Casada con el padre de mi hijo. romance Capítulo 1

—¡Necesitamos un heredero! —expuso con voz gruesa el anciano—, caso contrario alguien te sustituirá —advirtió.

El fuerte eco retumbó en el pasillo de la casa de Jacob Wilson, tanto que Myriam se sobresaltó y se detuvo en la puerta de la oficina de la familia, había estado buscando su esposo, y alcanzó a escuchar la petición de su suegro.

Su corazón se achicó, suspiró profundo. Fingió no haber oído nada, bajó la escalera, y se volvió a sentar en el sillón de la sala de estar, como si no ocurriera nada, pero al haber escuchado la palabra hijos, recordó que en un momento dado pensó que si tenía un niño podría afianzar su matrimonio, sin embargo, Dios no le dio esa oportunidad y nunca se quedó embarazada, pero el problema no era de ella.

A lo largo de los años fue dejando de lado esta obsesión, comprendía el deseo de sus suegros, de ser abuelos, pero jamás imaginó que amenazarían a su esposo por no darles un heredero.

Se había casado con Ray a los veinte y uno, muy enamorada, sin embargo, la relación entre ellos cada vez era más fría, tensa, no se hablaban como antes. Raymond pasaba ausente la mayor parte del tiempo, en sus constantes viajes de negocio era el CEO de la multinacional, y un hombre muy ocupado.

Diez minutos antes Myriam y su esposo habían llegado para celebrar el cumpleaños de su suegro. Raymond se acercó solo a sus padres, dejándola a ella a un lado. Myriam notó que murmuraban entre ellos y desaparecían del amplio salón, en ese instante se reprochaba no haberse quedado a escuchar el resto de la charla entre sus suegros y su esposo.

****

Entre tanto en el despacho de la familia:

—Tomaré cartas en el asunto, papá —Raymond el marido de Myriam, ignoró la orden de Jacob, se enfocó en los balances de la empresa sin apartar la vista a su padre, sabía bien que durante ese trimestre las ventas de la multinacional de alimentos habían decaído.

—Pierdes el tiempo en tonterías —refutó Kendra, la madre de él—. Hemos considerado tu padre y yo, la idea de que uno de tus primos se haga cargo de la empresa, para que tomes vacaciones con Myriam y engendren el heredero —propuso—. Llevan siete años de matrimonio, y no hay indicios de un nieto —mencionó—, esperamos que, con un hijo, sientes cabeza y te hagas responsable Raymond.

***

Minutos después, Jacob sopló las velas de cumpleaños, y los aplausos de todos los miembros de la familia, no se hicieron esperar.

—Felicidades —dijo Myriam y se acercó para entregarle un obsequio.

El padre de Ray tomó la bolsa y la dejó a un lado.

—El mejor regalo que podría recibir es la noticia de un heredero —expresó y miró a los ojos a su nuera. —¿No deseas tener hijos? —cuestionó arrugando la frente.

Myriam palideció por completo, parpadeando con nerviosismo.

—Yo… Eh…—balbuceó.

Raymond enseguida se acercó a ellos.

—Pronto te daremos esa noticia, papá —masculló apretando los dientes—, es hora de irnos —indicó y casi a rastras sacó a su esposa de la casa.

Cuando subieron al auto, Myriam liberó el aire que estaba conteniendo.

—Hemos intentado, sin resultado, la fertilización, más bien deberíamos adoptar a un niño —propuso.

Raymond golpeó con furia el volante del auto, giró su enfurecido rostro y observó con ira a su mujer.

—¿Te volviste loca? ¿Acaso no te funciona el cerebro? —inquirió gruñendo—, si hacemos eso, todos sabrían de mi problema, y no pienso ser la burla de nadie —refutó respirando agitado—, debes tener un hijo, así tengas que embarazarte de otro —ordenó con firmeza.

«¡¡Tengas que embarazarte de otro!!» retumbó en el cerebro de Myriam.

Los labios de ella se abrieron en una gran O, y sintió que la sangre se le iba a los pies, al escuchar esa propuesta.

—¿Cómo me pides eso? —cuestionó intentando controlar las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos.

—¿Me amas? —indagó Raymond.

—Claro que sí —contestó Myriam, o al menos eso era lo que creía.

—Entonces dame un hijo —propuso—, caso contrario buscaré una mujer que esté dispuesta a todo —comentó con cinismo.

«¿Cómo?» se cuestionó Myriam sin poder creer lo que escuchó.

Se sintió como si fuera un objeto, una máquina de fabricar bebés, su corazón se fragmentó al oír las frías palabras de su marido.

Entonces enfureció, empujó a su marido y pisó el acelerador hasta el fondo.

——¿Estas loca o qué? ——Raymond gruñó visiblemente molesto—. Nos vamos a matar —gritó mientras reñían aferrados al volante.

Myriam no respondió. De repente, soltó el pie que había estado en el acelerador y frenó de golpe.

Raymond quién estuvo a punto de tirarse, logró estabilizar al auto.

Cuando su marido se acomodó en el asiento y estaba a punto de abrir la boca para reñirla, ella salió del vehículo, cerró la puerta del auto con fuerza y se marchó rápidamente llevando sus altos tacones en las manos sin dar ninguna explicación.

Esa noche vestía de rojo vibrante. Estiró su mano y un taxi paró frente a ella, subió en él y se alejó en cuestión de segundos.

****

Gerald Lennox aparcó su auto frente al bar donde sus amigos lo esperaban, lanzó las llaves al guardia para que estacionara su BMW, y entró al sitio, caminando con paso firme, irguiendo su metro y ochenta y cinco de estatura en medio de la multitud.

A sus treinta años era el director general de la multinacional de alimentos Lennox. Poseía una fría y azulada mirada, su piel era blanca, y su cabello oscuro, iba enfundado en unos vaqueros celestes, una camisa gris y un blazer negro.

Varias mujeres murmuraban entre ellas e intentaban coquetear con el empresario; quién era un hombre demasiado atractivo, sin embargo, él parecía inmune a los encantos femeninos.

Llegó a la mesa, saludó con los compañeros y tomó asiento, enseguida empezaron una partida de póker, mientras charlaban, bebían whisky, y reían.

—Si esta noche, pierdes la partida, yo escojo a la mujer que te llevaras a la cama —propuso Kevin, ladeando los labios.

Gerald resopló y negó con la cabeza.

—No tengo interés en el sexo —indicó, y recordó a Bianca, la mujer de quien creía estar enamorado, resopló al recordar que lo rechazó porque su familia estaba al borde de la ruina.

—Te estás oxidando —advirtió Kevin y los demás carcajearon. —¿Tienes miedo de enamorarte? —cuestionó.

—Cada día estás más loco —bufó Gerald—, ya no voy a volver a caer en tus juegos, como el de meses atrás —indicó.

Gerald volvió a beber otro whisky y negó con la cabeza, siguieron con la partida, mientras los tragos, iban y venían.

Kevin observó pasar muy cerca de ellos a una hermosa mujer de larga cabellera oscura, con un provocador vestido rojo.

—Tengo a la candidata para que esta noche vuelvas a divertirte —enunció y señaló con su mano a la barra—, se ve preciosa.

Gerald se encontraba ya un poco ebrio, pero no lo suficiente como para no notar lo hermosa que era la mujer que indicaba su amigo. Minutos antes había pasado por su lado, caminando con garbo y elegancia, no se veía que fuera mujer de aventuras, y además él no estaba dispuesto a ceder a los juegos de Kevin, y consideró que aquella dama, tampoco se prestaría a sus absurdas apuestas.

****

Myriam llegó al bar en el cual su mejor amiga: Elsa, ginecóloga de profesión se hallaba tomando unos tragos. Cuando ingresó varios caballeros centraron su atención en ella, siempre captaba miradas; sin embargo, ignoró esos galanteos; encontró con su mirada a su amiga, de inmediato se acercó a la barra, y la abrazó.

Pidieron un tequila y un martini, mientras charlaban, y Myriam le contaba sobre la discusión con su marido.

Elsa no podía comprender como Raymond le había hecho semejante propuesta a su esposa.

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