Luchaba con todas mis fuerzas, gritando por ayuda, mientras la desesperación casi me engullía por completo.
"¡Ya basta!", finalmente, Renán le dio una patada a Benito, sabía que le molestaba que otros tocaran sus cosas. No le importaba nada de mí, pero como él me había tocado, se sentía con el derecho de considerarme como su posesión más barata.
Caí al suelo, abrazándome a mí misma y ajustando mi ropa con fuerza. Y, Renán, como si hubiera perdido el interés, me miró con sus ojos fríos: "¡Lárguense todos!".
Benito y los demás sabían leer el ambiente; al ver que él estaba enojado, se levantaron y se fueron uno tras otro.
En la habitación solo quedamos él y yo, se levantó y me dio una patada con desprecio: "Escuché que hoy fuiste a ver a Cecilio, ¿así de fácil eres? ¿Es que te lanzas a él para que se acueste contigo?".
Cecilio había sido mi compañero en la universidad, había estado cortejándome durante años, era un hombre muy bueno. Ese día fui a verlo porque iba a irse al extranjero a estudiar, me dijo que había conseguido una plaza para mí para estudiar en el extranjero, que lo pensara bien, y que le diera una respuesta cuando estuviera segura. Aunque no me gustara él, me apreciaba por mi talento y me esperaría. Para ser honesta, esa idea me tentó; después de todo, Renán no me amaba, sabía que nunca se casaría conmigo.
Le dije que lo pensaría bien, porque en ese momento todavía fantaseaba con que tantos años de esfuerzo podrían traducirse en un poco de amor de su parte. Pero lo que realmente me llevó a la desesperación y me decidió a irme, fue esa noche.
"Nayra, ¿él te tocó?", esa noche, Renán había bebido y estaba como loco. Pero, me abracé a mí misma, sin responder.
"¡Te estoy hablando!", pateó la mesa de café con rabia y me miró con furia. Yo me asusté y negué con la cabeza llorando.
"¡Te prohíbo que vuelvas a verlo, oíste!", me agarró del cabello, amenazándome con no ver a ningún hombre más que a él. Asentí asustada, pero él no me dejó en paz, me miró con repulsión, con sus ojos llenos de desprecio.
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