El Maserati negro atravesó las calles de la ciudad antes de pararse delante del edificio de estudio de la Universidad de Minanegra. Sin ni siquiera esperar un minuto para darle las gracias a Manuel, Susana saltó del coche y salió disparada hacia las salas de estudio.
No solo tenía los apuntes además de los libros que se había dejado en la sala, también tenía los certificados que había ganado en diferentes premios y las postales que su abuela le había enviado cada año por su cumpleaños.
Las postales estaban hechas con una caligrafía torcida y fuerte, para otros parecerían más un desperdicio de papel, pero ¡esas postales eran su más preciado regalo!
Aunque era por la mañana temprano, el edificio de la sala de estudio estaba lleno de gente, lo mismo que el ascensor de la entrada.
Mientras estaba esperando el ascensor, le entró una nueva llamada de Helena:
—¿Cuándo llegas, Susana? Las cosas se están descontrolando.
A través del teléfono, Susana podía oír el jaleo, y su corazón se encogió con fuerza.
Respirando hondo, decidió no esperar al ascensor más y corrió hacia las escaleras.
«Son solo ocho plantas. ¡No es demasiado!» pensó
Como no había comido nada desde la mañana, sus piernas estaban débiles cuando llegó a la octava planta. Ignorando el cansancio de sus piernas, corrió como loca hacia la sala de estudio.
Toda la planta estaba vigilada por gente, pero Helena estaba de pie sola nerviosa en la sala. Cerca de ella, había un grupo de hombres vestidos de negro, que estaban arrojando sus apuntes y sus libros a una fogata en un cubo.
¡Las llamas que bailaban brillantes estaban engullendo todos sus preciosos apuntes en el fuego!
Cerca del cubo, un hombre vestido de negro estaba sentado indolente en una silla:
-¿Qué son todos estos papeles? —dijo mientras cogía un certificado de primer puesto en una competición de física de la ciudad de Minanegra y lo rompió en pedacitos.
-¡Suelta eso ahora mismo! -gritó ella y se arrojó sobre el hombre furiosa.
-Al estar cerca, se dio cuenta solo en ese momento de que el hombre era ¡Guillermo!
-¿Tanto quieres abrazarme Susana? —se burló Guillermo, sentado en la silla y escaneándola de pies a cabeza sin pudor-. Si eres tan abierta, ¿por qué actuaste como una chica inocente en casa del abuelo ayer?
Apretando los dientes, ella lo sacudió y cogió el destrozado certificado en sus brazos con fuerza. Sin embargo, escuchó el sonido de papel rasgado detrás de ella, y era otro hombre rompiendo otras cosas en pedazos.
-¡Para! ¡Eso es mío! ¡Destruir mis pertenencias sin mi permiso es ¡legal! -gritó ella, las lágrimas brotaron en sus ojos mientras intentaba recuperar sus pertenencias.
—Puedes parar ahora -se burló Guillermo con frialdad, con el tobillo sobre su otra rodilla—. Muestra más respeto por mi prima política.
En el momento que habló, sus hombres pararon y Helena corrió para ayudar a Susana a recoger sus cosas. Sin embargo, había muchas cosas que todavía se estaban quemando en el cubo.
Mientras lo ponía todo junto, Susana alzó los ojos y miró hacia el cubo. De repente, vio la esquina de un álbum de fotos asomando entre las llamas, y se quedó helada.
¡Ese era el álbum en el que ella guardaba las fotos y las postales que su abuela le había mandado durante todos esos años!
Casi de un modo inconsciente, estiró la mano y alcanzó el álbum que estaba en llamas. El fuego quemó los dedos y se los puso rojo brillante, pero continuó utilizando sus mangas para apagar las llamas del álbum, aunque no
podía sentir nada.
Helena cogió el álbum de sus manos y lo puso a un lado, enfurecida al mirarle las manos quemadas.
-¿He ido demasiado lejos? -se rió Guillermo—. Comparado con la discordia que Pablo sembró ayer, ¡lo que he hecho no es nada! -Como si algo le viniese a la mente de repente, se señaló con un dedo la herida que tenía en la frente-, Susana, tú deberías saber por qué ha ocurrido todo esto.
«¿Qué tiene todo eso que ver conmigo?» meditó Susana «¿Es esa herida la que le hizo mi tacón anoche?»
-Si lo comparo con todo lo que me hicisteis tú o tu marido la noche pasada -dijo y bufó él con indiferencia-, no creo que me haya pasado en absoluto. -Mientras hablaba, echó un vistazo rápido a los papeles que ella tenía en sus brazos y continuó-: ¡Debería haberlos quemado todos si hubiera sabido lo preciados que eran para ti!
Sin que Guillermo necesitara decir nada, sus hombres la apartaron.
«Estamos en desventaja y cada de sus hombres está fornido» pensó Susana con los puños apretados. «No podemos combatir el fuego con el fuego».
-Este lugar no es apropiado —dijo Guillermo mirando alrededor y haciendo un gesto hacia cualquier parte de la sala de estudio vacía con los ojos.
Sus hombres enseguida comprendieron el significado y se llevaron a Susana a una sala vacía.
—¡Guillermo Marcos!
En el momento que se la llevaban a la sala vacía, Susana entró en pánico, ella ni siquiera lo había hecho la primera vez con su marido, Pablo, así que ella ¡no podía dejar que una escoria como Guillermo lo arruinara!
-Oh, sí —murmuró Guillermo, hincando el dedo en su mejilla-. Me gusta tu cara enfadada, así que puedes seguir.
Susana no se había dado cuenta de que se había mordido los labios tan fuerte que habían perdido el color por el pánico.
Con indiferencia, Guillermo observaba como ella se debatía y de repente, ¡le rasgó la ropa delante de los dos hombres!
-¡Para! -gritaba Susana apretando la mandíbula mientras se comía la cabeza de la forma que le había ayudado en innumerables exámenes para conseguir el primer puesto —. Dices que te gustan las mujeres con una personalidad fiera, ¿verdad?
Con una risa, él asintió.
Pestañeando, ella continuó:
-Así que si obedezco y hago todo lo que tú quieres, ¿perderás el interés en mí?
Tras escucharla, los dos hombres vestidos de negro se echaron a reír y Guillermo estaba más allá del placer. «¿Esta campesina no utiliza el cerebro?».
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