*
Al día siguiente Myriam se dirigió a la mansión de los Lennox, se identificó en la entrada como la nueva asistente de la señora Isis.
Enseguida uno de los empleados la guio por los impresionantes jardines de aquella enorme casa, notó una enorme alberca, hermosos rosales, y una palapa de madera en medio, en donde una hermosa y atractiva mujer, descansaba sobre un cómodo sofá.
—Señora Isis, esta es la mujer que envió el señor Gerald —informó.
La señora Lennox se quitó las gafas y observó de pies a cabeza a Myriam, notó que era joven y hermosa, y supuso que su hijastro la mandó para espiarla, pues ellos no tenían muy buena relación.
Myriam parpadeó sorprendida al darse cuenta de que la madre de su jefe era demasiado joven, no le agradó la forma en la que la miró, pero necesitaba el empleo, así que le brindó una sonrisa.
—Soy Myriam Bennet, su nueva asistente —indicó y estiró su mano para saludarla.
Con un gesto de desdén Isis correspondió con sequedad.
—Espero que hagas bien tu trabajo —expresó con soberbia—, necesito que lleves estos documentos. —Señaló con su mano a la mesa—, a la empresa de Gerald, que los firme, son unas cotizaciones importantes, por favor no vayas a ensuciar esos documentos —expuso y bebió un sorbo de jugo de naranja. —Pásame las muletas y ayúdame a parar —ordenó.
Myriam obedeció las órdenes de su nueva jefa, y la ayudó a ingresar a la casa, que era enorme, con amplios ventanales, y hermosas terrazas.
—Es preciosa —murmuró Myriam.
—Apresúrate, que no tenemos todo el día —refutó Isis—, debes regresar para que riegues las plantas del balcón de mi alcoba, vete ya —ordenó.
Myriam salió presurosa hacia la empresa, enseguida cuando subió a las oficinas, notó un profundo silencio, y a todos enfocados en su trabajo. Se acercó al escritorio de Amanda.
—Hola, la señora Isis, me envió a dejarle estos documentos al señor Gerald, me dijo que son importantes —informó.
—Baja la voz —solicitó Amanda—, al jefe le gusta trabajar en profundo silencio, deben ser las cotizaciones, déjalas yo le entrego. —Sonrió.
—Pero debo llevarlas de regreso —expuso Myriam y mordió sus labios.
—Debes esperar, el señor Gerald está ocupado, y nadie se atreve a molestarlo.
Myriam frunció el ceño.
—No comprendo, ¿por qué le tienen tanto miedo? —cuestionó—, es un simple mortal como todos, claro que con más dinero —expresó con sinceridad.
Los ojos de Amanda se abrieron de par en par al darse cuenta de que su jefe estaba detrás de Myriam, las piernas le temblaron.
—Es un poco exigente nada más —balbuceó.
—Más bien parece un tirano, no puedo creer que aún existan personas que les agrade tener a sus empleados sometidos, ese señor debería saber que un ambiente laboral armonioso, mejora el rendimiento, pero dudo mucho que él sepa lo que es diversión —comentó.
—Señorita…—Carraspeó la gruesa voz de él, no dijo más por qué nunca recordaba el apellido de ella.
Myriam brincó del susto, las mejillas se tiñeron de carmín, giró y notó como el semblante de él, era frío, no mostraba ni un gesto de disgusto, era como una máquina.
—Yo…—balbuceó la joven—, vine a dejarle unos documentos —expuso con voz temblorosa.
Gerald la observó con atención.
—A mí me dio la impresión que vino a entretener a mis colaboradores, nosotros tenemos reglas, y se las deben cumplir —habló con firmeza.
Myriam asintió y no dijo nada, tomó el folder del escritorio de Amanda y se los extendió.
—Son estos —indicó.
Gerald tomó los documentos y se dirigió a su oficina.
—Ay no —susurró Amanda—, te va a tener en la mira, detesta que objeten su manera de ser.
Myriam liberó un suspiro y presionó los parpados.
—Parece que no le agrada que le digan sus verdades —murmuró bajito al oído de Amanda, entonces se alejó de la chica al escuchar que su jefe gritaba su nombre. Tembló del susto, y luego tomó una gran bocanada de aire y se dirigió al despacho.
—Lléveselos de vuelta, los escanean y envían a los correos de inmediato —ordenó.
Myriam quien apenas entraba al despacho se movió con rapidez para tomar el folder, cuando lo iba a hacer, él colocó su mano encima de la carpeta, y alzó su cabeza, enfocó su profunda mirada en la chica.
—Señorita Bennet le recuerdo que su función es ser asistente, no venga a entretener a mis empleados —expuso—, y tampoco haga comentarios sin conocer a las personas.
Myriam carraspeó, y la forma tan seca que le habló le erizó la piel.
—Solo…—estaba por decir que dijo lo que pensaba, pero recordó que necesitaba el empleo, apretó sus puños—, yo lo lamento, no volverá a ocurrir.
Enseguida salió de la empresa y regresó a casa de Isis, de inmediato ella ordenó que regara las plantas.
Myriam salió hacia la terraza, y olió el aroma tan delicado de las flores, entonces sintió náuseas y corrió al baño. Luego de devolver el estómago, algo pálida, regresó a sus labores.
En la hora del almuerzo casi no probó bocado, y en la tarde prosiguió ayudando a Isis en sus tareas.
Así pasaron varios días entre que Myriam iba y venía de la empresa, y los síntomas de su embarazo cada vez eran más evidentes.
Luego de regar las rosas aquella tarde, entró al baño, y de nuevo vomitó lo poco que había ingerido.
—¿Estás embarazada? —fue la pregunta que hizo Isis de sorpresa, sin darle tiempo a la joven de pensar en una mentira.
—Eh, yo —balbuceó, temblorosa, y se recargó en la puerta del tocador, asintió, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Isis ladeó una sonrisa.
—Esto no es nada bueno, a Gerald, no le agradan los empleados con hijos, dice que resta productividad —indicó—, si se entera te va a despedir.
—Ayúdeme —suplicó Myriam, pues sabía bien que, en su estado, ninguna empresa la iba a contratar—. Haré lo que me pida —expuso, observando con ojos de súplica a su jefa.
Esa última frase fue música para los oídos de Isis.
—Yo puedo guardar tu secreto, siempre y cuando también trabajes de niñera, y me ayudes a cuidar a mi niño, ya lo has visto, tiene cuatro años —solicitó—, no te pagaré extra por eso, pero puedo decir a Gerald, que te suba el sueldo. —Miró a la joven. —¿Lo tomas o lo dejas? —cuestionó.
—Acepto —respondió ella, aun sabiendo que la carga era mayor.
Desde ese día Myriam a más de las labores cotidianas empezó a cuidar al pequeño Jeremy; sin embargo, el tiempo pasaba y cada vez el trabajo era más pesado.
Cada noche al llegar a casa lo primero que hacía era ducharse, enseguida cenaba algo ligero y de inmediato se metía a la cama.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Casada con el padre de mi hijo.