y forma parte de nuestra familia, tampoco deberíamos pasarnos. Pararemos si solo admite su error, ¿vale?
En apariencia, era como si ella intentara salvar a Susana, pero en realidad, estaba segura de que Susana nunca lo admitiría con su rígida personalidad.
Poniendo sus ojos en Susana, Juan preguntó:
-¿Admites tu error?
-No. -Irguiendo la espalda, Susana dijo-: No he hecho nada malo en este asunto, así que ¿por qué tengo que admitirlo?
Juan movió la mano con frustración y el mayordomo con el látigo fustigó su espalda de nuevo.
¡Zas!
-¿Te das cuenta de tu error?
-No hice nada malo.
¡Zas! Otro golpe en su espalda.
—¿Aún eres inflexible?
—¡No voy a admitir nada!
¡Zas! El látigo la golpeó de nuevo mientras el mayordomo la sacudía con fuerza con él.
Arrodillada en el cojín, Susana era casi incapaz de erguir la espalda, pero apretó los dientes y se tensó para el golpe. Sin embargo, el golpe nunca más alcanzó su espalda incluso aunque escuchó el crujir del látigo.
-¡Pablo! —gritó Juan estupefacto detrás de ella.
Enseguida, Susana giró su cabeza y vio que Pablo había saltado de su silla de ruedas sin que ella se diera cuenta. Se lanzó detrás de ella y se llevó el último latigazo. Su impoluta camisa blanca se salpicó de sangre mientras el color empezó a desvanecerse de su atractivo rostro.
-¿Cómo te atreves a golpearlo? -gritó Susana al mayordomo mientras ella agitaba las manos con fuerza-¿Eres ciego? ¿No ves que no es a mí a quién golpeas? ¿No sabes que él está débil?
El mayordomo no esperaba que Pablo bloqueara el latigazo de Susana, y menos que ella le gritara como lo había hecho por su causa. Justo antes, ella no dijo ni una palabra cuando él le había golpeado con tanta fuerza, sin embargo, ahora le estaba gritando tan solo porque Pablo se había llevado un latigazo.
-Estoy bien -murmuró Pablo y alzó los ojos con debilidad hacia ella-. Solo estoy... un poco mareado.
-¡Llevadlo al hospital! -ordenó Juan con nerviosismo, cuando vio que su propio nieto había sido golpeado. Mirando al mayordomo, lo atacó regañándolo—: ¡Ve y
recibe tu propio castigo!
El mayordomo solo podía admitir su destino y se retiró tras soltar el látigo. Pronto, unos cuantos sirvientes de la casa se acercaron para llevar a Pablo al hospital.
-¡No lo toquéis! -gritó Susana y los despidió. Ayudándolo a volver a la silla ella dijo-: Es mi marido, así que ¡yo cuidaré de él!
Y lo empujó fuera de la sala de los antepasados con zancadas.
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