En ese momento, Anastasia estaba ocupada, brindando con los demás hombres, quienes se acercaban un poco, antes de chocar con Helen al darse la vuelta.
—Brindemos, Anastasia. Me gustaría disculparme por lo que te hice en la oficina -dijo Helen, disculpándose.
Sin embargo, Anastasia solo se rio con frialdad como respuesta, sabiendo que Helen estaba haciendo un drama y siendo hipócrita. Por lo tanto, decidió ignorarla y se retiró, pero Helen la tomó de la mano, la que tenía la copa de vino tinto, y se lo derramó en su propio vestido antes de que Anastasia pudiera reaccionar.
—¡Ah! —gritó Helen, horrorizada. Cuando Elias se acercó de prisa para ver cuál era el alboroto, Helen dio dos pasos atrás y lo abrazó-, ¡¿Cómo pudiste hacerme eso, Anastasia?! —la cuestionó, culpándola de arruinar su vestido de gala con vino tinto.
En cambio, Anastasia se quedó confundida al ver la fingida inocencia de Helen y pensó: «Esta zorra se merece un premio Óscar por su actuación».
—Anastasia, sé que mi culpa que haya querido quejarme de ti, pero no tienes derecho de hacerme esto tampoco... -dijo hielen con amargura y llanto, tratando de causar lástima.
Al mismo tiempo, todos los demás miembros de la sociedad de alta clase, que estaban en el banquete, de inmediato tuvieron simpatía con Helen antes de darle una mirada despectiva a Anastasia por sus acciones deplorables.
—Discúlpese, señorita Torres —dijo Elias con un tono y mirada fríos, dando a entender que estaba irritado.
Descontenta, Anastasia miró a Elias, pensando que estaba llegando a conclusiones sin saber cuál era la situación; al fin y al cabo, era Helen quien la había tomado de la mano e hizo que le derramara el vino rojo en su vestido. Por lo tanto, a Anastasia no le parecía aceptable disculparse por algo que ella no hizo mal.
-¿Por qué habría de disculparme? -Levantó la barbilla con obstinación, dándole una mirada firme al hombre.
-Está bien, Elias. Estoy bien; puedo cambiarme -dijo Helen, negando con la cabeza, como si tratara de soportar su amargura mientras fingía superioridad moral-. Yo la perdono.
—No necesito tu perdón —le contestó Anastasia tras apretar los puños.
-¡Anastasia, discúlpese de una vez! —exclamó Elias con furia, sus ojos llenos de apatía mientras se le sobresaltaban las venas de la frente. Con sus bellos ojos, Anastasia miró a Elias y rio con frialdad.
—Solo me disculparé si ella está dispuesta a escucharlo de rodillas.
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