Al pensarlo, Helen tomó su teléfono y marcó el número de Elias.
-Hola, ¿aún te duele?
-Elias, quiero ir a la exposición de joyería. ¿Me podrías llevar? -suplicó ella.
-¿Cuál exposición de joyería?
—Deja te muestro el video.
Helen colgó la llamada y le reenvió el video a Elias poco antes de recibir un texto breve que decía: «De acuerdo, yo te llevaré allí».
Helen gritó de la emoción, pero en el proceso se lastimó la mejilla hinchada. Mientras se quejaba del dolor, comenzó a maldecir a Anastasia de nuevo:
—¡Eres una zorra, Anastasia! Aunque seas una diseñadora de joyas, no puedes asistir a una exposición de joyería de alto nivel como esta.
Por otro lado, Anastasia se encontró con el mismo video en su oficina y se enteró por los demás invitados que se requería vestimenta formal para la ocasión; de no ser así, no se permitiría el acceso. Debido a esto, se preocupó, sin saber qué debería hacer porque no podía alquilar un vestido de gala decente. Justo cuando Anastasia se mortificó por el código de vestimenta del evento, una llamada interrumpió su razonamiento, que resultó ser un número no identificado; aun así, contestó el teléfono y dijo:
-¿Diga?
—Hola, ¿podría hablar con la señorita Torres? Llamo de la tienda Ropa FH para informarle que nuestro cliente le acaba de reservar un vestido de gala para usted. ¿Puede pasar por acá a probárselo más tarde?
—¿Un vestido de gala para mí? —Anastasia se quedó atónita, pero al instante supo que fue Miguel quien se lo consiguió-. Claro, más tarde paso.
«¡Qué considerado de su parte!», pensó.
Anastasia tomó su teléfono y le envió un mensaje de texto con un emoji de agradecimiento: «Muchas gracias, Miguel».
«A// lo menciones. ¡Espero que te encante!», le contestó con un emoji sonriente.
Para esa tarde, Anastasia solicitó permiso para salir una hora antes porque se percató de que la tienda de ropa estaba muy cerca de su oficina. Como la tienda Ropa FH era una marca internacional, su establecimiento era un lugar en que frecuentaban y compraban muchas personas de la alta sociedad.
En cuanto Anastasia entró a la tienda, la saludó la misma dueña:
-Por favor, venga conmigo, señorita Torres.
Después de eso, la llevaron a una sala vip en el segundo piso, donde tuvo al frente el vestido puesto en un maniquí, como si estuviera esperando su llegada en silencio.
«¡Santo cielo, está precioso!», pensó Anastasia, dándole un cumplido al vestido, cuando el dueño lo señaló.
—Este es el vestido que el señor Mendoza le preparó, señorita Torres. ¿Le gusta?
Anastasia entrecerró los ojos un poco, preguntándose qué tan adinerado era Miguel en realidad: «¿Será que es un multimillonario o algo? No puedo creer que me consiguiera un vestido de gala tan costoso para mi».
Poco después, escuchó a la dueña hablarle sobre el vestido con una sonrisa:
—Este es una obra maestra de nuestros diseñadores, quienes cosieron la tela con más o menos ocho mil pedazos de diamantes. El vestido se vende por ocho millones en nuestra tienda.
A Anastasia casi le da un infarto cuando escuchó lo que le dijo el dueño de la tienda. «¿Acaso Miguel quiere que me dé un ataque o algo? ¡Este vestido no es nada barato! Unos cuantos pedazos de diamante son suficiente para llevarme a bancarrota, así que no puedo ni imaginarme
perderlos por accidente», pensó ella.
-¿Hay algún otro vestido que pudiera recomendarme? -Anastasia reconocía que ese era muy costoso.
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