Varios días habían pasado luego de enterarse de la supuesta infidelidad de Myriam, para la familia de Raymond, ella era culpable. A la joven le parecía escuchar murmullos en todo lado, señalándola como una mujer inmoral, sin embargo aunque no compartía la alcoba con él, decidió quedarse en la misma casa, y demostrar su inocencia.
En la empresa donde laboraba se enteraron del embarazo, pero no había inconveniente, hasta aquella mañana, en la cual ingresó a su oficina y se encontró un sobre en su escritorio.
Myriam lo abrió y leyó la palabra: Despido, frunció el ceño, creyendo que la causa era el escándalo, y se dirigió a la oficina de su jefe.
—Señor Hamilton, deseo conocer los motivos de mi despido —expuso sin atreverse a pasar.
El hombre se acomodó los lentes, y se aclaró la voz.
—Como sabes, desde hace meses hemos tenido bajos ingresos, y debemos hacer una reducción de personal —informó señalando con su mano que ingresara, y se sentara—. Sabemos bien que te mereces una mejor indemnización, pero nos vamos a declarar en quiebra, por eso te recomiendo aceptar lo que te estamos entregando, y a cambio te daré una carta de recomendación para que vayas a laborar en una corporación en la cual no tendrás el mismo cargo, pero serás asistente —indicó.
Myriam soltó un bufido, lo que decía su jefe acerca de la mala situación de la empresa era cierto, así que no puso objeción, y aceptó la carta de recomendación.
—Se lo agradezco mucho —informó con profunda tristeza.
—Myriam, no comentes sobre tu embarazo en la otra empresa, caso contrario no te darán el empleo, el dueño, a pesar de que es un hombre joven, es… Un poco difícil —indicó, y no dijo más, no deseaba atemorizar a la mujer contándole todo lo que la gente que trabajaba con Gerald Lennox, decía de él.
La chica se despidió del hombre con un fuerte abrazo, y lo mismo lo hizo con sus compañeros, entonces decidió volver a casa, y cuando ingresó de nuevo se encontró a Myriam en su apartamento, con su marido en la cama. Esta vez no se aguantó y abofeteó a Noemí.
La joven se asustó al ver a su hermana en ese estado fuera de sí.
—Eres una idiota —gritó Noemí furiosa, intentó irse encima de Myriam, pero Raymond la tomó de los brazos—, cálmate —propuso.
—Eres de lo peor, cómo pude confiar en ti, sabiendo que siempre me has odiado —expresó con dolor Myriam a su media hermana.
Noemí la observó con profundo resentimiento.
—No te hagas la víctima Myriam Bennett, siempre tuviste el cariño de nuestro padre, mientras que yo era la bastarda, la ilegítima —gritó, iracunda—, es cierto, te odio, y siempre quise tener lo mismo que tú, y eso incluye a tu marido —rugió.
Myriam pasó la saliva con dificultad al escuchar a su hermana, presionó los párpados, era cierto que no se llevaban bien, sin embargo, jamás imaginó que tuviera tales alcances.
—Perfecto, te regalo a Raymond, pero luego no vayas a buscarme llorando arrepentida —advirtió Myriam—, porque no sabes la clase de hombre que es.
—¿Te volviste loca? —cuestionó Raymond a Myriam, interviniendo en la charla.
Ella respiró agitada, y lo miró con seriedad.
—¡Quiero el divorcio! —gritó sin importarle más, ya no podía seguir soportando esas humillaciones, ya no le interesaba limpiar su nombre, algún día se sabría la verdad.
—Lo tendrás —aseguró él—, pero bajo mis condiciones —refutó, y pidió a Noemí dejarlos solos.
—Con tal de no volver a verte, soy capaz de lo que sea —gritó Myriam sacó del closet sus maletas y empezó a guardar sus cosas.
—Perfecto, de mi fortuna no verás un solo centavo —indicó Raymond—, le pediré a mis abogados que agilicen los trámites —gruñó.
Myriam presionó los labios y sintió un vacío en su corazón.
—Algún día te vas a arrepentir Raymond Wilson, pero será demasiado tarde, me rompiste por dentro, sacrifiqué mucho, incluso mi salud, por complacerte, por darte el hijo que tú por infértil no puedes tener —masculló—, y no has valorado nada, espero que Noemí se encargue de tu suerte. Adiós.
Salió del apartamento de Raymond, envuelta en un mar de lágrimas. Subió a su auto, y soltó su llanto, había desperdiciado siete años de su vida al lado de un hombre que siempre la engañó, que nunca valoró su sacrificio, llevaba un bebé en su vientre, solo por complacerlo. Ese niño no fue concebido producto del amor. Su corazón tembló al darse cuenta de que quizás el padre, era aquel desconocido, negó con la cabeza y condujo sin rumbo fijo, sin saber qué hacer con respecto a la criatura.
Unos minutos después aparcó el auto frente a un parque, descendió del vehículo, y mientras caminaba por el césped un balón de futbol chocó con sus pies, irguió su cabeza y miró a un pequeño frente a ella.
—Lo siento —dijo el chiquillo de sonrisa traviesa, tomó el balón y corrió a seguir jugando con sus amigos.
Myriam asintió y le brindó una ligera sonrisa, entonces tomó asiento en una banca, y empezó a mirar a su alrededor: Varias madres jugaban con sus hijos en los columpios. Otros infantes con sus papás aprendían a manejar bicicleta. En la cancha varios niños participaban de un partido de futbol, entonces las risas de aquellos infantes, la mirada llena de orgullo de los padres, fue alegrando su entristecido corazón. Fue ahí que recordó que en su vientre anidaba una vida.
—¿Serás como alguno de ellos? —cuestionó bajito y por primera vez colocó su mano en el vientre, percibiendo los latidos agitados de su corazón.
Durante años había padecido mucho en procedimientos costosos y dolorosos para quedar embarazada, y complacer a su marido. Ahora que lo había perdido todo, y que podía decirse que estaba completamente sola, se dio cuenta de que no era así, que tenía un motivo real por el cual luchar, ser feliz, y salir adelante, y era ese pequeñito que llevaba su sangre y que empezaba a crecer en su interior.
El corazón se le hinchó en el pecho, y se lo imaginó jugando en el parque, corriendo a sus brazos, a abrazarla.
—Tú y yo, seremos muy felices, ya lo verás —aseguró, se puso de pie y antes de marcharse volvió a mirar a su alrededor y sonrió.
Un poco más tranquila se dirigió al apartamento de Elsa, le contó lo sucedido con Raymond, y la decisión que tomó de quedarse con el bebé.
—Haces bien, un hijo llena de satisfacción, además luchaste mucho por conseguirlo —advirtió Elsa.
Myriam perfiló una sonrisa.
—Lo sé —expresó—, no sé cómo pude pensar en esa loca idea de abortar. —Presionó los labios—, cuando siempre quise ser mamá. —Suspiró profundo—, ahora tengo un motivo por el cual luchar, mañana iré a la empresa que me recomendó mi ex jefe, espero conseguir empleo, y no volver a saber más nunca de Raymond Wilson —sentenció.
*****
Gerald Lennox entregó las llaves del auto al guardia de su empresa y de inmediato ingresó al edificio, sus colaboradores al verlo llegar, dejaron de charlar entre ellos y se pusieron a realizar sus labores, pues a su jefe no les agradaba que perdieran el tiempo en chismes.
—Buenos días —saludó con voz gruesa, y de inmediato caminó con paso firme, se dirigió al despacho. —¿Qué tenemos para hoy? —indagó a su asistente.
La joven con las manos temblorosas sostenía el iPad.
—Hay un problema —balbuceó, y observó cómo su jefe enfocaba su azulada mirada en ella.
—¿Qué sucede? —cuestionó apretando una pelota de hule.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Casada con el padre de mi hijo.